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El escándalo de la democracia llega a Vistalegre

Víctor Alonso Rocafort

Podemos ha saltado este fin de semana plenamente al tablero institucional, en palabras de Pablo Iglesias, para “ocupar su centralidad”. De movimiento ciudadano a partido político. Quienes allá por el mes de enero ordenaban como podían el acceso al pequeño Teatro del barrio de Lavapiés, donde se presentaron, este sábado entraban en Vistalegre aclamados por miles de gargantas, rodeados por las principales cámaras del país. Lo impredecible del mundo político es capaz de esto y mucho más.

Y si las acciones en el mundo político son difíciles de prever, más aún lo son si hay libertad de expresión y se retira la autocensura. Esto es lo que ha sucedido en Vistalegre. Normal que escandalicen. Un congreso donde, previamente, decenas de equipos han estudiado y trabajado los documentos a presentar estos días mediante múltiples encuentros por toda la geografía española. Sin que nadie les dijera lo que debían decir o callar. Y vaya si han dicho.

El nuevo partido en ciernes se enfrenta a un dilema de enjundia, y la llamada Asamblea Presencial se ha encargado de dejar las posturas claras. Hay una oposición considerable dentro de Podemos a ser meramente centro del tablero. En su lugar se busca empezar a cambiar las reglas del juego, hacer saltar el tablero desde el propio modelo de partido. Al mismo tiempo, eso no obstaculiza que haya un gran apoyo, que no entrega, al equipo que hasta el momento ha liderado el proceso.

Tras las bambalinas hay una lucha de poder donde no todo son sonrisas, nada nuevo aunque sí perfectamente evitable. Lo más interesante es que por encima de esto se da una disputa teórica de altura en un partido aún por hacer, y con posibilidades de gobierno. Casi nada.

Escribía Jacques Rancière que “para las personas de bien” la democracia “es un escándalo”, pues “no pueden admitir que su nacimiento, antigüedad o ciencia tengan que inclinarse ante la ley de la suerte”. El autor francés se refería aquí al “azar del sorteo” como procedimiento democrático radical y transgresor. La falta de dependencia de familias políticas de los así escogidos garantizaría, además, una bienvenida labor de fiscalización y arbitraje.

Uno de los libros más utilizados en las facultades de Ciencia Política estos últimos veinte años, Los principios del gobierno representativo, de Bernard Manin, estudia a fondo el papel democrático que el sorteo tuvo en Atenas y Florencia para reivindicarlo en nuestros tiempos. Allí exponía Manin que la elección tiene siempre un componente aristocrático por el cual se escoge a los mejores (aristoi), según una serie de cualidades que en determinado tiempo y lugar se establecen como virtuosas.

En el tiempo de la democracia mediática, que Manin denomina “de audiencias”, las virtudes de los aristoi residen en gozar de excelente presencia y oratoria. Y qué duda cabe de que, fuera de Podemos, pocos ganan en estas lides a Pablo Iglesias. Y, sin embargo, a veces se equivoca en las poderosas metáforas políticas que escoge. El baloncesto nada tiene que ver con la democracia. A pesar de ello insistió en que, si queremos ganar a Estados Unidos, nadie ha ser escogido al azar.

Sólo los más altos y fuertes juegan al baloncesto en la selección. Pero todos podemos ser protagonistas de la política. Esta es la gran lección democrática que nos legaron los clásicos y que, de vez en cuando, reaparece por la historia desde abajo; esta vez fue en Vistalegre.

Eso sí, antes hay que decir que lo de este fin de semana no ha sido una Asamblea Ciudadana estrictamente hablando. Hubo mítines, exposiciones, pero la mayoría de los asistentes aplaudían, silbaban, se emocionaban y discutían en los recesos, coreaban lemas, hacían la ola. No ha existido exactamente una deliberación pública y abierta de los temas ni se han tomado decisiones más allá de las cinco importantes resoluciones aprobadas el domingo. El modelo de partido se decidirá mediante votaciones electrónicas a lo largo de esta semana. Pero, con todo, ha sido un congreso repleto de la frescura heredera del 15M, sin cortapisas, donde se sentían las ganas de aplaudir tras estos últimos años tan duros, y donde se ha demostrado que los aprendizajes políticos de esta intensa época de politización ciudadana han servido.

El equipo promotor ha sido vitoreado, aplaudido, querido. Pero también ha tenido que escuchar desde la primera fila un auténtico rapapolvo en la mañana del domingo a sus tesis organizativas. Apelaciones literales a la democracia real y radical, al papel de los círculos, a la división de poderes, a los males de altura, al rechazo a los cargos unipersonales y las mayorías internas absolutas, o una encendida defensa de la cooperación frente a la competición. Todo eso y más, desde el talento político anónimo de muchos portavoces que, sin embargo, pocas veces se salían de las coordenadas del blanco varón. Y en cuanto llegaban las preguntas de Appgree, la aplicación informática para trasladar las más votadas a los dirigentes, ganaban por goleada las apelaciones al consenso.

