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La democracia retuiteada

Mario García de Castro

Cómo observar este colapso de la democracia, este trauma del sistema, mientras los grafiteros pintan en las fachadas que El miedo va a cambiar de bando.

Hace 20 años, en Italia, todo cambió radicalmente. Los partidos tradicionales se disolvieron o refundaron. Tuvieron que cambiar de nombre por las manchas que arrastraban. El proceso judicial italiano iniciado por el fiscal Di Pietro, que procesó a 2.500 personas, destapó una extensa red de corrupción en la que estaban implicados tanto empresarios como los principales partidos políticos. La tangentopoli que empezó con el Partido Socialista acabó generando un gran escándalo en la opinión pública y una enorme crisis institucional. La televisión ya desempeñó un papel principal, entre otras cosas impidió que se despenalizaran las prácticas corruptas, pero también alzó al poder a Berlusconi.

Fueron años en los que un Gobierno de transición acabó redactando una nueva ley electoral, la democracia cristiana y los partidos de izquierda tradicional sucumbieron, y emergieron los nuevos candidatos, como el líder independentista Bossi de la Liga Norte y el empresario de televisión Berlusconi, de Forza Italia.

Se ha dicho que Mani pulite fue la excusa, la gota que colmó el vaso para el cambio y la refundación del sistema. La brecha abierta cada vez mayor entre el desarrollo de los medios de comunicación o la opinión pública y la inercia sorda de los aparatos de unos partidos -que vivían complacidos desde hace décadas en la endogamia y la corrupción-, acabó en el colapso del sistema. La asimetría entre la tendencia de la nueva opinión pública y la vieja política. El germen del populismo.

Italia ha sido siempre un país vértice para Europa. En unos aspectos vanguardista y en otros enormemente anacrónico. Uno de los países más innovadores de Europa y a la vez el garaje o trastero donde se ensayan los experimentos. Pero se dice que Italia está de vuelta cuando nosotros empezamos a ir. Un país neurasténico donde su sociedad civil se sobrepone a una crisis de décadas y a sus castas políticas que permanecen ancladas como onorevoli vitalicios.

Los muertos que hablan

Y ahora coincide con el resto del sur europeo: su modelo productivo ha sido demolido por la deslocalización industrial. Y el paro desbocado como en España o Grecia ya corroe el futuro del ciudadano medio. La Unión Europea forzosamente aparece como responsable de este declive. Primero por la globalización industrial de los 80, y segundo por la recesión actual. Y ante la complicidad e impotencia de los nuevos viejos partidos, de “los muertos que hablan”, el pueblo más envejecido de Europa ha girado nuevamente para atender una vez más a aquellos que quieren hacer tabla rasa del pasado. Los que llaman populistas. El Movimento 5 Stelle, más de ocho millones de votos para una nueva antipolítica.

En ese enorme plató de Grande Fratello político que es Italia, ha sido el excómico Beppe Grillo quien ha desplazado a Berlusconi, no el líder de la izquierda. Y lo ha hecho enarbolando una bandera parecida a la que entonces desplegó Berlusconi al hacerse candidato: la ruptura con el pasado, la crítica a las instituciones corruptas, el rechazo de los partidos tradicionales, de los políticos profesionales, la apelación al pueblo, la hegemonía de la comunicación popular como nuevo sistema de participación política. Casi lo mismo que en España también denunció el movimiento del 15M.

Erramos si al primer Berlusconi y al último Grillo los resolvemos desde las visiones a las que se han opuesto, las de las ideologías tradicionales. Tengamos en cuenta que los populismos, esas corrientes antisistema que rechazan a los partidos tradicionales y denuncian la corrupción, son lunares, tienen una cara negativa como la demagogia y otra positiva como el rechazo al pasado y el inicio de un proceso de cambio. El peronismo argentino fue reivindicado por los montoneros y por la extrema derecha a la vez. El líder latinoamericano del populismo de izquierda, el recientemente fallecido presidente Chávez, mantuvo siempre con la televisión una relación de necesidad recíproca.

