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Este estilo de política blanquea el acoso escolar

Un aula escolar

Violeta Assiego

La vida política española está repleta de comportamientos que permiten ejemplificar con vergonzosa nitidez la indiferencia con que la sociedad asiste la mala educación, el insulto, la mentira y la ridiculización al otro “contrincante” que piensa diferente. El “acoso y derribo” al adversario político no parece tener consecuencias ni políticas ni sociales, es más, entre los afines a determinadas ideologías el uso de esa burla, insolencia y desprecio parece dar puntos e incluso te permite ocupar espacios de prime time. Ser políticamente impertinente da popularidad.

Es cierto que nunca ha estado del todo ausente, pero en los últimos 10 meses, desde que dejó de gobernar el PP, el agravio verbal por parte de algunos líderes políticos se ha vuelto demasiado frecuente, hasta el punto de que no solo en los dos debates electorales sino durante toda la campaña y pre-campaña. Sin embargo, a diferencia de lo que queremos que suceda en los centros educativos para combatir el acoso entre iguales, en la sociedad española nos hemos llegado a inmunizar ante estos discursos y actitudes persistentes de falta de respeto y falsedad. De hecho, si algunos de estos comportamientos hubieran tenido lugar en la escuela se tendría que haber activado un protocolo contra el acoso algo que, por otro lado, solo se abre en el 20% de los casos de acoso escolar (preocupante).

No deja de ser paradójico que en estos días hablemos de la falta de implicación de la comunidad educativa ante al acoso escolar cuando más de dos millones de votantes han elegido que la intolerancia extrema se instale en el Congreso. No deja de ser extraño que exijamos a las escuelas que trabajen valores de convivencia y respeto sin pararnos a reflexionar por un momento en qué modelos y referentes políticos se alinean con esos valores y cuáles los hacen caer como si fueran un castillo de naipes. Es nadar contra corriente tratar de concienciar que las faltas de respeto y la intolerancia al diferente están en el germen del acoso escolar mientras una retórica prepotente y de desprecio campa a sus anchas en la vida pública de la política con una oratoria que si ejemplifica algo a los más jóvenes es que es legítimo burlarse, insultar, humillar, despreciar, ignorar y mentir sobre 'los contrincantes' con tal de 'ganar', de 'ser los más fuertes'... de tener el control.

Hay estilos de hacer política que también son un ejercicio de violencia cuando generan un clima irrespirable con una retórica que enfrenta a la sociedad en vez de enseñarla a convivir, la idea de que “el fin justifica los medios” tampoco debería servir en política. Esta es la denominada violencia simbólica en la que no hay intervención física pero sí conductas y estrategias de amedrentamiento psicológico y social. Una violencia simbólica de la que también se sirven quienes acosan en la escuela a los más frágiles y que si no es tolerable en un ámbito educativo mucho menos debería ser permitida en un espacio de tanta responsabilidad como es el de la política institucional. Si en España no frenamos ese bullying (político) a nadie le debe extrañar que haya chavales y chavalas en las escuelas que se sientan legitimados para hacer de la intimidación, la agresividad y la ofensa su forma de relación con aquellos que le molestan.

Es necesario exigir a la clase política que supere su ombliguismo y retome su función social de ejemplarizar, y asuntos como la lucha contra el acoso escolar son una ocasión perfecta para reclamar que se necesita que la clase política predique con el ejemplo de que se pueden cohabitar los espacios comunes sin insultar ni humillar al que es o piensa diferente ni estereotipar la participación política.

Es importante poner coto a la violencia simbólica en la política si se quiere luchar contra el acoso escolar. Tanto la ciudadanía como la sociedad civil debemos rechazar públicamente aquellos discursos y comportamientos que vengan de la clase política que sean nocivos y contrarios a los valores de la democracia y al espíritu de los valores de respeto y convivencia en los que se fundan derechos humanos. De hecho, sería interesante que en estos días que se dice #StopBullying desde muy diferentes lugares fuéramos capaces de exigir a los miembros de los partidos políticos un compromiso de buen trato hacia sus iguales y contrincantes. No como postureo sino para, si lo incumplen señalar su conducta y romper con esa “espiral de silencio e impunidad” de la que se nutre el maltrato, el acoso, la violencia... Esa también es una forma, muy gráfica de luchar contra el acoso escolar, aislando las conductas que nos hacen daño como comunidad.

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