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La derechización dificulta una solución territorial

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Andrés Ortega

En España se ha producido una derechización del pensamiento territorial que dificulta una solución a los problemas planteados, entre ellos, pero no únicamente, el problema catalán, convertido en un problemón. Es parte de una derechización más general, de la que también es responsable una izquierda que no responde a los retos planteados, “vacía”, como la ha calificado Ignacio Varela, y a la que el debate territorial, y sobre todo el catalán, ha cogido con el paso cambiado. Más allá de lo que está ocurriendo, sorprende que se haya dejado de hacer diagnóstico sobre el porqué de lo ocurrido, lo cual a su vez va a impedir atender los retos como se debe. Es posible que este estado de ánimo, lamentablemente, impregne las labores de la Comisión para la Evaluación y Modernización del Estado Autonómico del Congreso de los Diputados, aunque allí los expertos dirán más de lo que dicen los políticos. Pero los primeros en hablar, los padres de la Constitución que están vivos, se han mostrado muy limitativos, muy conservadores. Recordemos que este país suele ser incapaz de reformar sus constituciones. Las echa a perder para poner en su lugar otras nuevas.

Más allá de las desventuras del procés catalán y de lo que está ocurriendo en y en torno al Parlament catalán y a la elección del nuevo president de la Generalitat, está empezando a cundir en algunos círculos la idea de que no se va a profundizar, sino a reducir, la autonomía catalana, y en general, todas las autonomías. Se oyen a responsables políticos, de uno y otro signo, afirmar que no se va a premiar a Cataluña después de lo que ha ocurrido, o abogar por una cierta involución del Estado de las Autonomías. Pero hay que comprender que el “problema catalán” es parte del “problema español”, y que resolverlo, o encauzarlo --no conllevarlo, ni ir saliendo del paso-- requerirá abordar ambas dimensiones, sobre todo cuando el “problema de España” va más allá de Cataluña.

Hay una derechización en un doble sentido. Por una parte, las encuestas suelen indicar un retroceso del Partido Popular, pero también una mayoría absoluta de PP y Ciudadanos sumados en caso de elecciones. Por otra, en las actitudes hacia el Estado autonómico, se aprecia una involución. El último Barómetro del Real Instituto Elcano señala que un 36% estaría a favor de menos autonomía para las Comunidades, frente a un 25% en 2015. Y los que están a favor de más autonomías son solo un 23% (y muy esencialmente en Cataluña y el País Vasco). Efecto, en gran parte, pero no únicamente, de la crisis catalana. En cuanto al discurso general, según se deduce de otras encuestas, el centro-derecha está a favor de una menor descentralización. La izquierda (excluyendo a los nacionalistas que se sitúan en esta franja, desde Bildu, ERC o Compromis) es más flexible, o presa de contradicciones internas, y en ella también hay recentralizadores, como ocurre en el PSOE o en Podemos. En general, la izquierda está más confusa, desmovilizada y barrida por la dimensión identitaria que cuando surge lo devora todo, y cuando no, carece de respuestas convincentes a los problemas económicos y sociales actuales.

La recentralización no parece el camino, incluso en un Estado tan descentralizado, pero poco federalizado (cooperación y solidaridad entre las unidades y con el centro), como el español. Pues me parece que la salida incluso si tarda --pues tardará hasta ver qué pasa en Cataluña y con todos los temas judiciales pendientes--, no pasa por ahí, por recentralizar. Ahora bien, el Estado de las Autonomías, como Europa, debe ser no solo una estructura, sino un proceso por el que se avance no únicamente de forma acumulativa, sino flexible. Eso lo podemos aprender también del federalismo alemán, aunque el término “federal” provoque algunas confusiones y rechazos en España. Pero lo importante no es cómo se llame, sino en qué consista.

“Es preciso, desde luego, afinar el estudio de los problemas. Pero, sobre todo, entenderse con lealtad. Creo que no sería difícil, yo me atrevo a decir que sería muy fácil si los castellanos estuviesen un poco mejor enterados de la realidad de Cataluña. Lo cierto es que el catalán, sobre todo el político catalán, conoce a España mejor que el político de aquí conoce los problemas de la región catalana: y, sobre todo, los hombres de Cataluña, que en este momento, por necesidad y por táctica, aun cuando no fuera por sentimiento, son profundamente leales respecto de nosotros. Saben mejor que nadie que sus problemas vitales no pueden aislarse del mundo y que su intermedio tiene que ser la nación española. Pero no puede olvidarse que tienen también su problema interior, político, embravecido, que es una realidad, que les ata las manos; y debe ser una realidad para nosotros, porque es una obligación que lo sea”. Estas palabras del Dr. Gregorio Marañón, están en un texto de septiembre de 1931 publicado en El Sol, que ha recuperado Antonio López Vega en un magnífico libro escrito al alimón con José Lasaga sobre “Ortega y Marañón ante la crisis del liberalismo” (Cinca). No es que el médico intelectual acertara. Solo a medias. En la medida que lo hizo y sigue siendo actual, como en el caso de Ortega, no debe ser objeto de entusiasmo, sino de preocupación debido a la permanencia o resurgimiento de algunas cuestiones y condiciones. Pero también nos sirve para calibrar en qué se ha errado.

Sigo pensando que el Estado de las Autonomías ha sido un éxito, pero que requiere repensarlo. Ha sido un éxito en términos económicos y de proximidad, de buenos servicios a los ciudadanos, aunque no de conocimiento mutuo entre españoles, ni por falta de control, de corrupción. Y no ha servido para resolver el problema catalán que ha cobrado nuevas dimensiones. No es este el lugar del diagnóstico, ni siquiera de la terapia. Sino meramente de apuntar caminos de esperanza, o tan solo de meras posibilidades --y otros que no lo son--, y que pasan por ejercicios de imaginación y de razonabilidad. Es verdad que no está el ambiente para una reforma de la Constitución. Sin embargo, es más necesaria que nunca. Aunque quizás haya que acabar como Marañón su artículo, con que “hay que ahorrar muchas palabras, muchas palabras”. Cuando faltan, añadimos, movimientos constructivos.

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