Cuando la comunicación con las instituciones y los partidos se quiebra, ellos se presentan como gente de a pie y consiguen conectar con el público del modo más directo. Una señal de que el lenguaje o la comunicación usada por los partidos tradicionales, tanto de derecha como de izquierda, ha fracasado. En Italia o en España, la derecha ofreciendo el poder a los tecnócratas católicos proeuropeos, la izquierda de siempre actuando con complicidad y la impotencia de carecer de alternativa.

Sin embargo, los candidatos del Movimento 5 Stelle han surgido por Internet y han sido elegidos en un casting por Youtube. Concurrieron a las elecciones sin conocerse entre ellos. Y su líder, que no quiere ser líder de un partido que no quiere ser partido, ni siquiera era candidato.

La Política Pop

Ellos reclaman una nueva democracia pública compuesta de apelaciones al pueblo, de trending topics, de política Pop. En la que resalta de modo sobresaliente un uso eficaz de los medios de comunicación, especialmente la televisión, y ahora las redes sociales. Me refiero a algo muy viejo, la implicación entre medios de comunicación y política y, sobre todo, entre televisión y política. Lo que por virtud o por defecto no hace más que revelarse cada vez más cardinal.

Si hoy la televisión es un social media, la política necesariamente va a ser más Pop, o afterpop, como dice Fernández Porta. “Está todo en la web, transmitimos en streaming la asamblea. ”No hace falta hacer preguntas“, decía el ciudadano portavoz de 5 Stelle, que recuerda los sueños del 15M español.

Por ejemplo, Berlusconi en Italia, o el Partido Popular en España, como la derecha en general, han utilizado durante mucho tiempo una estrategia mediática elemental, la de repetir continuamente mensajes y frases que centran eficazmente la atención del espectador, obteniendo de ello grandes logros electorales.

Como recordaba Lakoff, cuando se plantea si una determinada declaración política es mentira, es asombroso descubrir que, para la mayoría de la gente, lo menos importante es ¡si es verdad! ¿Cuantas declaraciones populistas recientes de miembros del Gobierno son mentira?

Pero lo que no se soporta es la confianza traicionada. Cuando las instituciones traicionan la confianza que se ha depositado en ellas con falsos pretextos. Cuando un presidente del Gobierno o un monarca piden privaciones, las razones del esfuerzo deben ser verdaderas y no falsos pretextos. Cuando se recortan los servicios sociales, el trabajo, la vivienda, los afectados se sienten traicionados por las cuentas en Suiza, por políticos que incrementan sus retribuciones, por el generoso rescate de los bancos, por las élites sociales de altos ingresos que no se hacen corresponsables de esos sacrificios.

Aquellos ciudadanos azotados por los escándalos de corrupción y una inesperada pobreza va a demandar un desarrollo superior de la democracia. Entonces aparecen signos del nuevo populismo, del odio recíproco que políticos profesionales y ciudadanos populistas se dedican.

Entonces la gente de a pie toma la palabra en esta nueva democracia pública, pinta en las fachadas de Madrid “El miedo va a cambiar de bando”, y entona Grandola, Vila Morena en las calles de Lisboa. Los ciudadanos, atenazados por problemas que los políticos ni respiran, piden que las instituciones sean transparentes. Piden conocer de primera mano a sus políticos, para saber el grado de confianza que merecen, si son conciudadanos o castas onorevoli.

Y aquí aparece la televisión o las redes sociales, los sistemas de la comunicación popular que se convierten en instrumentos más eficaces que el propio Parlamento. Un Parlamento opaco blindado por metros de vallas antimanifestantes, compuesto por personajes preocupados por su supervivencia, que observan a sus electores como los enemigos que les quieren desalojar. Indudablemente son signos del populismo, de este populismo que amanece, entre otras cosas porque nadie hace nada para impedirlo.

Este es el nuevo rol de la política pop, la gente necesita saber que no ha sido traicionada en su confianza, personalizar e identificar a aquellos que les reclaman algo, aunque sólo sea el voto. Gobierne quien gobierne esto ya es una democracia pop, pública o populista, es decir, televisada en streaming y retuiteada. Lo lamentable es que nuestros políticos profesionales, aquellos que ya llevan 30 años en política, no se han enterado, son como “muertos mudos”, tienen pánico a la televisión y se dan de baja en Twitter.

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