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La vida de los otros

Autoridades europeas de protección de datos investigan el programa PRISM

Isaac Rosa

Estoy sobrecogido por la revelación de que Estados Unidos dispone de llaves maestras y ganzúas con las que puede entrar en nuestros domicilios. Y además las usa con frecuencia: llega a una casa, mete la llave en la cerradura, y entra. Así de sencillo, así de terrible.

Según el documento confidencial publicado por The Guardian, solo en el mes de diciembre se produjeron en España millones de entradas en domicilios mientras sus inquilinos no estaban o incluso dormían; en despachos de empresas, sin que sus propietarios lo advirtiesen; o en despachos de dirigentes políticos. Sin dejar rastro, sin hacer ruido, sin violencia, sin que después echemos nada en falta. Entran con sigilo, registran todo, toman notas, fotografían lo que les interesa y se van como llegaron. De no ser por la confesión de un exanalista, seguiríamos tan tranquilos, inconscientes de la facilidad con que entran y salen de nuestras casas y empresas.

Más indignante aun es la postura del Gobierno español: a cambio de compartir la información obtenida en los registros, dio vía libre a los estadounidenses para que se instalasen en España, se moviesen a sus anchas y se colasen en cuantos domicilios quisieran. Y no, no me vale la coartada de que las llaves estadounidenses sirvieron para entrar en pisos utilizados por terroristas. De ahí la poca firmeza mostrada ayer ante el embajador del país que se dedica a entrar en nuestras casas.

Claro que, en este tipo de prácticas, el servicio secreto que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Empezando por el español, que cuenta con su propio equipo de cerrajeros para entrar en domicilios y, si no lo hace más a menudo, es porque no tiene llaves tan buenas como las estadounidenses. Aunque aseguren que en España solo se abre una puerta con autorización judicial, tenemos ya un largo historial de escándalos vinculados al servicio secreto, las agencias privadas y los partidos y empresas.

Mención aparte merece la actitud de todos esos ferreteros y fabricantes de puertas que han colaborado con la seguridad norteamericana, facilitándoles los modelos de cerradura, las llaves maestras y las copias que sin nuestra autorización conservan de cada llave cuando compramos una cerradura o cuando hacemos una copia en la ferretería.

Tampoco somos conscientes de las facilidades que nosotros mismos hemos dado: usando cerraduras poco seguras, escondiendo la llave bajo el felpudo o en una maceta, dándosela al portero, sacando copias en ferreterías poco fiables, o directamente dejando la puerta abierta sin preocuparnos de que alguien pudiese entrar.

En realidad, todos sospechábamos que este tipo de cosas ocurrían, que nuestras casas eran vulnerables, que los espías se colaban hasta nuestro dormitorio y registraban los cajones de la mesilla de noche. Pero solo nos parece escandaloso cuando sabemos que en alguna ocasión llegaron a entrar en el domicilio de Angela Merkel y de otros líderes europeos; o cuando se conoce que el allanamiento en sedes de empresas sirvió para favorecer a compañías norteamericanas rivales.

En fin, no sé dónde vamos a llegar por este peligroso camino. ¿Qué será lo siguiente? ¿Interceptar nuestras comunicaciones? ¿Pinchar nuestros teléfonos y correos? ¿Hacerse con nuestros metadatos? Espero que no. Solo de pensarlo me estremezco: si alguien accediese a mi correo, mis llamadas o mis metadatos, sabría mucho más de mí que si se colase en mi dormitorio. Mucho más. Pero aunque en el caso de los domicilios los ciudadanos no parecemos muy escandalizados (más bien nos dedicamos a hacer chistes), estoy seguro de que si se tratase de las comunicaciones personales nos parecería gravísimo y exigiríamos responsabilidades. ¿Verdad?

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