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¿Asalto o vergüenza? ¿En qué quedamos?

Juan Luis Sánchez

Se han quemado y ahogado más de 100 personas en el naufragio entre llamas de un barco de eritreos y somalíes que estaba ya a punto de llegar a su objetivo: Lampedusa, Italia, Europa. La prensa española coincidía el viernes en la interpretación de lo sucedido. Coincidía hasta el ridículo. Coincidía por una razón: el Papa ha contraprogramado.

El Papa Francisco estuvo en Lampedusa durante el mes de julio en su primer viaje y en uno de sus primeros gestos para decirle al mundo que él es diferente. Al conocer lo ocurrido, el Papa ha dicho que “es una vergüenza” y pidió soluciones. Algunos medios jamás habrían dado su portada monotemática a la muerte de 100 africanos camino de Italia. Pero si el Papa habla, ya parece que es importante y las palabras de Bergoglio inspiran directa o indirectamente la inmensa mayoría de las portadas nacionales, que citan sus palabras o las parafrasean asumiéndolas como propias:

“Una vergüenza”. Lo que ha pasado en Lampedusa es una vergüenza para Europa. Esas personas que han fallecido vienen de Somalia, en constante tensión durante décadas, y sobre todo de Eritrea, un país que sufre una dictadura represiva y olvidada desde su creación en 1993. Son personas que han decidido la ruta norte, la que acaba pasando por Libia, donde muchos trabajarían como esclavos, antes, durante y después de la guerra contra Gadafi.

También podrían haber seguido la ruta de la mayoría de sus compatriotas: el este, atravesando el estrecho de Adén, a pesar de la amenaza de los “piratas” somalíes y los buques de guerra occidentales que protegen la pesca europea; viajar hacinados durante días en la bodega de un barco pesquero, recibiendo latigazos que castigan cualquier movimiento, cualquier ruido, como le contaban ya en 2010 las propias víctimas al fotoperiodista Sergi Cámara a su llegada al otro lado, Yemen, un país peligroso que los recibe con un desierto donde yacen enterrados en las dunas los que ya desembarcan medio muertos. Hay que estar desesperado para querer huir hacia Yemen porque sabes que Europa no te querrá dejar entrar. Es una vergüenza, sí.

Pero cómo puede ser una vergüenza que se incendie una barcaza, y no que una patera sea arrollada en las costas españolas, causando 13 muertos o desaparecidos, como se ve en este vídeo difundido el pasado mes de marzo:

Ante esta noticia, el ministro del Interior dijo que los inmigrantes se habían metido debajo de la patrullera, que era su culpa, y que “es injusto que no se reconozca la labor humanitaria de la Guardia Civil”.

Cómo va a ser una vergüenza lo de Lampedusa si no lo es que los guardacostas españoles rocíen con un extintor a un cayuco ante la increíble amenaza del bidón de gasolina para el motor. Cómo puede ser una vergüenza que se hunda un barco en Italia y no que los recibamos así en España:

Cómo va a ser una vergüenza que los pescadores sicilianos, sobre los que ABC intenta focalizar la culpa, no socorrieran a los inmigrantes si no se puso el grito en el cielo cuando en España estaban vigentes las multas a personas que con intención humanitaria acogieran en su casa a inmigrantes sin papeles. Si han tenido que ser las ONG las que pidan casi en silencio que en el nuevo Código Penal que prepara Gallardón se modifique el artículo donde muchos interpretan que esto podría volver a darse, con riesgo a penas de prisión.

Cómo van a ser una vergüenza las barreras europeas ante el drama del que huye, si luego llamas “asalto violento” , “gran oleada” y “conflicto” cada vez que grupos de inmigrantes tratan de saltar la valla de Melilla.

Cómo puede ser importante lo más mínimo la tragedia si cuando sucede en España nadie inicia ninguna investigación independiente y casi todos dan por hecho la versión oficial de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Armados, violentos, oleadas, asaltos masivos, heridos aquí y nunca allá.

Cómo llamas vergüenza a lo de Lampedusa sin que te produzcan ningún sentimiento las noticias que demuestran que Marruecos recibe fondos europeos para hacerle el trabajo sucio a España y mantener a los subsaharianos lejos de las vallas, con todo tipo de torturas documentadas. Todo periodista que ha estado en los montes del norte de Marruecos –y hemos sido muchos, los hay en casi todas las redacciones– sabe que la muerte a manos de la policía, las violaciones sexuales y la desgracia crónica de esas personas mientras esperan durante años una posibilidad para dar el salto no importan a nadie. Siempre que sea “un poco más allá”, que justo en la frontera es incómodo.

Cómo va a ser una vergüenza lo que le pasa a esta gente si se aplauden los recortes en gastos “no prioritarios” como la cooperación internacional, que es hoy un 70% más pobre que hace cinco años; cómo va a ser una vergüenza si relatas indiferente cómo España con el resto de la Unión Europea ha diseñado un sistema de vigilancia fronteriza para repeler la llegada.

Cómo puede ser una vergüenza y que nadie haya escuchado nada serio a los representantes de la Iglesia ni a sus medios amigos sobre la supresión de la asistencia sanitaria a los inmigrantes para ahorrar en sanidad.

No pasa nada si en 13 años han muerto 8.000 inmigrantes llegando a Lampedusa. Son cifras que implican 50 fallecimientos al mes, que equivalen al hundimiento de una o dos barcazas como la de esta semana cada dos meses.

Pero todo junto, sí. Una de las normas del periodismo cínico y de la política cínica es que las tragedias son más tragedias, o solo lo son, cuando los muertos se acumulan todos a la vez, así de una tacada gorda, que se vea toda la muerte junta como un gran espectáculo trágico, dramático, titulable. El titular hoy es “vergüenza”. Ya veremos cuál es la prioridad mañana.

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