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Palabras en el vacío

(Ampliación) Las empresas que se declaran en quiebra se disparan un 30,1% en el primer trimestre

Isaac Rosa

Por compromisos con mi último libro, he pasado en las dos últimas semanas por las sedes de varios medios de comunicación, de todo tipo: radios, televisiones, prensa escrita, digitales. En todos había estado ya otras veces, y al volver ahora reconozco al entrar un paisaje común: en la mayoría veo nada más llegar el hueco que han dejado los trabajadores despedidos, las páginas recortadas, los programas cancelados. Despachos cerrados, mesas desocupadas, pasillos apagados, persianas bajadas, plantas enteras vacías mientras los supervivientes se repliegan juntos, cada vez en menos espacio. En algunos casos son edificios todavía nuevos, que en su arquitectura reflejan la bonanza del tiempo en que fueron construidos, hoy fantasmales.

Lo mismo podría decir de muchas otras empresas que conozco, que sufren el mismo proceso de encogimiento. Por ejemplo, una gran editorial que cada pocos meses reorganiza la distribución de departamentos para reagrupar a quienes siguen, y así poder cerrar las zonas vacías y ahorrar en luz y climatización. Sé que está muy manido el recurso a Casa tomada, el famoso cuento de Cortázar, pero así es: los trabajadores van concentrándose en cada vez menos espacio, mientras el resto de la oficina queda a oscuras.

En realidad, allá donde vayas encuentras el mismo paisaje: un vacío que lo va engullendo todo. Polígonos industriales con cada vez más naves cerradas. Empresas donde la plantilla se va reduciendo a la mitad, a la tercera parte, un quinto. Calle enteras donde apenas queda un local con actividad, la mayoría con la persiana bajada. Mercados con los últimos puestos abiertos. Explanadas de asfalto llenas de camiones ociosos. Bares que mantienen el cartel de “Cerrado por vacaciones”, ya descolorido. Camas de hotel que nunca se deshacen. Salas de cine y teatro donde el público ocupa unas pocas butacas, hasta que acaban cerrando. Autopistas por donde apenas pasa un coche.

Centros culturales sin actividad, con horario reducido. Hospitales con quirófanos cerrados, plantas enteras clausuradas mientras los pacientes se amontonan en las zonas abiertas. Pisos, miles de pisos deshabitados. Grandes extensiones de terreno urbanizado en barrios que solo existieron sobre plano y que hoy mantienen anchas avenidas y parques entre solares. Por no hablar, claro, de toda esa arquitectura fallida cuya contemplación nos recuerda de dónde venimos: edificios emblemáticos que hoy son emblema del despilfarro, museos sin contenido, palacios de congresos sin congresos, recintos feriales sin ferias, aeropuertos sin aviones, estaciones sin pasajeros. Ruinas sin estrenar, sin siquiera el encanto de lo caducado, obscenas en su brillo.

Nos estamos quedando en los huesos, hemos enflaquecido y el país nos queda enorme, como un traje de tiempos mejores. Un país mellado, lleno de espacios vacíos que dan aún más sensación de frío, huecos que no volveremos a llenar nunca. Un terreno abandonado que los buitres corren a ocupar: por ejemplo todos esos fondos de inversión extranjeros que sin hacer mucho ruido están comprando a precio de saldo toda nuestra flamante ruina, haciéndose con la mayor parte del suelo urbanizable, con miles de pisos e incluso viviendas de alquiler social, pero también patrimonio del Estado en liquidación, empresas con dificultades, acciones devaluadas, bancos nacionalizados, hospitales, servicios públicos ya privatizados y que están cambiando de manos.

En ese vacío siniestro de lo que va quedando sin uso es donde resuenan las promesas del Gobierno y sus propagandistas, ese discurso de que hemos empezado a recuperarnos, que hemos tocado suelo y en adelante todo será ascender. “La crisis ya es historia; hoy se habla de cuán grande va a ser la recuperación económica”, dice Rajoy, y sus palabras hacen eco en cada oficina clausurada, tienda cerrada, cine apagado, quirófano sin uso, piso deshabitado; retumban en los bolsillos vacíos, en las horas muertas de los millones de parados, en la nómina de los que aún aguantan, o en el agujero de derechos de quienes encuentran un trabajo estos días. La crisis ya es historia, ya es historia, es historia, historia, toria.

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