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Hay encuestas que asustan

Sánchez pide a Podemos que se defina ideológicamente, más allá del oportunismo para ver exactamente sus propuestas

Carlos Elordi

Nada más conocerse la sentencia del Tribunal Supremo sobre la inhumación de Franco, Aitor Esteban dijo: “Ojalá lo hagan pronto, porque si vienen los otros…”. El portavoz parlamentario del PNV hacía así pública una inquietud que seguramente tienen muchos, pero que no está en la escena pública: la de que la derecha gane las elecciones. Ese fantasma se oculta tras el debate sobre lo que ocurre en la izquierda. Pero el PP crece en todas las encuestas, incluida la infausta del CIS. Y en la de GAD-3 para ABC hasta 97 escaños, 31 más que el 28 de abril, acercándose a un PSOE que se queda con 121.

A diferencia del CIS, este sondeo no carece de credibilidad entre los expertos. Y lo que importa del mismo no es el reparto final de fuerzas que vaticina –del que, por cierto, no sale ningún gobierno viable, salvo uno formado por el PP y el PSOE, o al revés– sino el formidable crecimiento del PP en unos pocos meses. Todo indica que buena parte del mismo se debe a la caída, de similares proporciones, de Ciudadanos. Pero lo que hay que preguntarse es si esa dinámica se va a quedar ahí, es decir, si existen o no condiciones para que el PP pueda seguir arañando votos no solo a Cs y Vox, sino también al PSOE. Hasta el punto de superarlo. Si eso ocurriese, aunque solo fuera por un escaño, lo convertiría en el primer partido del Parlamento. Y eso supondría un cambio radical del panorama político.

Otras encuestas, y sobre todo algún tracking interno de los partidos, en particular del PSOE, abundan en esa misma dirección, aún sin llegar a un crecimiento tan sólido del PP como el que apunta Gad-3. En este sondeo, el PSOE saca un 6% de votos al PP (27,4% frente a 21,4%). ¿Es esa distancia insuperable en el mes y medio que queda hasta el día de las elecciones? No necesariamente.

Bastaría que el PP creciera un 3% adicional y que el PSOE perdiera otro tanto para que los porcentajes se igualaran. Y más que de eventuales hallazgos de la campaña de Pablo Casado, la clave para que eso ocurra o no es que Pedro Sánchez aguante en su actual nivel de voto. Que diga lo que diga el CIS, no parece que es mucho más alto que el del 28 de abril.

Un primer problema para Sánchez es que el índice de fidelidad de voto es más alto en el PP que en el PSOE. No muchísimo, pero sí lo suficiente como para ese sea un factor a tener en cuenta cuando las diferencias entre uno y otro partido pueden ya no ser tan grandes.

Pero más allá de ese dato, el mayor problema del líder socialista es que su trayectoria política en los últimos tiempos está demasiado marcada por sus idas y venidas y por algún sinsentido como para que eso no haya tenido un impacto negativo en su imagen pública. Para un sector de la izquierda, en el que seguramente hay unos cuantos votantes socialistas, su incapacidad para formar un gobierno progresista es un indicador muy serio de sus límites políticos. Para el público en general, aunque la parte del mismo que importa a efectos electorales es el de los ciudadanos susceptibles de cambiar de voto, Sánchez aparece ahora como un político dubitativo que no parece tener claro qué camino tomar.

Pablo Casado tuvo una etapa inicial que adoleció de similares defectos. En grado superlativo, además, como cuando abrazó la causa de la ultraderecha, una iniciativa que le hundió hasta los 65 escaños, pero que en el PP alguno sigue defendiendo porque cree que eso frenó a Vox. Lo cierto es que tras el 28 de abril ha cambiado de registro. Habla más despacio, a veces lee, se ha dejado barba y evita siempre que puede el exceso verbal y el tremendismo que antes prodigaba como si creyera que solo así podía ganarse el puesto que le había caído del cielo.

A eso algunos le llaman haber emprendido el camino del centro. Para nada. Sigue siendo igual de derechas y admirador de Aznar. Pero ha dejado de aparecer como un niñato histérico, ha adquirido formas más respetables. Ya no produce tanto rechazo ni da miedo. Y no mete la pata. Evita los charcos, en la medida de lo posible hasta el de Cataluña, y se da aires de hombre de Estado.

¿Puede este “hombre nuevo” desbancar a Sánchez? Dependerá de que éste pueda superar los berenjenales en los que se ha metido y de hacer frente a las graves dificultades que se avecinan a corto plazo. La crisis catalana y particularmente la situación que se puede crear tras la sentencia del procés es la primera. La derecha espera que Sánchez falle en este envite, que no sepa aplicar la dureza que ella exige y que un sector, seguramente mayoritario, del electorado, de todos los colores, no solo aceptaría sino que también exigiría si el independentismo se desmanda. O que se meta en un lío del que no sepa salir.

La otra es la economía. O mejor, la lectura que hace buena parte de la ciudadanía, y particularmente la más moderada políticamente, de los rumores, y evidencias, de que la situación económica está empeorando seriamente. Hasta el momento, Sánchez parece no haberse enterado de que la preocupación al respecto aumenta sin parar e insiste en el único argumento de que el PIB español crece más que los del resto de Europa, mientras que Casado no deja de lanzar alarmas. ¿Cambiará de registro y convencerá de que él es el mejor para afrontar los problemas que pueden llegar y de que no le pasará como a Zapatero? ¿O más de un ciudadano preferirá a Casado por aquello de que la derecha se maneja mejor en esos trances?

Sí, lo que está ocurriendo en la izquierda es muy interesante y hay que seguirlo con atención. Pero a menos de que se produzca un milagro electoral, ni un buen pacto a tres –PSOE, Unidas Podemos, Mas País– dará el gobierno, que en todo caso seguiría dependiendo de los nacionalistas, catalanes y vascos. Y un gobierno PSOE-Ciudadanos parece cada vez más una entelequia. Por lo que la gran batalla del 10 de noviembre se combatirá entre el PSOE y el PP. Y no cabe descartar que al final gobiernen juntos. Sobre todo si Casado saca más escaños que Sánchez.

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