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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La democracia y yo

Jose A. Pérez Ledo

Madrid —

Va, lo confieso. No tengo ni idea de a quién votaré el domingo. Peor aún: sí que la tengo, pero voy cambiando cada día. Me levanto, miro por la ventana y pienso (por ejemplo): “¡Qué estupendo día! ¡Cómo no apreciar el gran trabajo de las sicav y el enorme riesgo al que se enfrentan los toreros!” Y, claro, me paso todo el día entregadísimo a Ciudadanos. Tanto que hasta me pongo un espantoso jersey naranja que compré en H&M hace unos años como sutilísimo guiño a mis cómplices ideológicos.

Ocurre que, si al día siguiente amanece lluvioso, me da por pensar en toda esa gente que no tiene siquiera para pagar la calefacción y se me acaba inflamando el lado izquierdo. Hasta el gesto se me cambia, de lo muy en serio que me tomo a mí mismo. Me digo: “yo puedo cambiar las cosas. ¡Claro que se puede!”. Luego me paso las horas fluyendo entre UP y Podemos, Podemos y UP hasta que me decanto por uno o por otro en función de la temperatura (cuanto más frío hace en la calle, más me tira Garzón).

También tengo mis arrebatos socialdemócratas, no se crea. Me pasó el lunes, sin ir más lejos, mientras veía a Pdr y a Rajoy en ese decorado gris-muerte con Helecho Campo Vidal ejerciendo de poste humano. Hubo un momento, lo recordará si lo vio, en el que Pdr se puso tan barriobajero que, por un momento, aquello adquirió tintes de reyerta lorquiana. Tanto me gustó aquel arrebato de romancero gitano que me descubrí gritando “Ista ista ista, España socialista” en pleno salón.

También, no me lo tengan muy en cuenta, me he planteado votar al PP. Sobre todo por las mañanas, cuando madrugo, y antes de tomar café. Si duermo poco o tengo resaca, sufro accesos matutinos de derecha, que en momentos puntuales puede alcanzar categoría extrema. Odio a los inmigrantes, a los dependientes y a los colectivos LGTB, aunque no tanto como a la gente de la cultura en su conjunto. Una mañana que no tenía café en casa me vi obligado a quemar una foto de Almodóvar para calmar mi ánimo.

Todo esto implica, fíjese, que soy yo, y gente como yo, quien decidirá el resultado electoral del 20D. Que los próximos cuatro años de nuestra democracia dependerán de cómo nos levantemos unos cuantos cientos de miles de personas el próximo domingo. Que el futuro de la sanidad y la educación pública están en manos del clima y también, un poco, de la broma que tal o cual candidato haga en Twitter la noche antes. Del chándal que elija Pablo para jugar su pachanga sabatina y de las veces que Pdr ponga morritos de aquí hasta la apertura de los colegios electorales. Es francamente aterrador pensar que, en buena medida, la democracia depende de gilipollas como yo.

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