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Los discursos de esta crisis y la crisis de estos discursos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante uno de sus discursos.

Garbiñe Biurrun Mancisidor

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Llevamos varias semanas de crisis de la enfermedad COVID–19 y también varios discursos relevantes. Relevantes por quien los ha pronunciado y por el momento de crisis de salud y sanitaria y de zozobra y angustia ciudadanas, con un número conocido de contagios que no cesa de aumentar y de personas fallecidas que también se incrementa cada día.

En este contexto, es perfectamente comprensible que la ciudadanía esté –estemos– pendiente no solo de las noticias y de los concretos datos que se nos proporcionan, sino también de los mensajes y acciones previstas por quienes tienen las máximas responsabilidades en el país.

Cinco discursos han merecido en los últimos diez días muy particularmente mi atención: los pronunciados por el presidente Sánchez los dos últimos sábados y este domingo mismo, el del rey, el pasado miércoles, y el del vicepresidente Iglesias, el jueves. Todos tenían gran interés y de todos se esperaban noticias sobre las acciones decididas y emprendidas en todos los terrenos.

Pero no todos estos discursos han estado, en mi opinión, a la altura de las expectativas. Ni mucho menos. Tengo que salvar los dos primeros discursos del presidente, en los que, respectivamente, anunció su decisión de declarar al día siguiente el estado de alarma y comunicó finalmente las concretas medidas decretadas por el Gobierno. Fueron relatos de relevancia máxima, habida cuenta de la situación que se generaba, de la novedad que suponía, de su enorme incidencia en la vida diaria de cada persona y de su trascendencia para una lucha efectiva contra el virus. Necesitábamos saber lo que ocurría y también lo que se nos venía encima; necesitábamos comprender las razones de estas gravísimas decisiones y también el alcance de la imprescindible colaboración ciudadana.

Y entiendo, con todos los matices que se quieran expresar, que estas dos comparecencias del presidente, insustituible en esos momentos, eran precisas y resultaron útiles. Aunque haya fallado otra vez de manera estrepitosa en sus cálculos, pues anunció que esta semana que ha pasado se alcanzaría el número de 10.000 personas infectadas, cuando ya este domingo se han alcanzado las 28.000.

Salvo también de la quema el discurso del vicepresidente Iglesias, pronunciado para explicar las medidas sociales adoptadas en este marco. Es más que posible, como se ha dicho ya reiteradamente por un gran número de comentaristas, que con dicha comparecencia buscara hacerse un hueco de presencia pública en un momento en el que las atribuciones políticas de la gestión de la crisis se habían adjudicado a cuatro ministerios gestionados por miembros de la parte del PSOE en el Gobierno. Pese a ello, fue también una comparecencia imprescindible, dada la repercusión social y económica de esta crisis, con manifestaciones que la mayoría tenemos bien cerca en las residencias de mayores y en las personas que van a perder, siquiera al menos temporalmente, su empleo y su salario, por lo que la explicación de las medidas adoptadas en este sentido era extraordinariamente útil.

Salvados ya todos los discursos que he podido y dejando al margen otras comparecencias igualmente necesarias, pero de otra trascendencia política, tengo que referirme a tres relatos que, aunque podían haber sido también útiles, no lo han sido, debido a su contenido.

El primero de ellos, en el tiempo, el del Jefe del Estado, cuyo discurso el miércoles pasado llenó de asombro a parte de la ciudadanía –no diré si grande o pequeña, pues no la he medido– por lo irrelevante de su contenido. No dudo de la necesidad de su comparecencia en algún momento y, desde luego, debió haber hablado antes y no tras casi cuatro días después de la declaración del estado de alarma y de muchos más días de angustia ciudadana. Pero, cuando se comparece, se comparece para algo y esto fue lo que fracasó estrepitosamente en su discurso, pues fue vacuo, superficial e intrascendente, lleno de lugares comunes y frases hechas, que demostraban poco o nulo convencimiento y mucha o enorme distancia.

Los datos hablan por sí solos sobre el interés de la ciudadanía, pues habría sido, según se dice, su discurso más seguido. Y, seguramente, no solo por la crisis del coronavirus, sino por la que tiene en su casa y en la propia Jefatura del Estado con los inacabables escándalos de su padre. Pero, no solo no mencionó al anterior Jefe del Estado, ni sus gravísimos tejemanejes –o delitos, incluso– económicos y fiscales sino que, sobre la crisis que ahora vivimos, ¿qué vino a decir? Poco o nada, la verdad, resultando claramente prescindible y alejándose un poco más, si cabe, de la ciudadanía, a la que no consiguió insuflar ánimo, ni compromiso, ni emoción solidaria, ni ningún otro sentimiento ahora necesario. Lo que demuestra la prescindibilidad de su persona y de una institución que, una vez más, ha llegado tarde y mal. Lo de mal, parece ya irresoluble por la nula empatía que se viene demostrando. Lo de tarde, resulta imperdonable.

Los otros dos discursos insalvables son el del pasado sábado y el de este domingo del presidente Sánchez. ¿Alguien sabe para qué compareció en las dos ocasiones y qué anunció, salvo, una vez más, que lo más duro esta por llegar? Ya llamó la atención lo insustancial y vacío de su interminable relato del sábado, pero aún lo hizo más el domingo, cuando se conoció oficialmente que el Gobierno solicitaba ya al Congreso de los Diputados la prórroga del estado de alarma por otros quince días –si bien ya constaba la convocatoria del Pleno del Congreso para el próximo miércoles a tal fin–, noticia en todo caso relevante como para haber sido anunciada en directo a la ciudadanía que, una vez más, atendía expectante su comparecencia. Pero no lo hizo el sábado y lo ha hecho el domingo por la tarde, cuando ya se conocía desde la mañana.

Tampoco se han dado explicaciones sustanciales sobre las reclamaciones de varias Comunidades Autónomas en relación con los equipamientos necesarios y con la petición de medidas más drásticas de confinamiento y paralización de actividades. En ambas comparecencias se han dado datos y más datos –repetidos en ambas– sobre consumos de determinados bienes y servicios que revelarían el compromiso ciudadano de quedarse en casa y se ha dado también noticia de medidas que ya habían sido publicadas algún día antes en el BOE. Pues para esto no se comparece así, ya que no se debe utilizar a la ciudadanía para tareas de mera propaganda –así califico esta intervención, pues no le veo otro propósito– y menos en una situación como la que vivimos. Discursos totalmente prescindibles pues, como dijo el filósofo y matemático Thomas Carlyle, “los discursos que no conducen a alguna manera de acción más vale no pronunciarlos”.

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