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La desigualdad, olvidada

Jesús López-Medel

Han pasado tres meses desde las elecciones generales, tras unos juegos ajedrecistas y de sobreactuaciones teatrales, con firma solemnes de pactos que nacían insuficientes. Incluso un debate y un fracaso anunciado donde todos los actores están más pensando casi desde el primer momento en sus propios intereses ante la repetición buscada de nuevos comicios. Todo ello, mirándose todos de reojo, algunos también al ombligo o las cuchillas internas desatadas incluso ahora.

Es largo tiempo donde se han tratados públicamente varias cuestiones. Lo que más ha ocupado a los políticos actuantes y los voceros, ha sido cómo trasladar a la opinión pública de que el culpable del no pacto es el otro, el contrario generalmente el más cercano teóricamente.

Junto a ese ejercicio de persuasión, solo algunos temas son los que se están saliendo a debate. Entre ellos, está casi como asunto estrella, el de las diputaciones provinciales. Pero es un debate más teórico e interesado en los ocupantes de esas instituciones que real a nivel de interés ciudadano.

Junto a ese, otros como la reforma imposible de la Constitución, algo el tema territorial centrado solo en referéndum si o no y algo que más que debatirse, sigue siendo permanente actualidad: la corrupción. Pero sobre esto último lo que hay es solo más noticias pero no debates ni propuestas….ni siquiera críticas.

Es significativo que tras descubrirse que el candidato del PSG-PSOE en las elecciones para dentro de seis meses, además de hacer su tribu piña y ser solidario al que se le atribuyen diez delitos, ningún partido ha reaccionado condenando drásticamente estas prácticas. Mejor callar, no vaya a ser que una crítica rotunda pudiese afectar a los juegos florales y de tronos. Porque de las corrupciones del PP, para que hablar si no desalientan a ninguno de los siete millones de 'fieles'.

Pero yo quiero referirme en este artículo a lo que no se habla o apenas se trata. Como si hubiera sido guardado en un cajón. En estos tres meses tras las elecciones han quedado relegados al olvido temas muy importantes. Es comprensible que están más ocupados los líderes en sus aspiraciones de poder, pero a no pocos ciudadanos nos preocupan determinados temas y también esos silencios, especialmente por quienes deberían seguir hablando de asuntos de gran calado, no solo de pactos.

Particularmente echo en falta que nada se hable de la peor plaga de estos últimos años cual es el incremento enorme de las desigualdades. La brecha social se ha ahondado y sectores de clase media o media baja, especialmente los más desfavorecidos, han sido los más afectados y golpeados por las decisiones de los dirigentes del PP y ya antes del PSOE. Son abundantes los estudios realizados en este tiempo poniendo de relieve con datos muy precisos el gran retroceso social de los españoles.

Hay estudios que fijan en un 52% la estimación de personas que estiman han descendido de clase social, y se considera por un 66% que la desigualdad social es uno de los problemas más graves de España. Así se recoge en un estudio elaborado por la empresa de investigación My Word que introduce el concepto de “consumidor ahogado” del que se hace eco Joaquín Estefanía.

Otros datos muy recientes, estos del INE, llevan a afirmar que la tasa de riego de pobreza o exclusión social (hablando de trabajadores con empleo) llega al 17,6%. Hasta el 40% no llegan a mileuristas. Y otro escalofriante: la renta media por hogar ha descendido un 13% en cinco años. Y se trata, repito de una media. ¡Como insisten en engañar a la población cuando hablan de lo que hemos crecido!

La realidad es devastadora y el panorama no se parece nada al existente antes de la crisis. No se puede echar la culpa a los ciudadanos cuando se ha repetido que “vivíamos por encima de nuestras posibilidades”. Si no hubiera habido la vergonzosa gestión financiera-política-inmobiliaria, con factores de impunidad por actuaciones irresponsables o la abundante corrupción, no habría acontecido la mitad de la mitad.

Además de que estamos hablando de personas concretas y grupos humanos, también se trata de democracia cuyo pilar son los derechos fundamentales tanto individuales como colectivos. El deterioro grande de estos, especialmente en los más vulnerables, es un retroceso democrático.

Y a nuestros dirigentes políticos, parece que gastaron todas palabras en la larga campaña. Pero lo cierto es que tras los comicios han dejado de hablar de ello. Han trascurrido tres meses desde las elecciones y ellos no hablan apenas de esto.  Quizás, si finalmente hay otras el 26 de junio, volverán entonces a tratar sobre ello algunos  grupos pues para otros no es, en modo alguno, una prioridad.

Algunos serán comprensivos con que no hay que saturar a la ciudadanía por los políticos. Cierto es que otras personas y grupos sociales siguen manteniendo viva en medios de comunicación y análisis la urgencia (no solo necesidad) de luchar contra las desigualdades generadas. Pero no son los políticos (no me refiero a los líderes) los que tratan de ello. Y no debe olvidarse que este es un debate que no puede quedar reducido, como se hace desde la derecha, a “igualdad de oportunidades”.

Es, como el asunto del tratamiento cruel, inhumano e injusto de los refugiados. No debe en modo alguno quedar relegado. Por eso hay organizaciones sociales y humanitarias, personas individuales, gente activa en redes sociales, etc que están permanentemente recordando la realidad de una infamia, con un desgaste humano que nos dan unas lecciones de compromiso.

Forma parte de la condición humana el no querernos cargar de escenas, imágenes o ideas que proyectan desgracias si son de otros, tanto a nivel interior como exterior. Pero hay situaciones que no pueden dejar de tratarse, abordarse, recordarse, corregir y la desigualdad es algo que no debía haber dejado de estar permanentemente en el debate de los dirigentes políticos.

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