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La izquierda y el feminismo

Irene Montero, portavoz de Unidos Podemos en el Congreso

Gabriela Wiener

Para bien o para mal, Podemos vuelve a estar en boca de todos. Por supuesto, eso no quiere decir necesariamente que vaya a convertir esta crisis en oportunidad –sobre todo cuando, según los nostradamus de la política, el partido que alguna vez refrescó a la izquierda de este país podría perder Madrid con Carmena o sin Carmena–, pero está claro que ha conseguido arrebatar de las garras de Vox las portadas de los diarios y el foco del debate político, después de semanas de soportar su omniprescencia. Y eso es un maldito alivio y sí, es una oportunidad, lo es para la izquierda así en general, si eso existe. Porque al menos ya no parece que estemos en 1998 debatiendo sobre si esto es violencia familiar o de género. El cisma de Podemos nos ha devuelto al futuro. Aunque sea más que incierto. Y me ha hecho pensar en el feminismo o, más bien, el feminismo me ha hecho mirar este entuerto de otra manera, o el feminismo, quizás, podría ser el clavo ardiendo del que agarrarse.

Hace unos días pensaba que lo peor que le podría pasar al feminismo es lo que siempre le ocurre a la izquierda; y que lo mejor que podría pasarle a la izquierda de este país es lo que le está pasando al feminismo ahora mismo. El movimiento feminista no puede perder su esencia moderándose para ser menos incómodo, no puede acabar desactivado por sus rencillas internas, no puede permitir que sus contradicciones le estallen en la cara sin haberlas asumido como parte de su naturaleza amplia y diversa. La unidad es una quimera, pero no lo es el entendimiento. Y a la vez, la izquierda debería trabajar para ver legitimada su lucha, para que esa lucha sea percibida, ocho años después del 15M, como urgente y necesaria por la gente que entiende que ni la derecha ni la socialdemocracia quieren una verdadera transformación social. Sería un acierto ver a una izquierda que vuelve a conectar con un clamor popular como el feminismo, porque aún en España el sueldo mínimo no alcanza, porque peligran las pensiones y se amenaza la sanidad universal, porque ya hay en marcha una nueva burbuja inmobiliaria, porque hay gente sin calefacción, porque hay una ley de extranjería racista, porque la ultraderecha aprieta y planea ser gobierno otra vez para cargarse todo.

Mientras Íñigo se ungía a sí mismo como el verdadero hombre que redimirá a la izquierda, solo podía pensar en lo mucho que se quedó en la teoría aquello de “feminizar la política”, cuando nos giramos y confirmamos una vez más que cada uno de ellos seguía con su Juego de Tronos en su forma de relacionarse con el poder. O qué tanto medirse las pollitas como parte de las lógicas políticas ha sido un factor crucial para la deriva de Podemos. Lo más triste no es que en la izquierda también haya machistas, lo peor es que quizá la izquierda sea la única que se esté cuestionando su machismo, que esté intentando desmontarlo, y sin embargo, que no sea suficiente, porque a la hora en que las papas queman los vemos solo a ellos, en el partido, en la cultura, en el gobierno del PSOE, en la asamblea: sus cabezas complotando, traicionando, encajando el golpe, enviando los pronunciamientos, escribiendo contra las mujeres, contra las identidades diversas, haciendo que esto parezca algo que se hace entre hombres porque si no el barco se hunde. Que toleremos las idas y vueltas de los pablos e íñigos, pero cuando se trata de una mujer haciendo política, como Colau o Irene Montero, nos pongamos exquisitos.

Por ejemplo, aunque Pablo Iglesias es el secretario general de Podemos e Irene Montero no, debió ser ella la que saliera a dar las explicaciones del caso sobre el tema Errejón y no él que estaba de baja paternal, que es una buena razón para que por una vez el hombre no saliera al frente de lo público. Hubiera bastado con que el foco estuviera sobre ella a la hora de hablar a los militantes sobre esta crisis, como hizo muy bien poco después ante los medios, diciendo que ellas están ahí para hablar de los presupuestos o de pelear para subir el sueldo mínimo o parar los alquileres abusivos, que, como dijo, son temas que le importan muchísimo más a la gente que lo que pase en la interna de Podemos. Eso es hacer feminismo desde el lugar que le ha tocado.

No andaba desencaminada Montero cuando para su relanzamiento, decidió hacerlo en un acto de feminismos rodeada de 300 mujeres. Si hay algo que necesita Podemos es que dejemos de ver las caras de los señores del partido en carteles morados. Pero cuidado con ponerse en el centro de las mujeres que luchan allá afuera. Montero debe ser protagonista en su quehacer institucional, partidario y asegurarse de que Podemos realmente lo sea, limpiarlo de masculinidad tóxica, canalizar las demandas sociales; pero debe estar atenta para no intentar en la calle abanderar el feminismo, pretender protagonizarlo o fagocitarlo, que es lo mismo que hizo Podemos con el 15M. Queremos ver a Irene en los feminismos reales como una más. El feminismo no necesita un partido, al feminismo hay que escucharlo. Sobre todo cuando hay otros que quieren que retrocedamos 50 años.

El feminismo finalmente está diciendo que hay nuevos sujetos políticos con cosas que hacer y decir en política más allá del hombre blanco heterosexual. Para lograr calar en esas seis millones de personas que siguieron la huelga del 8 de marzo del año pasado, y en mucha más gente que podría renunciar a la abstención empujada por los peligros de la ultraderecha, hay que empezar por romper con las lógicas masculinas, confrontacionales, capitalistas, racistas y patriarcales desde dentro. Ser conscientes de que para que ellos puedan mandar, hacer pactos y deshacerlos, también en la izquierda, para que puedan ser vanguardia, todavía existe una extensa retaguardia que lo sostiene todo, sin la que no podrían funcionar y que, para su espanto, se ha empezado a mover porque es su turno de dar el salto en defensa de la vida.

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