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Nuestra esperanza de historia

Miguel Roig

El paro sube en 14.435 personas en agosto y se destruyen 144.997 empleos, según los datos publicados este viernes por el Ministerio de Empleo y Seguridad Social. La secretaria de Empleo del PSOE, Luz Rodríguez, ha calificado los datos de paro y afiliación a la Seguridad Social, conocidos hoy, de «tremendamente preocupantes» y ha asegurado que «nunca se había destruido tanto empleo en un mes de agosto desde el inicio de la crisis, en el año 2008».

El mes pasado, en contraste, el paro registrado bajó en 83.993 personas, la mayor caída desde el año 1997, según la misma fuente. En aquella oportunidad el presidente en funciones, Mariano Rajoy, acogió con optimismo las cifras y señaló que «se ha cruzado el ecuador de la recuperación del empleo» y que esto acerca más el objetivo del Ejecutivo de «acabar la próxima legislatura con 20 millones de empleados».

Estas fluctuaciones y sus correspondientes valoraciones han acontecido de mes en mes según la pulsión de la oferta laboral. El sentido del péndulo está sujeto al libre albedrio de un mercado que obra como tal y no como un marco social del trabajo concertado políticamente. El relato tanto del oficialismo como del principal partido de la oposición es coherente con la matriz actual del trabajo: se juzga como si se opinara desde el parqué de la bolsa. No es casual.

La inteligencia financiera maneja un campo semántico que excluye las palabras relacionadas con la pobreza y consolida aquellas relacionadas con la prosperidad. Entre las primeras se encuentran: fácil, crisis, miedo, subvención, problema. Entre las segundas, más importantes: compromiso, crear, crecer, confianza, talento, solución. La idea que se transmite, entonces, es que si pensamos que algo puede ser fácil, caemos en un error garrafal: hay que subir la cuesta con confianza, con buena predisposición, incluso con alegría, con total compromiso para alcanzar la cima. Admitir la crisis es sufrirla y esperar una subvención es negar la propia capacidad para generar recursos. En cualquier manual de autoayuda en la relación con el dinero se pueden leer estas cosas.

Para escucharlos, solo hay que oír lo que dijo en su día Felipe González de la reforma del artículo 135 de la Constitución: «La estabilidad presupuestaria es una condición necesaria para garantizar, a medio y largo plazo, un crecimiento económico sostenido». O a Mariano Rajoy, en la réplica a Pablo Iglesias durante el debate de investidura de esta semana: «Estoy contento de haber pactado en la Constitución la reforma del artículo 135, pero eso no era una imposición de nadie, eso lo firmamos nosotros porque quisimos, nosotros, ustedes no estaban, igual si hubieran estado lo habrían firmado, pero yo sí estaba».

Junto al relato económico, en el que el andamiaje semántico oculta las contradicciones centrales, se enhebra el de la corrupción. El sociólogo y político socialista José Andrés Torres Mora, en su ensayo El día que el triunfo alcancemos (Turpial, 2015) apunta con acierto que el relato de la corrupción nos lleva a una mirada sobre los delitos pero a ninguna respuesta política y el filosofo Byun-Chul Han opina que la reivindicación de la transparencia presupone la posición de un espectador que se escandaliza. Estamos en una dictadura de la transparencia o una democracia de espectadores, dice Han (Psicopolítica. Herder, 2014).

(«Corrupción, aseguró Milton Friedman, es el intrusismo del Gobierno en la eficiencia del mercado con sus regulaciones». Tampoco está mal este enfoque.)                    

En el debate de investidura aparece Bárcenas, la trama Gürtel e incluso la imputación al Partido Popular por la destrucción de los discos duros, entre otros casos mediáticos. La corrupción como arma arrojadiza, como argumento central para negar apoyos o abstenciones. Como en una subasta se cambian valoraciones, se devalúan argumentos o se invierte en posibles beneficios como dramatiza Albert Rivera con su apuesta por unos valores de posible rentabilidad a futuro.

Así como el 15M intentó escenificar el debate político en la calle, buena parte de las Cortes lo desplazan al ámbito del mercado. No se debaten desde la producción política, se discute desde la ponderación o el rechazo financiero.

Mientras tanto, pasa el tiempo. Y hasta la Navidad parece entrar en el parqué de la Carrera de San Jerónimo mientras a buena parte de los ciudadanos ya poco cuerpo para fiestas queda. La deuda crece, los recortes se siguen amontonando, las pensiones peligran y el sistema, tal como es sencillo observar, se consolida. Las opciones conservadoras, viejas y nuevas, ven afianzar sus posiciones y la izquierda más lúcida observa como la agudización de las contradicciones genera mejores posibilidades tácticas. El tiempo se consume, el futuro se diluye. Y serán más años de empinadas cuestas que no recoge ningún manual de autoayuda. Ante una segunda legislatura de José María Aznar, Manuel Vázquez Montalbán auguraba la suma de diez años de triste deriva. «Diez años, escribía el autor de Una educación sentimental, casi toda mi esperanza de vida; toda mi esperanza de historia.»

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