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Entre jodido e indignado

Autobús de HazteOír.

Gumersindo Lafuente

Llevo unos días inquieto y preocupado. El viernes pasado, José Palazón, un tipo ejemplar, épico, admirable, es decir, único, al que he tenido la fortuna de conocer y tratar en los últimos años, sufrió un derrame cerebral en Melilla, la ciudad de sus luchas y desvelos. Por suerte me cuentan que Pepe, al que muchos no conocerán por su nombre pero sí por la emblemática y multipremiada fotografía de un campo de golf con la valla al fondo repleta de inmigrantes, ya está mejor y anda pidiendo la prensa para no perderse las noticias.

También estoy molesto e indignado con lo del autocar de HazteOir. Que sí, que lo han logrado, todo el mundo habla de ellos. Y también, que si pedimos libertad de expresión para lo que nos gusta el mismo derecho debemos conceder para lo que nos aterra. Pero con una salvedad, por favor, que en este caso estamos jugando con los sentimientos de menores de edad que han sufrido por años, y en muchos casos siguen sufriendo, la exclusión y la incomprensión de su entorno, la intolerancia hacia lo diferente, la necesidad de los pobres de espíritu de tenerlo todo atado y normalizado. Como dios manda, que diría nuestro inefable presidente Rajoy.

Pues no. Viva la libertad de expresión, pero no a costa de nuestros niños y niñas. Los queremos como son, no como a los de HazteOir les gustaría que fuesen. Y por cierto, que piensen lo que quieran y que lo proclamen en las tribunas en las que no interfieran con la sensibilidad y la educación de nuestros hijos, pero nada de asociación de utilidad pública con beneficios fiscales y demás. El mismo PP que le dio esa prebenda (Fernández Díaz como ministro del Interior) es ahora también víctima de sus críticas (Cifuentes como presidenta de la Comunidad de Madrid). Ellos, que gustan de proclamar las divergencias de los demás, deberían ponerse de acuerdo en asuntos tan transcendentales.

Tampoco son tranquilizadoras las noticias que nos llegan de cómo ha actuado la cúpula policial del PP. Se ve que la poca vergüenza del anterior ministro o era contagiosa o era condición indispensable para estar al mando. El espectáculo de los Villarejo, Pino y demás no puede quedar así. Más le valdría a Ciudadanos pedir a sus socios conservadores que hagan algo, o al final se verán salpicados por un fango del que a los populares les va a ser muy difícil salir.

Y qué decir de lo que acaba de aprobar ayer mismo el Ayuntamiento de Madrid. Recientes aún las polémicas por los engaños de Volkswagen y la contaminación creciente, sobre todo por las partículas en suspensión producidas por los motores diésel, Inés Sabanés (Equo), concejala responsable del asunto, anuncia la posibilidad de que cada taxista pueda elegir el vehículo que quiera, sin necesidad de limitarse a los homologados por las marcas. Quizá presionada por la amenaza de huelga de los taxistas, se olvida del problema principal: la salud de los madrileños. Miles de muertes anuales son debidas a este asunto y pasan los años sin que las administraciones tomen medidas.

Recupero unas declaraciones de Alberto Ruiz-Gallardón en 2010, cuando era alcalde de la capital: “La Empresa Municipal de Transportes (EMT) no volverá a comprar vehículos diésel y la renovación de los taxis a partir del momento en que agoten su vida útil no podrá volver a ser con vehículos diésel”. Han pasado más de seis años, Gallardón, era de esperar, no cumplió; el PP perdió la alcaldía y Ahora Madrid, que gobierna con apoyo del PSOE, tampoco se atreve con este asunto tan evidente y tan criminal.

Les doy alguna pista, busquen un vehículo con motor diésel en Tokio, les va a costar encontrado. En Madrid el 65% de los taxis son diésel y probablemente el porcentaje de vehículos privados es aún mayor. Curiosamente, hace apenas dos meses, en México, la alcaldesa de Madrid se comprometió a prohibirlos en 2025, pero de nuevo no parece que estemos de verdad en ese camino.

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