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Las élites, la moción ‘kleenex’ y el arrogante populista

Pedro Sánchez celebra su victoria en las primarias del Partido Socialista. Foto: PSOE

Adolf Beltran

Para movilizaciones masivas, la de las primarias del PSOE. Llevar a la urnas un domingo de mayo a 150.000 militantes, que acabaron resituando con contundencia a Pedro Sánchez como secretario general, fue un ejercicio que superaba incluso, en épica y en efectos, la energía que desplegó Podemos en su segunda asamblea ciudadana de Vistalegre, en la que 130.000 votantes participaron a lo largo de unos días frenéticos de febrero a través de Internet en la reelección de Pablo Iglesias frente a Íñigo Errejón como máximo dirigente.

Ambos procesos tenían un interés indiscutible, que no se centraba solo en la elección de líder. Y como ha revelado el intento posterior de la formación del círculo, al volver a convocar en mayo una consulta digital de seguimiento muy inferior para apoyar la moción de censura contra Rajoy, el estado de excitación colectiva ha declinado en Podemos justo cuando llegaba a su punto álgido en el PSOE.

Por parte de estos últimos, la intensidad y la alta participación eran la mejor manera de desactivar las pretensiones “tácticas” de una moción de censura y una concentración en la Puerta del Sol cuya intención apenas escondida, dadas las fechas y los gestos, era ahondar en el eventual desencanto socialista.

Contra pronóstico, las primarias del PSOE han desautorizado a toda la vieja guardia del partido y han descalabrado al nutrido aparato de cuadros orgánicos y cargos institucionales que secundó meses antes el derribo del secretario general. Fue una auténtica rebelión de las masas. Una movilización política que no necesitó recurrir a metáforas como la casta o la trama para identificar sus objetivos.

Con el triunfo de Sánchez, la perplejidad de cierto elitismo de inspiración orteguiana, instalado hace tiempo entre creadores de opinión y dirigentes incapaces de captar la distancia cada vez mayor entre el poder y la gente corriente, se ha convertido en una indisimulada aprensión. Da auténtica lástima leer artículos y escuchar análisis procedentes de esos sectores que reducen el problema a una especie de epidemia de irracionalidad que hace estragos entre la ciudadanía peor informada. Una actitud irritada en cuya argumentación victimista y doliente se mezcla todo dentro de la confusa coctelera del populismo, cuando lo pertinente sería empezar por diferenciar a la extrema derecha de la demagogia más o menos morada, más o menos roja.

¿Forzar traumáticamente la abstención del PSOE, en una maniobra que ha hecho posible que Mariano Rajoy gobierne como si tuviera mayoría absoluta, no es acaso una fuente justificada de malestar y de disidencia? ¿Qué hay de irracional en poner las cosas en su sitio?

Por otra parte, el desprecio hacia el que consideran arrogante promotor de la moción de censura no hace sino ahondar el abismo abierto en la política entre la calle y las élites. Acusan a Pablo Iglesias y su partido desde esa mentalidad conservadora de izquierdas supuestamente útiles, cuyo mayor éxito es hacer creer que el cambio es imposible, de querer utilizar el Parlamento para fines propagandísticos.

Y no parece que el de hacer propaganda sea un uso menos legítimo del Congreso que obstaculizar la rendición de cuentas, impedir la investigación de casos de corrupción, amparar la manipulación indecente de la fiscalía y del poder judicial, dar oxígeno a un partido corrupto a cambio de mezquinas concesiones presupuestarias o sostener ante el conflicto secesionista en Cataluña una pasividad absurda, anclada en la defensa de una ley que por lo visto solo se puede reformar cuando conviene a algunos.

Desde luego, una moción de censura a Rajoy tiene todo el sentido y es, por tanto, legítima. Incluso si está destinada a no lograr su objetivo. Que sea legítima, sin embargo, no quiere decir que no tenga mucho más sentido (patriótico, si se quiere) intentar que, además, sea eficaz en el pulso con la derecha. Y eso es lo que plantean a Podemos sus aliados de Compromís, que también lo son del PSOE en Valencia.

Joan Baldoví y Mónica Oltra lo han expresado con claridad. Preferirían que la iniciativa formara parte de una estrategia más amplia, con más recorrido, con más debate y negociación (que falta hace). Por supuesto, mucho más recorrido que el de dejar en evidencia a los socialistas en un momento en el que están todavía cerrando su proceso interno. Una moción kleenex, de usar y tirar, dará espectáculo, pero las circunstancias exigen más generosidad. Y más inteligencia.

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