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Una imagen perturbadora

Orugas camufladas en su entorno. Foto: Silvia Font

Begoña Huertas

Tras recibir la noticia de que la Audiencia Nacional citaba a Mariano Rajoy como testigo en el juicio a la trama Gürtel, el abogado del PP afirmó que esa declaración no era pertinente, ni necesaria “y puede ser absolutamente perturbadora”.

Absolutamente perturbadora, dijo.Y tiene razón. La visión de un presidente del Gobierno en el juzgado por un caso de corrupción es perturbadora, y como tal puede influir en la apreciación que los ciudadanos tengan de él y, aún más, en el rechazo que pudiera derivarse de esa nueva apreciación.

Es un hecho probado lo mucho que afecta a nuestras percepciones el encuadre donde se sitúan las cosas, o sea el contexto. Uno de los ejemplos más mencionados es el experimento de “las ruedas de reconocimiento”, y es que se ha demostrado que, con toda probabilidad, alguna de las personas que se exponen en ellas será señalada como culpable aunque ninguna tenga nada que ver con el crimen. Este tipo de condicionante por supuesto tiene particular interés en el campo del marketing, y de la política. El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, en su ensayo El precio de la desigualdad (2012), dedica algunas páginas a explicar cómo es posible que el 1% de la población tenga lo que el 99% necesita: “Es posible manipular los marcos y, por consiguiente, las percepciones y la conducta”.

Cuando uno se pregunta cómo es/fue posible tanto robo y tanto chanchullo realizado con tanto descaro, también la respuesta tiene que ver, en gran parte, con esa idea de encuadre. Sencillamente, a los ladrones no se los veía, mimetizados como estaban con el entorno, pasaban desapercibidos. La oruga sobre el nervio de la hoja se encuentra a sus anchas porque no llama la atención, puesta sobre un folio blanco no estaría tan tranquila. De manera que hay que preguntarse por el entorno. En qué entorno, en qué contexto se movía toda esa trama.

El marco de referencia es una sociedad donde la medida de todas las cosas es el dinero, y la diferencia entre valor y precio hace mucho que se ha perdido. Acumular ganancias, hacer negocios, eso es lo que se potencia. En consecuencia, todo lo que no vaya a dar un rédito monetario –al menos desde la óptica mercantilista y mediocre del business más rancio– es eliminado de los colegios: antes fue la Filosofía, ahora es la Literatura la materia que desaparece en el Bachillerato.

Todo esto son valores que se aprenden desde la infancia, y de hecho podríamos preguntarnos qué relación enseñamos a los niños a tener con el dinero. ¿Será acertado pagarles por estudiar o según las notas que obtengan?, ¿sería mejor darles algún dinero sin ningún motivo, incluso con un punto de indiferencia que lo resitúe como un medio y no como un fin? No lo sé. Natalia Ginzburg critica sin tapujos esa “primera pequeña virtud que se nos ocurre enseñar a nuestros hijos”, el ahorro. Antes mencioné a Stiglitz, quien curiosamente en ese mismo libro afirma: “A mí mis padres me dijeron que el dinero no era lo importante”.

Pero dejemos, como dice la ensayista italiana, estas pequeñas virtudes y vayamos a las grandes: “No el ahorro, sino la generosidad”, “no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber”. El foco habría que ponerlo en el rechazo de las desigualdades que crea un sistema cada vez más injusto donde los ladrones se mueven como pez en el agua.

En otro contexto, sobre otro fondo, los Correa, los Rato, los Pujol, los Ignacio González hubieran llamado la atención y no hubieran podido maniobrar con tanta impunidad. Lo hicieron porque todo valía y el mejor era el más listo a la hora de hacerse con el trozo de tarta más grande.

Así que bienvenida la imagen perturbadora. El señor que ocupa la Moncloa es el mismo que declarará como testigo en una trama corrupta. En lugar de verle en su respetable butacón le veremos sobre la silla de un juzgado (aunque sea en plasma). A ver si funciona de verdad la teoría del encuadre y cambia la percepción de tantos españoles incapaces de ver hasta ahora la oruga sobre la hoja.

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