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La resaca melancólica de la España de Campofrío

Con este diploma de alemán, te deben dinero en vez de ser al revés, como ocurre a los españoles.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Un año más, llega a nuestras pantallas por estas fechas el anuncio de Campofrío. Si los nacionalistas catalanes cuentan ahora con la mística de las preguntas de la consulta que sólo el maestro Yoda podría interpretar, los nacionalistas españoles pueden solazarse con la publicidad de la marca de embutidos. El chorizo como reserva espiritual de la Marca España.

Hace un año, escribí sobre ese anuncio porque me parecía el compendio de todo lo que funciona mal en España, y no desde hace unos pocos años precisamente: el conformismo, la aversión a la innovación y la idea de que somos un gran país y que todo se solucionará más pronto que tarde.

El paso del 2012 al 2013 ha dejado bastante claro lo ridículo del punto de vista de ese anuncio. El último trimestre del 2012 se cerró con un índice de paro del 26,02%, según la EPA, para un total de 5.965.400 parados. El último dato de la EPA que tenemos es el del tercer trimestre de 2013: 5.904.700 parados (un descenso ínfimo de 60.700 personas) con un porcentaje del 25,98%. La población activa se ha reducido en ese periodo de tiempo en 133.900 personas. Los problemas económica no se iban a solucionar invocando a algún espíritu español.

El espíritu Campofrío sufrió un duro golpe con el fracaso de la candidatura olímpica de Madrid. No por la derrota en sí, sino por la ola de optimismo absurdo alentado por las autoridades y los grandes medios de comunicación que se negaban a reconocer las condiciones de la realidad. Presumir de lo que no tenemos. Dar por hecho que lo de fuera es peor. El batacazo fue de los que se recordarán durante muchos tiempo.

Antes de que alguien crea que voy a enarbolar otra vez el tomahawk, tengo que decir que el anuncio de este año no es tan dramáticamente demencial como el de 2012. No aparece como algo positivo el hecho de que los jubilados tengan que utilizar la pensión para mantener a sus hijos. Tampoco vemos a unos alegres jóvenes anunciar en tono despreocupado su emigración forzosa del país. No hay un listado de grandes logros que en realidad son inmensos fracasos.

Este año, la España de Campofrío está menos peleada con la realidad. Afronta el caso del pesimismo por la actual crisis y juega la carta de los sentimientos. La campaña intenta también emplear la ironía, casi inexistente en la anterior, con unos pequeños spots bajo el título “Hazte extranjero”. El pesimismo es el factor con el que se inicia el anuncio principal: “Somos los últimos del ránking”. “A uno le dan ganas de borrarse”. “Tiene que molar ser de una superpotencia y decir que soy del G8” (¿no les vale con el G20?, diría Zapatero).

La broma de hacerse sueco, francés o alemán se acaba cuando el personaje de Chus Lampreave piensa en las consecuencias, y todo empieza a adquirir un poco el aroma de la cosecha 2012. “Si te haces (sueca), ¿lo es con todas las consecuencias? ¿Te afectará al carácter?”. “La tecnología de por ahí es lo más, ¿pero qué hacemos con eso de abrazarnos y tocarnos todo el rato?”. Es mejor la frase siguiente: “Y el sentido del humor, ¿qué hacemos con él?”. Si el sentido del humor incluye como parte esencial no tomarse a uno mismo en serio en determinadas situaciones, no parece que los españoles coticen muy alto en ese ránking. Somos peores que los británicos, aunque seguro que mejores que los franceses.

Quizá la cosa no sea esta vez para cometer un campofríocidio, pero estamos otra vez con esos estereotipos con poca base en la realidad: los de fuera no saben disfrutar (aunque es cierto que se tocan menos), como en España en ningún sitio, aquí se vive mucho mejor que fuera... Todo esto incluye sensaciones bastante subjetivas pero donde se puede llegar con datos, la realidad no dice precisamente eso. Los “índices de felicidad” –que no se limitan a medir potencial económico, sino también otros factores como calidad de educación, asistencia sanitaria o asistencia social– no colocan a España en ningún escalón superior.

Todas las celebraciones basadas en el valor de la siesta, las cañas y tapas con los amigos y el sol quedan desmentidas por los números. No es que se viva mal en España si la comparación se hace con todos las naciones del planeta, y más allá de coyunturas económicas. Lo que ocurre es que hay muchos países en los que la gente cree que vive mejor. Hay unos cuantos ejemplos: aquí, aquí y aquí. Y no parece que esos extranjeros anden muy equivocados.

Ese My Way aflamencado del final busca la lágrima (no tiene por qué ser fácil) como epílogo del anuncio. Porque es verdad lo que dice Lampreave en el desenlace: “Uno puede irse, pero no hacerse”. En realidad, tampoco es que sea del todo cierto. Los inmigrantes hacen siempre un gran esfuerzo por adaptarse al estilo de vida de la sociedad que los acoge. Pero nunca dejan de ser lo que son. Y todos esos españoles –que ya se cuentan por decenas de miles– que han tenido que irse fuera tienen pocos o ningún motivo para celebrar lo que son. Su país les ha fallado.

La borrachera irracional de la España de Campofrío del año pasado ha pasado ahora al estado de resaca melancólica. Si al menos sirviera para no volver a recurrir al vino barato del patriotismo de pandereta...

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