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Por fin, una gran noticia: un cambio de paradigma

Ruth Toledano

El 5 de agosto se presentó ante el mundo la primera hamburguesa creada en laboratorio. Para quienes defendemos a los animales y denunciamos los abusos a los que son sometidos en granjas y mataderos, es una gran noticia. Emocionados, vemos un horizonte de luz para los miles de millones de animales que sufren y mueren en la cadena de producción cárnica de la industria alimentaria. Mark Post y su equipo de científicos de la Universidad holandesa de Maastrich han hecho posible el sueño de un futuro con menos sufrimiento. Su investigación ha costado cinco años y 248.000 euros (qué pocos, si los comparamos con lo que se destina, por ejemplo, a investigación militar), y cuyo patrocinador, privado y anónimo, hay quienes identifican con Bill Gates. Sea quien sea, es de celebrar que alguien con grandes recursos económicos se decida a invertir en mejorar el mundo. Según Prost, es un patrocinador motivado por “el cuidado del medio ambiente, la necesidad de alimentar a muchas bocas en todo el mundo y el interés por las biotecnologías”. Señala, además, que los costes de la carne cultivada se reducirían notablemente si la industria asumiera la técnica.

Porque la noticia no es solo buena para los animales y para quienes los defendemos, sino para todos. Según un informe de 2006 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la agricultura y la ganadería industrializadas contribuyen en una “escala masiva” al cambio climático, la contaminación atmosférica, la degradación de la tierra, el uso de la energía, la deforestación y la pérdida de biodiversidad. Desde el punto de vista medioambiental, la producción de carne “in vitro” ayudaría a frenar el cambio climático, si tenemos en cuenta que el 18% de la emisión de gases invernadero procede del ganado, mayor que la que procede de los coches; supondría un 45% menos de gasto energético; y reduciría en un 99% la superficie cultivada para alimentar a los animales. El mismo informe alerta de que en los próximos años las emisiones aumentarán considerablemente, hasta duplicarse en 2050, al incrementarse el consumo de carne por países en desarrollo como China e India. Se trata de un círculo vicioso de insostenibilidad, si tenemos en cuenta que el 70% de la producción de grano en el mundo va destinado a la alimentación de los animales de una industria cárnica que solo provee a un porcentaje menor de la población mundial. La producción de una carne que no necesita de grano permitiría destinar ese grano a la alimentación humana, rompiendo ese círculo que no obtiene un rendimiento equilibrado con los recursos que necesita y que, en consecuencia, condena al hambre a millones de personas.

Desde el punto de vista de la salud, los perjuicios que implica el consumo masivo de carne en los países desarrollados ya están más que demostrados. No solo los veganos y vegetarianos sabemos que es innecesario comer carne (más aún, es beneficioso), sino que hasta los profesionales médicos más carnívoros alertan en la actualidad sobre los peligros de su consumo. Para impulsar su crecimiento prematuro, la industria cárnica infla a los animales con hormonas y otras sustancias nocivas para la salud humana, y el miedo y el estrés que sufren los animales en la cadena de producción alimentaria afecta necesariamente a su cuerpo y a la salubridad final de la carne que se consumirá. Si en gran medida somos lo que comemos, quienes comen carne están comiendo adrenalina, pánico, agonía (“Me niego a digerir la agonía”, declaró la escritora Marguerite Yourcenar, que fue vegetariana los 84 años de su brillante y prolífica vida).

Como vegana, celebro esta noticia desde un punto de vista económico y ecológico, pero sobre todo ético. Yo no como carne porque defiendo a los animales y no comeré hamburguesas de laboratorio porque mi salud es mucho mejor sin comer carne. Creo, con Post, que los vegetarianos deben seguir siéndolo, en su propio beneficio. Pero para quienes no quieren dejar de comer carne y para quienes no han roto con ese hábito aunque son conscientes del sufrimiento que supone, la carne cultivada será una excelente opción. Más aún, será, como la denomina Chris Mason, profesor de Medicina Regenerativa del University College de Londres, “un cambio de paradigma”. Para empezar, el veganismo ético aumentará significativamente.

Es posible que detrás de todo esto haya ya un laboratorio calculando sus beneficios económicos; yo me quedo con que millones de animales se beneficiarán de manera incalculable. Porque en este mundo de violenta e injusta insostenibilidad, muchos hablan de dinero y pocos de la crueldad extrema con que los animales viven y mueren solo para satisfacer ciegos paladares. Por ellos, por los animales, sueño con que ese cambio de paradigma sea una realidad. Y confío en que haya patrocinadores, concienciados con los hambrientos del mundo, con el medio ambiente, con la evolución humana y con una ética que incluya a todos los individuos más allá de su especie, que sigan invirtiendo para que no tardemos 20 años en encontrar carne de laboratorio en los supermercados. Con voluntad, esos 20 años podrían reducirse enormemente y nuestra especie habría dado un salto evolutivo del que sentirse orgullosa.

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