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La cosa está difícil... aunque haya Gobierno

Las delegaciones de ERC y el PSOE se han reunido en la sala de comisión del Govern del Área Metropolitana

Carlos Elordi

Aunque todo parece indicar que sí, todavía no es seguro que Esquerra Republicana decida abstenerse en la votación de investidura de Pedro Sánchez. Porque cada día que pasa no paran de crecer los problemas que el partido de Oriol Junqueras puede enfrentar en Cataluña si lo hace. De ahí la premura del PSOE y de Unidas Podemos. Pero esa incertidumbre no es la única que pende sobre el momento político español. Y es que el nuevo gobierno puede estar marcado por la inestabilidad casi desde su nacimiento. A menos que todo, sin excepción, se haga y salga muy bien. Y eso no es fácil.

Para empezar, y por mucho que avancen las negociaciones entre el PSOE y Esquerra, los elementos sustanciales del conflicto catalán seguirán activos después de un eventual pacto. Y eso puede ser una fuente inagotable de problemas para el nuevo Ejecutivo. Una vez que Sánchez resultara elegido presidente tendría que hacer frente a las consecuencias que para toda la política española tendría la guerra por el poder en Cataluña entre ERC y los herederos de la antigua Convergència, encabezados por Puigdemont.

Un conflicto que está abierto desde hace más de un año y medio, pero que inevitablemente va a recrudecerse en la perspectiva de unas elecciones catalanas que habrán de tener lugar como mucho antes del verano. La bandera que ERC enarbola en esa guerra en el interior del independentismo es la del posibilismo para hacer avanzar su causa, frente al irredentismo que propugnan Puigdemont y los suyos. Pero para que esa postura tenga un reflejo en las urnas, Oriol Junqueras, que está en la cárcel y en ella va a seguir aún bastante, necesita esgrimir hechos, consecuencias concretas de su eventual entendimiento con Sánchez e Iglesias.

Y no está claro que eso se pueda conseguir en unos cuantos meses. Sí, el líder del PSOE ha aceptado, desdiciéndose clamorosamente de lo que decía hace solo algunas semanas, que lo de Cataluña es un conflicto político y no un problema de convivencia. También acaba de aceptar reunirse con Quim Torra. Lo cual es un paso significativo respecto al rechazo a cualquier contacto entre Ejecutivos que ha existido desde hace años. Pero que Sánchez haya tenido que camuflar esa decisión enmarcándola en una ronda de contactos con todos los presidentes autonómicos indica bastante a las claras que su espacio de maniobra está muy cerca de agotarse.

Supongamos, sin embargo, que con esas concesiones y con la eventual fijación de un marco de diálogo estable entre Madrid y Barcelona y con algo más que pueda acordarse en los próximos días, ERC tenga suficiente para abstenerse. Al menos en las condiciones que existen en estos momentos.

Pero, ¿bastará eso para que ERC apoye los presupuestos del nuevo gobierno, que habrían de debatirse, y votarse, coincidiendo con la precampaña o la campaña catalana, semana arriba semana abajo? Si eso no ocurre, y no se puede descartar que no vaya a ocurrir, el ejecutivo de coalición PSOE-Unidas Podemos entraría en graves dificultades. Casi desde un primer momento. Postergar el debate presupuestario hasta después, o bastante después, de las elecciones catalanas resolvería técnicamente el problema, pero haría depender la suerte del gobierno de Madrid del resultado de esas elecciones. Llevadas las cosas a ese extremo, si ERC no las ganara holgadamente, todo el futuro del experimento Sánchez quedaría en el aire.

Cabe suponer que el pacto entre el PSOE y Unidas Podemos aguantará bien esos avatares. Porque juntos pueden hacer frente mejor a los problemas que vengan de Cataluña. Pero, sobre todo, por las mismas razones por las que ese acuerdo vio la luz hace un mes. Porque para ambos partidos lo peor que puede ocurrir es que no haya más remedio que ir a unas nuevas elecciones. Las contradicciones entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias siguen ahí y no son pequeñas. Pero el riesgo de una derrota electoral las ha dejado de lado y todo indica que seguirán ahí mientras la situación no se vaya de las manos.

La derecha asiste impertérrita a esas vicisitudes. Su apuesta es clara. Quiere que el líder del PSOE, en quien personaliza todo lo que ocurre, choque contra el muro de sus problemas, sea incapaz de salir del laberinto que el problema catalán le ha creado y no tenga más remedio que tirar la toalla. Aunque no vive su mejor momento, aunque la competencia con Vox le pone las cosas muy difíciles, el PP debe confiar en los expertos que le dicen que ganará si hay nuevas elecciones, aunque tenga luego que gobernar con el partido de Abascal.

La intolerancia absoluta respecto de la cuestión catalana es la bandera de ese empeño. Cayetana Álvarez de Toledo encabeza esa ofensiva que se intensifica cada día que pasa en los medios de la derecha. Porque el PP confía, y los demás partidos temen, que ese mensaje cale mejor en la mayoría de la opinión pública que el de un entendimiento, por parcial que sea, con el independentismo catalán o con alguna de sus facciones.

El gobierno de coalición tiene necesariamente que tener en cuenta esa realidad. Que ya está presionando sobre la dinámica de las negociaciones en curso, de ahí las timideces y fintas de sus protagonistas, y que lo seguirá haciendo aunque estas lleguen a buen fin.

La situación política española es así de complicada. Navegar por ella exige hacer encaje de bolillos mañana, tarde y noche. Y rezar por que no se produzca ningún incidente de recorrido, como el que podrían provocar Puigdemont y los suyos. Que no se van a quedar quietos, porque se están jugando su futuro.

La cosa es, por tanto, difícil. Ahora y también más adelante, con el nuevo gobierno en La Moncloa. No está dicho que tenga que salir mal. Crucemos los dedos. Porque la alternativa es un gobierno del PP y de Vox.

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