Todo ello sin que aún hubiera intervenido el equipo de Pablo Echenique y Teresa Rodríguez. Tras el paso en falso de Iglesias el día anterior, demostrando una innecesaria dureza y frialdad con sus compañeros al exigirles que se echaran a un lado si perdían, Rodríguez demostró que el máximo rival de Iglesias en cuanto a carisma y capacidad comunicativa está dentro del partido: “no vamos a dar un paso a un lado, vamos a dar 10 al frente”, ha dicho la eurodiputada de Cádiz. A continuación Echenique ofreció una auténtica lección política y de generosidad: mano tendida una vez más, reconocimiento de Iglesias como el portavoz más valioso, pero muy claro en su exigencia de no ser como los partidos de la casta. Es decir, una crítica desde la amistad política que no buscaba destruir ni eliminar, sino construir en común.

La plaza, mientras tanto, se venía abajo. Pero eso no provocaba abucheos al otro bando, al de Iglesias, sino al contrario. Eso sí, en cuanto se pasaban demasiado del tiempo establecido, tres minutos para todos, arreciaban los silbidos. Como a Juan Carlos Monedero el sábado, o tras el inteligente y bien trabado discurso político de Íñigo Errejón la tarde del domingo. Acaba el tiempo y Errejón sigue, los aplausos se tornan silbidos, él entiende y para la frase a la mitad. Media vuelta y ovación cerrada. Otra cariñosa lección popular.

Y entretanto, seguían los debates teóricos en liza. La opción de Sumando Podemos, además de apostar por el sorteo para el 20% del Consejo Ciudadano, pluralizaría también las portavocías en lo que Montserrat Galcerán, con acierto, ha denominado algo así como una patada a la visión teológica del liderazgo. Con tres buenos portavoces ni Rajoy ni Sánchez sabrían por dónde les llegan los argumentos. Y Podemos seguiría desconcertando.

Iglesias persevera, en cambio, en su idea de echarse a un lado, por estar “al servicio de un equipo de trabajo”, si su apuesta organizativa pierde la votación. Quizá lo que muchos reclaman, un mes antes de las votaciones a candidatos, es que ponga su talento al servicio del conjunto de Podemos. Su actitud la tarde del domingo, donde retomó las propuestas de proceso constituyente que se le hicieron desde algunos equipos, afirmando además que no saldrían ni vencedores ni vencidos de este proceso, posiblemente indican que ha sabido escuchar. Aunque lo de mandar callar a miles de personas resultara algo extemporáneo.

De los días previos sorprende la cerrada defensa de diversos e interesantes pensadores de la órbita de Podemos criticando “los excesos democratistas”, como si en España alguna vez hubiéramos tenido una fiesta en este sentido dentro de los partidos. Al contrario, partimos de modelos de partido fuertemente oligárquicos. Incluso Izquierda Anticapitalista, a quien se puede identificar entre los cerca de 30 equipos que apoyan la opción opositora de Echenique y Rodríguez, hasta ahora había respondido a un esquema de partido con mínima rotación en su dirección y con un modo bastante cuestionable de tratar a la disidencia interna. Pero parece, esperemos, que también son tiempos de cambio para ellos.

Por último, el tradicional argumento teórico sobre la imbricación democrática de la eficacia ha estado presente todo el fin de semana. La reciente crisis del ébola, por no hablar de toda la legislatura popular, ha puesto de manifiesto que los equipos verticales construidos desde la confianza personal del líder único en una camarilla elegida a dedo son un auténtico desastre. Es decir, quizá la eficacia no sea tanto una cuestión de verticalidad u horizontalidad, sino de cómo se organizan estas.

En definitiva, estos debates, la libertad y la fuerza con las que se han expuesto, la dedicación y sensatez que aparejaban en su mayor parte, y la posibilidad –ya materializada– de que salgan grandes decisiones de aquí, escandaliza. Lo hace fuera y seguramente, al menos un poco, lo ha hecho dentro.

Y qué duda cabe de que frente al bipartito que ha hundido el país resulta preferible que la centralidad del viejo tablero lo ocupe una formación de nuevos y mejores líderes, en principio sin grandes rémoras a la espalda, que además han sido generosos en su ofrecimiento municipal con el resto de la izquierda. Y capaces de abrir una votación popular donde se han aprobado resoluciones donde se exige, de un modo que resultan factibles y confiables, la reconstrucción de una sanidad y educación públicas, el fin de los desahucios, la lucha implacable contra la corrupción o la auditoría y reestructuración de la deuda.

Lo que ocurre es que feliz e irremediablemente mucha gente en este país quiere democracia, y no se van a conformar más que con el cielo.

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