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El dilema de Ciudadanos: ayudar a España o desaparecer

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera (en el atril), asume los pésimos resultados de su partido en la sede de la formación naranja, que ha pasado de los 57 escaños conseguidos en los comicios de abril de 2019 a 10 en noviembre, en Madrid (España) a 10 de noviembre de 2019.

José Miguel Contreras

El resultado electoral del pasado 10 de noviembre ha planteado una compleja situación a la hora de conseguir la gobernabilidad del país. Sólo puede hacerse efectiva si se asumen amplios acuerdos que reúnan esenciales intereses comunes. El preacuerdo entre PSOE y UP supone superar una barrera que parecía infranqueable. Con seguridad, para las dos partes este pacto no cumple el objetivo preferido. Sin embargo, es una buena muestra de la necesaria capacidad de adaptación de la política a las exigencias de cada momento.

El problema, como de todos es sabido, es que no basta con esta coalición progresista para conseguir la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y, mucho menos, para garantizar una legislatura con una mínima estabilidad. Se hace imprescindible abrirse a otras alianzas que generan no pocas dificultades. Se cuenta a priori con la buena predisposición de grupos como Más País, PNV, PRC, BNG, TE y un diputado de CC. En total, se suma como máximo 168 escaños. Faltan 8 para la mayoría absoluta o al menos 15 abstenciones para que el sí supere al no en la votación definitiva.

Las alternativas son escasas. La llamada gran coalición de PSOE y PP está completamente descartada. Sólo hay dos alternativas matemática y políticamente posibles: por un lado, la abstención de los independentistas de ERC y Bildu o, en la otra dirección, el apoyo de los 10 diputados de Ciudadanos.

Gabriel Rufián lo anticipó con claridad en la fracasada investidura del mes de julio. Para ERC ahora es mucho más complicado que entonces comprometerse a facilitar el Gobierno de Pedro Sánchez. Si ERC pretende obtener contrapartidas relacionadas con la actual deriva soberanista, inviabilizará la negociación antes de comenzarla. La otra vía es más sencilla aritméticamente. Si los 10 diputados de Ciudadanos respaldaran una alianza de partidos progresistas, habría mayoría absoluta en la Cámara. Después de lo vivido estos últimos tiempos, parece imposible, pero merece la pena plantear la reflexión antes de enterrarla.

Ciudadanos consiguió su éxito político cimentado en presentarse como un partido de centro que tenía tres ejes que marcaban su posicionamiento: la oposición frontal al separatismo, el abierto combate frente a la corrupción y la defensa de la estabilidad presupuestaria apoyada en una concepción liberal de la economía. Como sello de identidad establecieron una eficaz estrategia de ocupar la privilegiada posición de ser el único partido de Estado con capacidad de facilitar la gobernabilidad de cada territorio apoyando a la formación más votada en cada proceso electoral. En esta línea, sustentaron al PSOE en Andalucía y al PP en Madrid. Su evolución en los sondeos fue espectacular. En mayo del pasado año, Ciudadanos figuraba en todos los sondeos como la primera fuerza política con un porcentaje de voto estimado que superaba el 26%. A partir de ese momento todo se complicó.

Albert Rivera se convenció de que podía ser presidente de gobierno. Creyó que era capaz de adueñarse del espacio de la derecha en plena crisis existencial del PP. Ciudadanos había acumulado un enorme estanque de agua limpia y regeneradora con simpatizantes provenientes tanto del centro derecha como del centro izquierda. En ese momento, decidió abrir el desagüe y expulsar a quienes secundaban su ala progresista. Desde entonces, vino el apoyo al PP en Andalucía con el sustento de Vox, la foto del trío de Colón, el fracasado intento de sorpasso a Casado el 28 de abril y la alianza total con los populares tras las elecciones autonómicas y municipales del 26 de mayo. A esas alturas, el tapón del estanque que habían dejado abierto seguía dejando escapar agua a raudales.

Tanto desde dentro como desde fuera de Ciudadanos, multitud de voces alertaron de que el fondo del estanque era ya visible y de que la situación podía hacerse irreversible. El agua que quedaba empezaba a girar con velocidad hacia el desagüe. Habían ido demasiado lejos en su apuesta y no resultaba fácil pensar con claridad. Sin embargo, apareció una extraordinaria oportunidad. La incapacidad de la izquierda para acordar una alianza abocaba a nuevas elecciones en el mes de septiembre. En ese momento, Ciudadanos contaba con 57 diputados que, sumados a los 123 del PSOE, llegaban a 180. Los socialistas, se diga lo que se diga, no deseaban elecciones. Si Rivera hubiera concretado una oferta realista a Sánchez antes de la disolución de las Cortes, la historia hubiera podido dar un giro inesperado y hubiera vuelto a colocar a Ciudadanos en el centro del mapa político. Ese apoyo hubiera significado taponar de golpe la pérdida de agua e intentar recuperar el papel original que tanto éxito le había dado hasta un año antes. Hubiera implicado ser coherente con los doce años precedentes, frente a los errores cometidos en los últimos meses. Hubiera supuesto recuperar sus auténticas señas de identidad. El agua seguía girando, cada vez a más velocidad, cerca ya del sumidero.

La debacle electoral vivida para Ciudadanos es inapelable. Rivera se ha marchado asumiendo su responsabilidad en la insistencia en el error. Ahora se abre la incógnita de cómo abordar el futuro. La crisis coincide con una sorprendente coyuntura que, milagrosamente, vuelve a abrirle a la formación naranja una última vía de salvación. Es posible taponar a tiempo y evitar la desaparición completa del proyecto. Los 10 votos con los que cuenta podrían ser decisivos para negociar con la alianza de partidos progresistas algunas condiciones coherentes con las señas de identidad de Ciudadanos durante toda su trayectoria, fuera de la fiebre vivida últimamente. Se pueden acordar principios básicos de estabilidad presupuestaria en una economía manejada por Nadia Calviño; se pueden garantizar rígidas medidas de transparencia que impidan cualquier atisbo de corrupción; y en el conflicto catalán se puede negociar un marco de actuación dentro la Constitución. Ciudadanos debería consultar a sus bases el acuerdo y dispondría de 4 años para replantear su futuro. Tendría un papel activo en la gobernabilidad del país e incluso llegar a colaborar en algunas tareas en la Administración. Finalmente, Inés Arrimadas y los suyos podrían desterrar durante toda la legislatura la dependencia de los partidos secesionistas en la política nacional. Sería una prueba evidente de su apuesta por la España que tanto han proclamado defender. También tienen otra alternativa. Seguir con el desagüe abierto y continuar en la misma línea que le ha llevado hasta el límite de su desaparición. Ese es su dilema: ayudar a España o desaparecer.

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