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Un gran día

Rocío Mayol Sánchez

Licenciada en Historia —

¿Por qué y para qué he estudiado una carrera? Esta pregunta la respondo hoy de manera muy diferente a como la respondí hace cinco años. Hoy debería ser un gran día, porque finalizo mis estudios de Licenciatura en Historia. Se supone que estoy preparada para transmitir a la sociedad en la que vivo la importancia de conocer los procesos históricos para saber por qué estamos viviendo la situación actual. Para entender un poco mejor cómo está el mundo, vamos.

Pero hoy culmina un proceso de cinco años y me pregunto de qué ha servido o de qué servirá. A mi país no le importa mucho la Historia, así que no sé cómo voy a serle útil a esta sociedad, y mis compañeros de Grado lo tienen más difícil aún debido al desastre de implantación de su plan de estudios. En mi país, no se valora la Historia como algo necesario para formarse un criterio sobre el que defender las ideas propias de cada individuo, sino que los poderosos la utilizan y tergiversan para justificar que sigan en el poder. Mi país está lleno de historiadores ciegos y sordos que no cogerán una pala para desenterrar los cadáveres sin nombre de la Guerra Civil, entender qué pasó y formar una memoria histórica colectiva que haga justicia a las víctimas y que garantice que no vuelva a suceder algo semejante. El único juez español que se atrevió a contemplar la posibilidad de abrir un proceso, ha sido cesado. El actual gobierno suspendió este año el presupuesto para Memoria Histórica, y el Ministerio de (In)Cultura ha cerrado, sin motivo y sin avisar, el portal digital de las Víctimas de la Guerra Civil y el Franquismo, que contenía más de 750.000 entradas y era un medio de información gratuito y profesional para el estudio de nuestra época (anteriormente alojado en la dirección http://pares.mcu.es/victimasgcfportal). Nadie ha hablado de este asunto, pero entra dentro de la definición de la palabra censura.

En mis país cierran los museos y las excavaciones arqueológicas, y se eliminan contenidos de Historia en los institutos. Por “falta de subvención”, dicen. O quizás porque una sociedad que no conoce su pasado histórico es una sociedad más fácil de manipular. Y a nadie parece importarle que esto esté pasando desde hace varios años. Algunos estudiantes de Historia e Historia del Arte se manifiestan a la puerta de museos cerrados, y salen en las noticias un día, pero al día siguiente, todo vuelve a silenciarse.

Mi país es de tradición católica, porque en el siglo XVI un rey decidió que éramos católicos –como habíamos sido siempre, vaya ofensa sería para el Cid Campeador ser otra cosa-, mientras la Europa protestante florecía económicamente. Quizás este hecho no parezca hoy muy importante, pero en el siglo XVIII sí lo fue. Mi país arrastra los mismos problemas desde entonces. De hecho, le seguimos pagando a la Iglesia el dinero que no se invierte en los colegios. Y así andamos, desde hace unos cuantos siglos. En el XIX casi lo arreglamos, de verdad, estuvimos a punto un 2 de mayo, pero la cosa se torció y volvió un rey al trono, porque se lo permitió un pueblo ignorante de su pasado. Sí, esto se repitió hace casi cuarenta años, quizás les suene la historia.

Mi país tiene un Rey, y la gente lo quiere. Precisamente porque es muy querido y respetado por muchas personas, y protegido por gente poderosa dentro y fuera de nuestras fronteras, mi país no le pedirá cuentas al Rey para que explique qué pasó en los últimos años del franquismo, y en la Transición, y en ese día mítico del 23-F, y en la realidad actual, una realidad fundada en mitos cuyo origen histórico a nadie le interesa conocer desde un punto de vista científico, que es el objetivo de la Historia. La familia real no tiene por qué dejar claras las cuentas de su patrimonio y de las empresas de sus miembros, basta con que hagan una página web bonita y parezca transparente. Porque en mi país, saber hacer páginas webs es más importante que saber Historia o que ser transparente.

Lo transparente sería que el Rey, como es tan buena persona y tan cercano a su pueblo, preguntase a los españoles si quieren vivir en una república o en una monarquía. Porque aquí nadie ha preguntado nada. Cuando terminó el franquismo, se impuso una ley del silencio y una amnistía “por miedo a que se repitiera otra guerra”, nos dijeron, y te callas y tragas, que aquí no va a haber debate alguno. “Y da las gracias porque tienes democracia, que en mis tiempos ni eso”, nos dicen nuestros mayores, a los que se les ha privado de conocer su propia Historia y por eso nos transmiten estas ideas a los jóvenes, que nos dedicamos a patalear sin saber por qué. “Tampoco iba a mejorar mucho la cosa con república”, nos dicen, “porque aquí son todos igual de corruptos, y el Príncipe está muy bien preparado”. Así que para qué molestarse en plantearnos de qué clase de nación queremos formar parte. Lo más probable, quizás, es que la mayoría se decantase por la Familia Real, por esa gran preparación que ningún político español tiene.

Es inevitable preguntarse, tras los últimos escándalos, ¿la buena preparación de un miembro de esta institución nos garantiza que serán personas éticas alejadas de toda corrupción? ¿Puedo depositar mi confianza como ciudadana en unas personas simplemente porque están bien formadas? No hay forma de controlar o vetar sus acciones, no tienen límites económicos ni legislativos, por tanto se pierde el equilibrio de poder entre el pueblo y la monarquía (otras monarquías europeas sí cuentan con este equilibrio).

¿Cuántas veces más habré de oír cantinelas de todo lo que ha hecho la Familia Real en España en lugar de escuchar la palabra del pueblo expresada en un referéndum? En mi país, no sabemos muy bien qué pensamos de esto, porque todo el mundo opina, pero nadie vota.

