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Los 'groupies' de Podemos

Jose A. Pérez Ledo

Este fin de semana Pablo Iglesias pidió a los asistentes de su asamblea que no le aplaudieran.

“Os voy a desafiar”, dijo, y hubo risas entre los presentes. “No, no, ni pizca de risa. No quiero un solo aplauso a mi intervención”. Silencio en el respetable. “Vamos a demostrarles que somos capaces…” Se escucha algún aplauso, Iglesias se interrumpe y chista. “¡Shhh!” Aguarda un segundo y luego retoma: “Vamos a demostrarles si somos capaces de no aplaudir una intervención”.

Iglesias se lo estaba poniendo difícil a su público y lo sabía. Al fin y al cabo, Podemos, como todo fenómeno pop, arrastra una recua de groupies tras de sí. No es demérito suyo, las cosas como son; eso mismo le pasa a todos los partidos políticos, a los grupos musicales, a los DJ y, en algunos casos, incluso a los cantautores (hay gente para todo).

El problema, claro, es que Podemos pretende ser un partido diferente. El partido de la generación más preparada de la historia, el de los indignados, el partido de la gente crítica. Y no hay imagen más alejada de la crítica que un montón de groupies aplaudiendo cada una de las frases de su amado líder, como ovejas entregadas al ritual catártico.

De poco sirve la coleta, los chinos ajustados y el sano desprecio a la generación tapón si, en el contraplano, nos encontramos con un montón de seres humanos indistinguibles de esos que, durante toda nuestra vida, hemos visto menear banderitas de plástico en los mítines del PSOE, PP, IU y tragedias similares.

A Iglesias, me parece a mí, el fenómeno groupie le viene tensando ya desde los albores del partido. Va un ejemplo documentado. A principios de año, durante un mitin en Carabanchel, Iglesias dijo: “Me da asco la gente que hace política así, que hace siempre lo que conviene o lo que arranca el aplauso fáci”.

A la audiencia no se le ocurrió otra cosa que aplaudirle eso. Como ironía del destino fue exquisita, las cosas como son, y si uno odia a Podemos, hasta podría ponerse la secuencia completa como sonido del móvil.

No me parece descabellado pensar que semejante episodio, difundido en las redes sociales con el consiguiente y lógico cachondeo, le generase un trauma a Iglesias. De ahí, creo yo, su loable propuesta del pasado fin de semana. “No quiero un solo aplauso a mi intervención”, dijo, y lo consiguió, aproximadamente.

A lo mejor, de todas las propuestas más o menos irrealizables de Podemos, sólo sobrevive ésta: que la gente escuche en los mítines políticos. Que dejen de comportarse como zombis acríticos, idiotas meneabanderas, y empiecen a reflexionar sobre lo que escuchan. No sería una gran revolución, ya lo sé, pero, oye, por algo se empieza.

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