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Los covidiotas

La ansiedad o la angustia se pueden multiplicar con el aislamiento y el encierro.

José Miguel Contreras

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Hace unos días, The New York Times dedicaba una entrevista a uno de mis personajes favoritos del mundo televisivo, el cómico Larry David. Es el creador de la mítica serie Seinfeld y de la maravillosa El show de Larry David (Curb Your Enthusiasm) que está en el catálogo de HBO. Este confinamiento puede ser una magnífica oportunidad para verla. Estos meses ha sido una de las estrellas cotidianas del Saturday Night Live donde hacía las parodias de Bernie Sanders, sin necesidad alguna de utilizar efectos de maquillaje. Son clavados. Semanas atrás fue uno de los primeros defensores de la campaña de la cuarentena en casa, abanderada por el gobernador de California, el demócrata Gavin Newson, abiertamente enfrentado a las tesis que entonces defendía Trump.

En la entrevista, David, un asocial empedernido, afirma encontrarse felizmente confinado, sin necesidad de relacionarse con el mundo exterior, hasta el punto de que sólo abriría la puerta “en el caso de una emergencia de fontanería”. Su terror al exterior es absoluto, aunque prioriza sus miedos: “la anarquía y una urgencia dental, aunque no necesariamente en ese orden”. Dedicado a la observación de lo que ocurre desde su encierro, destaca la aparición de nuevos fenómenos que han surgido como consecuencia del peculiar modo de vida impuesto: los covidivorcios (la convivencia prolongada va a crear una de las tasas de destrucción de matrimonios más importantes de la historia); los covibabies (miles o millones de niños nacerán dentro de nueve meses concebidos en pleno confinamiento); o los covidiotas (la proliferación de personajes que han decidido hacerse oír aprovechando la oportunidad de opinar sobre el asunto, aunque no tengan nada que aportar).

La reflexión de Larry David me ha hecho darme cuenta de que uno de los efectos que provoca la extensión del confinamiento es el derivado de pasar demasiado tiempo con nosotros mismos. En la vida anterior, la relación con el mundo exterior nos ilustraba gracias al contacto con otras personas. El encierro acaba por dejarte demasiado tiempo hablando en solitario y la conversación no siempre fluye de forma enriquecedora. Cada día me descubro discutiendo conmigo mismo y entrando en permanentes polémicas silentes respecto a todo aquello que veo en televisión o leo en la prensa o en las redes sociales. Es evidente que tengo todos los síntomas de haber contraído la covidiotez.

Mi última polémica mental la he tenido con Bertín Osborne, al que no tengo el honor de conocer personalmente, pero al que he dedicado un largo tiempo de reflexión como demuestra esta misma columna. Todo a raíz de un tuit al que accedí aún no sé ni cómo. Se trata de un vídeo realmente espectacular. Reúne a la perfección el esquema mental en el que se asienta un biotipo de español, alguno de cuyos representantes casi todos conocemos en nuestro entorno.

El razonamiento sigue una narrativa que merece atención. Comienza (mientras de forma cadenciosa agita una copa de vino) con una declaración encomiable: “Hoy no estoy aquí para criticar a nadie, ni a nada” (reconozco que ese arranque despierta mi afinidad, aunque no niego que la copa de vino ayuda a la identificación). Declara a continuación, con profunda convicción, mirando fijamente a la cámara: “Estoy aquí para deciros que somos un país grande” (yo no puedo estar más de acuerdo). Añade, sin perder un segundo, un sentido homenaje (al que me uno solidariamente desde el primer momento) al personal sanitario, a la gente que cada día salimos a los balcones a compartir un espíritu colectivo y a las fuerzas de seguridad del estado público y a las fuerzas armadas. A partir de ahí, el guión se rompe emocionalmente con un punto de giro inesperado. La argumentación le lleva a concluir: “Quiero felicitar a los españoles que están muy por encima de aquellos que nos dirigen (pausa dramática) … circunstancialmente”. El vídeo finaliza con un brindis (de ahí que agitara la copa desde el principio) por todos los españoles que “como uno solo, estamos ayudando a que esto se acabe cuanto antes, a pesar (repite el efecto de pausa dramática)… de todos los que nos dirigen”.

Lamentablemente, no tengo acceso directo al señor Osborne. Así que, siento no poder comentarle un pequeño detalle que pudiera completar su razonamiento. En efecto, somos un país grande del que tenemos que sentirnos orgullosos. Entre otras cosas, porque todos los españoles hemos sido convocados a las urnas democráticamente y cada uno ha votado lo que ha querido. El resultado ha sido que ese gran país formado por españoles orgullosos ha elegido un gobierno progresista para que nos dirija. En principio, estaría bien que alguien advirtiera al señor Osborne de que el mandato no es circunstancial. La legislatura dura cuatro años y hay posibilidades de que los extraordinarios ciudadanos que formamos ese gran país a lo mejor volvamos a decidir continuar con políticas progresistas.

Es difícil entender esa idea que habitualmente se escucha en tertulias y se extiende en redes sociales de que los españoles somos un pueblo extraordinario, inteligente y valiente. El único defecto, al parecer, es que luego elegimos para que nos dirijan a gentuza lamentable, torpe y ruin. Hay dos posibilidades: o esto de la democracia no funciona o, quizá, efectivamente el Gobierno es el que representa a la mayoría del extraordinario pueblo español.

P.D.: Tengo que hacérmelo ver. No cabe mayor signo de covidiotez. Empecé escribiendo de Larry David y acabé con Bertín Osborne.

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