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Si les importara Venezuela

Un habitante del barrio ubicado en el este de Caracas, en la barriada de Petare.

Antón Losada

La situación de Nicolás Maduro se ha vuelto aún más insostenible. Su presidencia colapsa víctima de su incapacidad para hacer evolucionar un régimen chavista que no era posible sin Hugo Chávez. Si sobrevive a esta crisis lo hará en condiciones de tanta debilidad que, o bien sus propios aliados forzarán un relevo, o la oposición volverá a tratar de derribarlo sabedora de que sus apoyos crecen a cada intento. No se puede gobernar contra la mitad del país. No es sostenible, ni democrática, ni logísticamente. Que Maduro haya tenido que gobernar contra un acoso tan antidemocrático como furioso no le legitima para mantenerse en el poder, aunque sí le da potentes argumentos para defender su candidatura en unas elecciones democráticas.

Lo único que mantiene unida a la oposición venezolana reside en el anhelo de echar a Maduro y, en no pocas ocasiones, ni siquiera eso ha bastado. Por eso, la única democracia que les vale es la suya propia: aquella que expulse a a Maduro y al chavismo del poder. Su capacidad para ofrecer una alternancia con garantías resulta más que dudosa. Tampoco parecen dispuestos a asumir que no se puede gobernar contra la otra mitad del país. Los excesos chavistas no les legitiman para asaltar el poder, aunque sí les concede argumentos para promover sus candidaturas en unas elecciones democráticas.

Si en la política española importase de verdad Venezuela, por empatía, por historia y por interés estratégico, habríamos reconocido la complejidad de la situación y estaríamos trabajando activamente para mediar en una construcción de una solución, que solo puede armarse sobre unas elecciones libres y reconocidas como legítimas por ambas partes, gane quien gane.

Si además, en la política española, pesase como debería el interés de un país como éste, tan lleno de patriotas y banderas en los balcones, se habría hecho lo imposible por negociar una posición y una estrategia común para no quedarnos, otra vez, fuera de juego en un momento cuando se deciden los futuros equilibrios de poder e influencias en una zona del mundo vital para los intereses españoles.

Pero no importa Venezuela, ni siquiera los intereses del país propio; solo el daño que pueda hacerse con ella a un gobierno que, de momento, no ha sabido resistir la presión y armar un discurso de mediación internacional y defensa del interés nacional. El presidente Sánchez ha comparecido, tarde y mal, para decirnos que la oposición se equivoca al criticarle porque ya esta haciendo lo que la oposición dice que hay que hacer. Se equivoca. El papel de España y la UE no puede ser tomar partido, mucho menos lanzar ultimatos a un Estado amigo y soberano desde una supuesta superioridad moral o democrática europea; aún menos intentar disfrazar de defensa de la democracia actitudes que nos devuelven un desagradable sabor colonial. Es un país amigo y aliado que afronta una situación dramática, con riesgo evidente de una confrontación civil, nuestra responsabilidad y nuestro interés pasa por ayudar a evitarla y a encontrar una salida, no por decidir quién gana.

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