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Una derecha inteligente

Pablo Casado, Mariano Rajoy y Ana Pastor en la convención ideológica que el PP celebró en mayo.

Antón Losada

Hubo un tiempo en que el Partido Popular sabía dónde estaba, qué defendía y qué quería conseguir. Se trataba de una máquina política de una eficacia contundente y una disciplina encomiable a la hora de diseñar e implementar una estrategia para alcanzar sus objetivos. Viendo hoy esta organización con su liderazgo escondido en la semiclandestinidad, vacilante ante los desaires de su socio de ultraderecha, que no se atreve ni a reprobar la arrogancia y la falta de empatía de un Ortega Smith incapaz de repetirle a la cara a una víctima las mismas barbaridades que acaba de berrear desde el atril, que ha renunciado a obtener una posición de ventaja en la Mesa del Congreso porque tampoco se atreve a dejar fuera a los ultras, no queda más remedio que echar de menos a aquel PP. Era un adversario temible y un formidable competidor político pero, al menos, sabías a qué atenerte. Con el PP de Pablo Casado lo único cierto es que le van a temblar las piernas ante sus socios ultras, todo lo demás parece una lotería.

Si algo nos ha enseñado el ascenso de la derecha extrema por toda Europa es que, cuando la derecha de siempre le abre la puerta, se cuela hasta la cocina y se queda la casa entera. Mariano Rajoy lo sabía y nunca les dio bola. Pablo Casado seguramente también lo sabía pero, como tantos otros líderes conservadores europeos arrasados por sus rivales ultras, creyó que podría manejarlo. Ahora ya sabe que no tiene ni idea de cómo cerrar la puerta que él mismo abrió. Ahora ya sabe qué sienten las víctimas indefensas de los abusos verbales de individuos como Ortega Smith porque es una de ellas y sólo se siente seguro en el silencio.

Como otros muchos antes, ha cometido el error de pensar que los votantes que se le iban a Vox volverían si lograba convencerlos de que, en el fondo, no había tantas diferencias; que los ultras de Vox, en realidad, también eran buena gente de derechas a la que había que enseñar el camino de vuelta al hogar; que había muchas más cosas que los unían que aquellas que los separaban. El resultado salta a la vista: aquella gran casa común de la derecha de la que hablaba Manuel Fraga ya no pertenece al PP, ahora están de alquiler, como todos los demás.

Aquel PP ordenado y efectivo que añoramos ya se habría fijado en las lecciones que han aprendido en la CSU, los socios bávaros de la CDU de Angela Merkel. En 2018 trataron de frenar a Alternativa por Alemania compitiendo con ellos en dureza ultra y discurso del miedo. Obtuvieron sus peores resultados en décadas y Alternativa se convirtió en la cuarta fuerza política. Este mismo fin de semana pasado, en el congreso de la CDU, el emergente líder bávaro Markus Söder, resumió la lección mejor que nadie poniendo de pie a los suyos al proclamar que “La ultraderecha son nuestro enemigo. La ultraderecha no es un partido conservador. Los conservadores no incitamos al odio, no dividimos a nuestra sociedad”. Así se trae a la gente de vuelta a casa, Pablo; cuando alguien les dice con claridad y firmeza que ya no están en ella y se equivocan si se quedan donde están porque allí jamás viviría ninguna derecha inteligente.

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