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El diésel mata; las bicis, no

Gumersindo Lafuente

Bicicletas y peatones, este será el paisaje sorprendente del centro de muchas ciudades españolas durante el próximo fin de semana. Por unas horas podremos experimentar lo que significa moverse y disfrutar de una ciudad casi sin coches. Este oasis de civilidad será posible gracias a que estamos celebrando la semana europea de la movilidad, que incluye el día mundial sin coches el próximo 22 de septiembre.

Lo que hasta hace muy poco era una celebración casi simbólica, empieza a convertirse en una reivindicación urgente y necesaria. Hemos construido nuestros centros urbanos en honor al automóvil privado y ahora empezamos a darnos cuenta de que si no rectificamos pronto el error, se convertirán (ya lo son muchos días del año) en ratoneras de atascos y contaminación que los harán (los hacen) invivibles.

Tras muchos años de evidencias, hace bien poco empezamos a preocuparnos por el tabaco, señalado por fin como causante de gravísimas enfermedades. También nos preocupan los productos químicos que se usan en la agricultura y pueden llegar a envenenar nuestros alimentos. Y sin embargo pasamos por alto la contaminación que producen automóviles, autobuses y camiones, que empieza a ser tan dañina o más para nuestra salud como los otros agentes que tanto nos atemorizan.

En 2012 la Organización Mundial de la Salud (OMS) certificó que las emisiones de motores diésel producen cáncer de pulmón y de vejiga. Pues bien, España es uno de los países con más automóviles diésel de Europa. Por años su compra ha sido subvencionada, aún hoy, los planes PIVE no hacen distingos. Las cifras son espeluznantes, en lo que va de 2015 (de enero a agosto) el 63,4% de los coches vendidos llevaban un motor diésel bajo su capó, el 34,9% de gasolina y tan solo el 1,7% eran híbridos o eléctricos.

Y no lo dudemos, el diésel mata. Madrid, por ejemplo, supera con frecuencia los límites establecidos por Europa en contaminación por partículas en suspensión (que se agarran como lapas a nuestros pulmones) y también en óxido de nitrógeno. Y toda esa “mierda” la producen los motores diésel, esos que durante años la publicidad nos ha vendido como económicos, limpios y duraderos. Pero se les olvidó advertir que eran venenosos, como ya ocurrió en su día con el tabaco.

Es hora de que nos tomemos en serio este asunto. Europa empuja tímidamente con una reglamentación que obliga a etiquetar los coches según su grado de contaminación para luego aplicar cargas a los más sucios (fiscales, en los aparcamientos regulados, prohibición de entrar en el centro de las ciudades...) y ventajas a los más limpios. Pero España no parece tener mucha prisa en implementarla. Es conocido el poder que tiene el sector en nuestra economía.

Y ya sé que mentar al coche hoy es para algunos más grave que mentarles a la madre. Se han convertido en iconos del éxito y el poder. Pero tenemos que sacarlos del centro urbano, primero a los más contaminantes y luego a casi todos los demás. Servicios públicos, taxis (pero no diésel), híbridos, eléctricos, bicis (muchas) y peatones, ese es el menú imprescindible para poder respirar y moverse sin miedo por nuestra ciudad.

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