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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

La ética de las colillas es alargada

Restos de un cigarro junto al Museo Reina Sofía.

Gumersindo Lafuente

Será el calor, el descaro de Rajoy (que ya se fuga de las ruedas de prensa dejando a los periodistas con la palabra en la boca) o el final del verano, pero la verdad es que llevo unos días que me sublevo a cada rato. Son revoluciones poco sangrientas, claro, pero bastante desagradables. Y uno de los motivos de mis rebeldías estivales están siendo las colillas. Podía estar preocupado por la prima de riesgo, los incendios forestales, la sesión de investidura o el futuro del PSOE, pero no, recién llegado a Madrid, no sé muy bien por qué, me ha dado por ir mirando al suelo y, aterrado, solo veo colillas.

Los restos de los pitillos me están obsesionando tanto que el miércoles por la mañana, en el vanguardista atrio del Museo Reina Sofía, esa ampliación emblemática diseñada por Jean Nouvel que nos costó 92 millones de euros y estaba destinada, según su autor, a ser un lugar para compartir sensaciones y emociones, vi cómo una persona, que caminaba decidida junto a otra, tiraba un cigarrillo encendido. Ni siquiera era colilla, estaba más en la categoría de tres cuartos de placer nicotínico desaprovechado. Dos caladas y al suelo, que tenemos que entrar a trabajar, supongo.

Me acerqué, educado, y avisé a la lanzadora de que se le había caído algo. ¿Caído?, no, lo he tirado, me contestó mirando atrás con sorpresa, y siguió su ruta sin un asomo de duda hasta que se perdió por una puerta para empleados del Museo.

Como estoy fatal, me paré a retratar a la colilla abandonada y empecé a pensar en la importancia de la ética de las pequeñas cosas. Es verdad que los niveles de responsabilidad de cada uno son diferentes. No es lo mismo Rajoy, o Barberá, o Bárcenas, o Camps, o Matas, o Urdangarin, o Granados, o Espe, que un ciudadano de a pie. Pero hay un hilo que une irremediablemente todo lo que hacemos, independientemente de su aparente importancia. Tendrá que ver con el respeto, la educación, la ética personal, qué sé yo.

Por eso creo cada vez más en la fuerza del activismo cotidiano. En Madrid, según datos del propio Ayuntamiento, se recogen diariamente más de medio millón de colillas del suelo. Cada fumador que las tira es responsable. Como lo son los dueños de los perros de sus deposiciones. O los que tiran papeles o chicles. Hay que exigir a las administraciones que hagan su trabajo con eficacia, sí, pero hagamos nosotros, los ciudadanos, el nuestro con responsabilidad.

El desmoronamiento, de George Packer.- He llegado tarde a este libro, lo tenía esperando desde el verano pasado. Pero no resisto la tentación de recomendarlo. Un retrato de la crisis en EE.UU. en el que se enfrentan las biografías de un puñado de ciudadanos anónimos con las de sus dirigentes. Periodismo en estado puro en formato de libro y trasladable en muchas cuestiones a nuestra propia situación. Una historia de perdedores y demagogos, pero también de resistentes, de héroes, de rebeldes cotidianos.

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