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¿A qué llamamos ‘buena política’?

Varios refugiados sirios cocinan frente al CETI de Melilla. | Gabriela Sánchez.

Chema Vera

Director General de Oxfam Intermón —

Con frecuencia, hablar de 'buena política', 'políticas solidarias' o de 'política de las personas y sus derechos' hace que nos ganemos el calificativo de ingenuos. Ya nos gustaría serlo, cuando, aquí o fuera del país, tenemos cerca a millones de personas que sufren de manera directa las consecuencias de la pobreza y la desigualdad extrema. Los conflictos alimentados por armas e intereses extractivos, el cambio climático y su impacto sobre las personas más vulnerables, el casino financiero global y una fiscalidad injusta son, entre otras, las causas que conducen a mujeres, hombres y niños a la miseria, la violencia y la huida.

También en nuestra sociedad hemos visto en los últimos años cómo se despliegan políticas económicas y sociales que han aumentando la brecha de la desigualdad hasta ser uno de los países más desiguales de Europa. Cada medida política alejada de la realidad conlleva un coste en la vida de las personas, y un crecimiento en la brecha que separa a los más ricos, que deciden, de los más pobres, que no tienen esa opción.

Por eso hemos propuesto reunir hoy bajo el mismo techo a políticos de varios partidos con personas afectadas por la crisis que nos rodea. Personas que no sufren en silencio, sino que entienden lo que les ocurre y actúan para cambiar la situación. Personas como Beatriz, que en muy poco tiempo ha perdido su trabajo, su casa, y su pareja, y sabe muy bien lo que necesitan ella y sus tres hijos para salir adelante, y para ser felices

O como Ahmed, que sufrió el desgarro de huir de su tierra por un conflicto, y ahora ayuda a otros refugiados, y sabe muy bien cómo poner la vida por delante. O como Aurora, que no puede permitirse vivir de forma independiente en una ciudad como Madrid, a pesar de tener estudios y trabajo. O como Irene, que mientras estudia Medicina ve cómo imprescindible una mayor transparencia y poder participar en las decisiones políticas que nos afectan. O Jesús, que cada día tiene que luchar para mantener viva su pequeña empresa, pagando muchos más impuestos que las grandes compañías, y sin las coberturas mínimas del común de los trabajadores. O Fainés, que después de perder su vida y tener que huir de Burundi ha sido capaz de regresar, rehacerse y recomponer la vida de muchas personas alrededor gracias a la cooperación al desarrollo.

Es un imperativo moral y ético reconocer que las personas, sobre todo las más vulnerables, deben estar primero. Antes que los beneficios, y en el centro de las estrategias políticas. Por eso nos vemos en la necesidad de acercar a los responsables de los partidos a los problemas reales de la ciudadanía: personas que no sólo han sido afectadas por las consecuencias de la crisis sino que tienen propuestas concretas para revertir la situación (salarios, fiscalidad, protección social, desarrollo, participación). Porque es imprescindible que logremos nuevas maneras de relacionarnos, de entender la política para cambiar vidas.

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