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El fraude en España: un trabajo muy profesional

Antón Losada

España parece poblada por gente como el capitán Renault en Casablanca. Igual que él fingía sorpresa porque se jugase en el café de Rick y ordenaba una redada mientras sus agentes le entregan sus ganancias, nosotros nos indignamos ante los paraísos fiscales y las empresas pantalla. Ver y oír a Cristobal Montoro, mister Amnistía fiscal, o la vicepresidenta Maravilla, anunciar ahora investigaciones y pesquisas masivas “caiga quien caiga” produce lo siguiente a indignación.

La economía oficial se ha multiplicado por dos a lo largo de los últimos cuarenta años pero la economía sumergida se ha multiplicado por tres. El fraude constituye uno de los motores de nuestra economía y un elemento clave para explicar las exitosas cuentas de resultados de muchos triunfadores “a la española”.

Este fraude fiscal estructural tan 'marca España' explica nuestro misérrimo gasto público y los desequilibrios respecto a los ingresos tributarios. Nos es que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Más bien quienes debían pagar más se las han arreglado para pagar mucho menos.

Durante la famosa crisis la economía sumergida ha crecido en casi siete puntos hasta superar el 25% del PIB. No es una novedad, es una tendencia. Un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos para la Fundación de las Cajas de Ahorros en 2011 explicaba cómo la economía sumergida se mantuvo en torno al 12.5% del PIB en los ochenta, se situó por encima del 18% a finales de los noventa y trepó justo antes de la crisis hasta el 20%. Durante las últimas tres décadas el Estado español ha dejado de recaudar, de media, 30.000 millones anuales, tres puntos del PIB por año. El informe 'La economía sumergida en España' (Fundación de Estudios Financieros, 2013) concluía tajantemente que la economía sumergida se ha duplicado durante los últimos treinta años.

Durante los años más duros de la crisis los ingresos tributarios en España cayeron en casi la cuarta parte de la recaudación fiscal total. Pero no todos los impuestos han perdido por igual. El principal derrumbe se ha anotado en el impuesto sobre los beneficios de las empresas. El Impuesto de Sociedades ha visto mermada su recaudación en dos terceras partes del total, casi un 70% de la caída total. Solo el año 2007 los beneficios de las grandes empresas españolas crecieron un 14.9%, según el Banco de España. Pero ese mismo año, la recaudación vía impuesto de sociedades caía un 18%, según datos de la Organización profesional de Inspectores de Hacienda (IHE, 2008). Semejante volatilidad fiscal de nuestras grandes empresas supone un fenómeno que no se ha registrado en los países de nuestro entorno también en crisis.

Sin embargo, hay algo que no parado de crecer durante estos años de caída de la recaudación: el número de empresas de conveniencia creadas por las corporaciones del IBEX35 en paraísos fiscales. En menos de cinco años han pasado de sumar menos de quinientas a acercarse a las setecientas. Pero seguramente será pura casualidad.

El fraude en España no es cosa de chapuzas. Se trata de un fraude masivo, perfectamente estructurado y organizado, altamente profesionalizado a través de complejas tramas de 'empresas pantalla', sociedades limitadas, apoderados profesionales y bien pagadas y renombradas firmas y equipos de asesores fiscales. El fraude fiscal en España sí que crea trabajo estable y de calidad. Nuestra boyante industria del fraude fiscal nunca ha vivido mejor ni ha estado tan bien pagada.

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