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La derecha lo hace cada vez peor y Vox espera

Los candidatos a la presidencia del Gobierno, en el debate de Atresmedia

Carlos Elordi

Por mucho que nos digan que los debates televisivos de esta semana han sido decisivos para la suerte de las elecciones, los estudios que se han hecho sobre experiencias similares concluyen que un debate mueve, al máximo, el 2% de los votos, siempre que no se salga de madre y hunda a uno de los rivales. No siendo despreciable esa cantidad, no parece que vaya a ser decisiva el 28 de abril. Entre otras cosas, porque se reparte entre las distintas batallas electorales que están librando los partidos. En consecuencia, lo verdaderamente decisivo es que las encuestas acierten o no.

La media de las que se han publicado apunta a una victoria del PSOE con bastante ventaja sobre el PP y, no muy lejos de este, el trío Ciudadanos, Unidas Podemos y Vox, con distancias entre ellos que pueden perfectamente ser anuladas por el margen de error que admiten todos los sondeos. Además, casi todos ellos concluyen que la suma de escaños de las tres derechas no conseguirá la mayoría absoluta.

Un importante volumen de indecisos o de personas que no confiesan el sentido de su voto, distinto según cada encuesta pero algo mayor que el que se registró en las vísperas de comicios precedentes, podría alterar seriamente ese retrato. El desastre de los institutos demoscópicos en las elecciones andaluzas alienta la desconfianza. Pero lo normal es que un fallo garrafal no se repita, que el que más o el que menos haya tomado medidas para evitarlo. Y, por tanto, hay que suponer que lo que han publicado recoja bastante bien las tendencias reales del electorado.

A la luz de esa suposición, se puede entender mejor la actuación de los cuatro líderes en los debates del lunes y del martes. Pedro Sánchez jugó a no perder un ápice la ventaja que le atribuyen los sondeos, Pablo Casado y Albert Rivera hicieron todo lo que sus asesores les dijeron que tenían que hacer para ser el primero en la batalla interna de la derecha, dejando de lado la posibilidad de erosionar el voto socialista, y Pablo Iglesias apostó por recuperar lo que pudiera del voto perdido por su partido y por él mismo.

En líneas generales, se puede concluir que tanto el primero como el último han alcanzado sus objetivos. En el caso de Iglesias, sobradamente. Hace un mes muchos le daban por muerto políticamente. El martes fue la figura del debate y su solvencia dialéctica le colocó muy por encima de todos sus contendientes. Es imposible saber cómo se traducirá en votos ese éxito de imagen, cuántos antiguos votantes de Unidas Podemos que habían optado por la abstención volverán a las filas de ese partido y cuántos de los que dudaban entre él y el PSOE se hayan decantado por Iglesias tras comprobar que éste sigue estando entero y verdadero. Probablemente, no sean muchos, pero sí los suficientes para que la derrota de UP sea menos gravosa de lo que hasta ahora se ha previsto y, sobre todo, para que Iglesias, aún con un grupo parlamentario bastante más reducido que el actual, siga siendo una referencia en el panorama político. Lo cual también tendrá efectos significativos en la crispada situación interna de la organización.

Tras lo dicho por Sánchez y por Iglesias en los debates, la posibilidad de un entendimiento postelectoral entre el PSOE y Unidas Podemos no solo parece más factible, si los resultados acompañan, sino que empieza a perfilarse como más estable y productivo de lo que lo era hasta ahora. Y ese sería un dato importante para hacer frente a los duros retos que tendrá ante sí el gobierno que surja del 28 de abril.

El más conspicuo de todos ellos será la oposición feroz que le harán los tres partidos de la derecha si son derrotados. En la cuestión catalana, en primer lugar, pero también en los demás frentes, en particular en el fiscal y el económico. Hay que esperar a los resultados para saber en qué condiciones afrontará la derecha esa perspectiva. No cabe descartar que pésimos resultados por parte del PP y de Ciudadanos provoquen crisis internas de incierto resultado en ambos partidos. Pero nada de eso, por grave que sea, alterará la previsible línea de ataque a la izquierda que uno y otro adoptarán tras las elecciones. Al menos en una primera etapa, que no se puede descartar que eventuales cambios internos que seguirían a esas hipotéticas crisis lleven a un cambio de actitud.

Puede parecer voluntarista y utópico abundar en ese terreno especulativo. Pero el lamentable espectáculo que dieron tanto Pablo Casado como Albert Rivera en los debates televisivos no habrá pasado inadvertido a algunos cuadros de sus respectivos partidos. Porque esas actuaciones no solo evidenciaron su mediocridad. También confirmaron que ninguno de ellos da la talla para ser presidente del gobierno, para dirigir la política de un país tan complicado como España. Solo cabe esperar que las urnas cieguen esa posibilidad. Lo contrario sería espantoso.

Se ha opinado mucho si el veto a Vox en el debate de Atresmedia perjudicaba o favorecía al partido de Santiago Abascal. Y cabe concluir que, si bien no aparecer no es bueno cuando la política es tan mediática, la pésima imagen que han dado sus rivales de la derecha es una excelente noticia para Vox. Porque los insultos, las mentiras y las payasadas de Casado y de Rivera, sobre todo de este último, rayanas en el ridículo, pueden ser perfectamente interpretadas por Abascal y los suyos como signos de impotencia y debilidad para hacer la política dura y sin contemplaciones que Vox propone y que los otros no se atreven a aplicar porque son “cobardes”. Habrá que ver el impacto electoral de esas eventuales lecturas.

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