¿Y para qué votar, si la ley electoral favorece absurdamente a la mal llamada “mayoría”? ¿Con qué ánimo iré a votar a mis veintitrés años, mientras mis padres me observan orgullosos de vivir en una democracia, si mi voto a un partido minoritario no vale lo mismo que un voto a los amigotes del Opus Dei? ¿Por qué no podemos votar en listas abiertas a los diputados independientemente de su partido? ¿Cómo les explico a mis padres que su voto no sirve para nada, sino para perpetuar un sistema anacrónico? Supongo que les ha quedado claro que mi país tiene reyes, iglesias, toros y buen fútbol. Y mucho emprendedor, que son los primeros interesados en que el patio siga como está. En mi país, ningún empresario tiene que preocuparse por la legalidad de sus empresas, porque la ley mercantil decimonónica –que nadie tiene narices a reformar en profundidad- está hecha para proteger y encubrir al estafador. En caso de que la justicia descubra al culpable, es muy probable que el delito ya haya prescrito. En mi país, lo normal es estafar a Hacienda, y que esto sea bien visto a ojos de la sociedad. En mi país gusta la máxima “Si yo pudiera, también lo haría” y prima el egoísmo sobre el bien común colectivo, y por eso somos un paraíso que atrae corrupción, y los jóvenes competentes y honestos que sepan algún idioma, salen corriendo de mi país a otro donde les permitan trabajar honradamente.

En mi país, indigna profundamente ver el telediario, porque hasta el orden y redacción de las noticias huele a manipulación, y si no estás atento, acabas creyéndotelo al pie de la letra. Sólo si estudias algo de Historia comprendes la sutileza de las manipulaciones, porque no mienten, pero tergiversan descaradamente. Sólo leyendo muchos libros de Historia de Latinoamérica y de EEUU comprendes la cantidad de politización que tienen las noticias del otro lado del Atlántico que nos llegan filtradas, con las cifras de los muertos cambiadas para que parezca que “los malos” son otros. Sólo estudiando Historia llegas a entender que no se puede definir a los malos y a los buenos, ni las palabras “patriota” o “terrorista” a la ligera, porque hay muchos puntos de vista a tener en cuenta, y sólo las personas con imaginación y empatía pueden entender la complicación de relatar una guerra. Si en mi país las personas recibieran una buena formación en Historia, nadie podría manipularlas fácilmente.

Pero lo que vemos en el telediario es una mínima parte de la raíz del problema que tenemos en el mundo de la información. En mi país, tienes que tener muchos miles de euros para estudiar un máster en Periodismo y poder trabajar para los medios de comunicación. Y digo para y no en, porque los medios han olvidado su compromiso con la sociedad. Están sometidos a los intereses políticos y económicos de los principales grupos mediáticos. En mi país, ser un profesional de la información independiente, tener ideas propias y pensamiento crítico, tiene un alto precio, y periodistas como Jordi Évole son una excepción a la que se aplaude porque sorprende, cuando debería ser una norma que todo periodista haga así su trabajo: ejercer su papel de cuarto poder e informar con independencia de los intereses económicos, y no ser un altavoz de impunidad para los corruptos.

No voy a pagar miles de euros para hacer un máster en periodismo, pues mi formación me capacita para entender los procesos históricos y tratar de responder a la gran pregunta que hace la sociedad: ¿por qué? La educación ha sido una víctima más de nuestro afán de consumo, y ya no importa que sepas poner en práctica el conocimiento que tengas, sino los billetes con que has comprado los títulos. Y, después de pasar veintitrés años de mi vida en un sistema de educación supuestamente pública pero que ha sangrado económicamente a mis padres, y de aprender a tener sentido crítico leyendo y leyendo y haciendo preguntas incómodas, tras conseguir un papelito insignificante que no refleja ni garantiza mis conocimientos (porque en mi país cualquier idiota con suerte puede sacarse una carrera), por fin comprendo que a mi país no le importa la educación de las nuevas generaciones. A nadie le interesa la relación que guardan nuestras heridas históricas abiertas con la situación actual que vivimos.

En otras palabras, a mi país no le importa ni su pasado histórico, ni su presente ciego y sordo ni su futuro lleno de pobreza, paro y falta de conocimiento y de librepensadores.

Los que tienen el poder, esas gentes privilegiadas sin rostro, ni nombre público, ni partido, seguirán siendo poderosos durante algún tiempo más, valiéndose de las cortinas de humo que les protegen. Quizá sí saben algo de Historia, porque los vencedores son los que la cuentan. Han perfeccionado tanto el exilio que lo hacen parecer voluntario. Los únicos que podrían hacerles frente, la gente joven mejor formada, se está marchando. A estos señores sin rostro que se creen que están venciendo, les digo que se lleven cuidado, porque hoy mis compañeros y yo nos hemos licenciado, somos jóvenes con criterio y no tenemos motivo ni intención de repetir sus mentiras, porque sabemos que toda mentira acaba siendo descubierta con el tiempo. Sabemos de sobra que nunca vamos a estar en ese privilegiado grupo de poderosos. Pero ellos nunca tendrán lo que nosotros tenemos hoy. En el día de hoy, escribo esto porque he pasado los últimos años preguntándome por qué estudio Historia, y me alegro de haber escogido un camino tan difícil y oscuro, tan lleno de estas preguntas dolorosas a las que nuestra sociedad ha de hacer frente con valor. De nosotros depende que hoy sea un gran día, y de nosotros depende intentar encontrar respuestas, para que dejen de tomarnos el pelo. Tiempo al tiempo.

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