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El fin de la soberbia

Casado: "Sánchez prefiere las manos manchadas de sangre que manos blancas"

Agnès Marquès

Que España es ingobernable sin tener en cuenta su plurinacionalidad y su diversidad es un hecho contrastado a lo largo de nuestra democracia. Ha vuelto a quedar en evidencia después de los resultados electorales del 28 de abril, con una Catalunya y un País Vasco pintadas de la victoria de los partidos nacionalistas e independentistas y con una derecha dividida y marginada a lo residual.

Son resultados históricos de los que deberán tomar buena nota aquellos que quieran ser un partido hegemónico en el conjunto de España. Ésta, sus gentes para ser más precisos, es más progre y tolerante de lo que demuestran las tres derechas, y Catalunya tiende a las posiciones dialogantes más de lo que se quiere hacer creer. Así ha sido a lo largo de la historia, así cabe entender la victoria de Esquerra en estas elecciones en Catalunya, que ha conseguido moderar su posición pese a la tormenta y las propias contradicciones, y convencer a los independentistas de que, si bien mantienen su objetivo, ese camino tendrá que andarse de otra manera a pesar del 1 de octubre. Y así cabe entender la temperatura del otoño del 2017, como un efecto rebote mal gestionado ante el inmovilismo sistemático y las porras del 1 de octubre.

La España que hace bromas de esos porrazos, la España que considera la Catalunya independentista cateta y adoctrinada se ha pegado, ahí sí, un porrazo de magnitudes colosales. Por cierto, ¿a esa España de mirada soberbia como habría que llamarla? Afortunadamente son minoría, a pesar de que a veces parezca lo contrario en esta España de clases con unos poderes fácticos copados por el conservadurismo, que se ha resistido en toda la precampaña a calificar la extrema derecha como tal. Que si nacionalistas, que si populistas. Como si el nacionalismo no tuviera gradación y como si el populismo no tuviera que llevar a la fuerza un apellido.

Hay populismo en todas las aceras, y el de Vox es de extrema derecha. Pasado el 28 de abril y habiendo tocado el barro, Pablo Casado se apresura a girar hacia el centro y, ahora sí, tacha a los de Abascal de lo que son. Rectificar es de sabios, pero da vergüenza y enciende todas las alarmas que cuatro días después de ofrecer ministerios a Vox, se desmarque para intentar evitar el descalabro total el 26 de mayo. Acongoja la frivolidad con la que PP y Ciudadanos habrían lanzado a España a manos de los ultras sólo por tocar poder.

Frente a eso, la mayoría de los españoles y el fin de la soberbia. Los próximos años el terreno de juego será el centro, que no es otra cosa que el espacio donde se escucha al adversario político y donde se cede terreno. Y donde se ganan las elecciones.

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