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Para no hablar de lo que importa

González Pons enseña el tuit enmarcado de Valenciano sobre Ribery.

Olga Rodríguez

El Ayuntamiento de Pamplona va a homenajear esta semana al batallón que violó y asesinó a 17 personas en Valdediós en 1937. Esta impunidad, procedente de arriba, consentida por las autoridades, impulsada incluso por ellas, es una de las señas de identidad de este país, con más de 100.000 desaparecidos. Y sin embargo el Gobierno agita el fantasma de la impunidad para señalarnos a nosotros, a la gente de a pie.

En la campaña electoral uno de los grandes temas está siendo el de “la impunidad en Twitter”. No la corrupción. Tampoco los recortes, ni la precariedad con la que viven tantas familias, ni el aumento de la desigualdad. Hay cien desahucios al día, cada doce minutos las entidades financieras echan a gente de sus casas, pero el discurso procedente del poder culpa a las víctimas y ahora también a las redes sociales.

Se detiene a manifestantes pero no se condenan ni se investigan los crímenes del franquismo. La reforma de la jurisdicción universal pone a 43 narcotraficantes en la calle pero multan a gente por protestar pacíficamente. Se estigmatizan protestas legítimas pero se defiende la impunidad del mayor acusado por torturas durante la dictadura franquista.

Pretenden vincular una actividad legal como los escraches con un asesinato como el de Isabel Carrasco y mientras, algunos se reparten sobresueldos y otros aumentan beneficios a costa de la precarización de los trabajadores. Apalean a manifestantes y periodistas mientras insisten en que hay violencia contra los políticos.

Nada de esto es casual. Forma parte de una clásica estrategia de manipulación destinada a desviar la atención de la raíz de los problemas. En un contexto como el actual, marcado por la corrupción -con un escándalo como las cuentas secretas en Suiza-, por la precariedad, los recortes y el aumento de la desigualdad cualquier tema ajeno a estas realidades es bienvenido en los laboratorios encargados de confeccionar debates públicos a medida.

En España Esperanza Aguirre es una de las maestras en crear cortinas de humo. Lo hizo por ejemplo al reclamar medidas drásticas para impedir que se pitara el himno nacional durante un partido de fútbol, cuando aún era presidenta de la Comunidad de Madrid. Con ello movilizó a sus partidarios, desató críticas entre sus detractores e impuso un debate que hizo sombra a sus problemas domésticos: un enorme déficit en Madrid, una huelga en la enseñanza pública y el llamado caso Bankia, con claros vínculos con el PP.

Las técnicas de manipulación son el abc de buena parte de los departamentos de comunicación política. A lo largo de la historia ha habido incluso dirigentes que se han involucrado en operaciones militares para desviar la atención de sus malas prácticas.

Determinadas alertas por terrorismo difundidas por autoridades han servido para enterrar temporalmente casos de corrupción política o grandes estafas aplicadas a través de medidas económicas. Recientemente el escándalo del espionaje de Estados Unidos fue rápidamente reconducido hacia una campaña de persecución precisamente contra aquél que había destapado el asunto, Edward Snowden.

En España la inmigración ha sido usada con ese fin: se acusa a inocentes de una situación cuyos únicos responsables están en los gobiernos y en el poder financiero, no detrás de las vallas que separan África de Europa. Se habla de invasión, de peligro, de avalancha, para que el objeto a examen no sea el Gobierno, sino personas sin nombre ni rostro, demonizadas y desprovistas de identidad.

La criminalización de la protesta e incluso del comentario en las redes sociales tiene el mismo objetivo. La táctica es simple: “Señalo a quien me señala”. No hay límite. Se acusa a los más débiles de impunidad, cuando esta, por propia definición, suele proceder de quien tiene el poder. El insulto a la inteligencia de la gente es cotidiano. Lo triste es que la estrategia a veces les funciona.

La propia represión, cada vez más presente en nuestro país, actúa en sí misma como una cortina de humo, pretendiendo silenciar los mensajes políticos de los manifestantes para erigirse ella misma en objeto protagonista del debate público y de la lucha ciudadana.

En esta campaña electoral se ha hablado de Twitter y “el odio que envenena las redes sociales”, se ha usado un asesinato para estigmatizar protestas y críticas legítimas, ha predominado el “y tú más” del bipartidismo, ha habido machismo, han aparecido Jesucristo, el Che, Felipe González, y hasta Ribery. De Europa se ha hablado poco. Ni siquiera estuvo muy presente en el debate Cañete-Valenciano.

Este es el nivel. Si queremos cambiarlo no basta con criticar y quejarse en las redes sociales. Este domingo tenemos la oportunidad de decir no a quienes creen que con sus cortinas de humo nos olvidamos de que otra Europa es posible y más necesaria que nunca.

Como dijo Eduardo Galeano, ¿qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible? ¿Qué tal si dejamos claro que nos merecemos algo mejor que mediocridad, mentira y robo? Si no hablamos en las urnas, usarán nuestro silencio.

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