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La lógica política ha mandado en los pactos, pero hace falta algo más para ganar las generales

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. / Europa Press

Carlos Elordi

Tres semanas después de las elecciones municipales y autonómicas, nada sustancial ha modificado el panorama que se trazó en la noche del 24M. A falta de algún detalle concreto y a menos de que se produzca una formidable sorpresa de última hora, los pactos postelectorales han confirmado que el PP ha perdido una parte muy importante de su anterior poder territorial y que las distintas izquierdas han avanzado muchas posiciones, algunas de primer orden. Queda por ver qué políticas de cambio aplicarán los nuevos alcaldes y presidentes autonómicos y, no menos importante, cómo influirán los acuerdos en las posibilidades de unos y otros de cara a las generales. Pero, a ojo de buen cubero, la cosa ha salido tal y como la lógica política apuntaba. Cualquier otra opción era imposible.

Era impensable que Susana Díaz no fuera elegida presidenta y que hubiera que convocar nuevas elecciones en Andalucía. Se sabía que tenía margen de maniobra para evitarlo: se lo conferían su victoria en las elecciones, a pesar de haber perdido muchos votos, y el poder que seguía administrando. El apoyo de Ciudadanos había de llegar tarde o temprano. Y si Podemos hubiera sido imprescindible para la investidura, lo más probable es que el PSOE habría hecho las concesiones necesarias para conseguir su voto. A fin de cuentas, en Andalucía no le ha ido del todo mal a ningún partido. Salvo a IU.

Era igualmente muy difícil que Cristina Cifuentes no se hiciera con la Comunidad de Madrid, y por motivos muy similares. Ciudadanos ha mantenido la tensión hasta el último minuto, arrancando al PP promesas de lucha contra la corrupción que nadie sabe si se cumplirán, pero al final ha decidido apoyar a la derecha de siempre en la región más influyente de España. Sin que se sepa qué puntos de su programa de reformas han sido aceptados por ésta y, por tanto, en qué dirección cambiará, si cambia algo, la política del gobierno regional madrileño. Pero la otra opción –un pacto PSOE-Podemos-Ciudadanos– era imposible desde el primer momento. Porque el partido de Albert Rivera no iba entregar Madrid a las izquierdas.

Falta por concretar qué ocurrirá en Aragón y Baleares. Pero el hecho de que la alternativa a un acuerdo entre los hasta ahora partidos de oposición sea la conservación del poder por parte del PP en ambas regiones hace pensar que, al final, habrá pacto entre éstos. Aunque también podría ocurrir que uno de esos territorios, quien sabe si ambos, fuera la excepción a la norma en el resto del Estado. En donde, con mayores o menores dificultades, ha imperado la lógica política: la de la que la prioridad para unos y otros era echar del poder al PP y la de que cualquier otra opción era suicida para quien se atreviera a emprenderla. El ejemplo de la suerte de IU en Extremadura ha debido despejar muchas dudas.

En los ayuntamientos de las capitales de provincia, y a falta de saber qué ocurrirá en Gijón y Oviedo, esa misma lógica se ha impuesto. Favoreciendo a las candidaturas alternativas o de unidad popular en buena parte de las mayores, con Madrid, Barcelona, Valencia y varias gallegas a la cabeza, y al PSOE en buena parte del resto. A la vista de esos acuerdos, tanto autonómicos como municipales, el cambio político que se ha producido es formidable. Habrá que ver si tras de éste también llega un cambio de las políticas.

Cabe esperar que tanto el PSOE como Podemos se esforzarán por demostrar a la ciudadanía que quieren propiciar ese cambio allí donde cada uno de ellos gobierne. Y que darán pasos en ese sentido prácticamente desde que tomen posesión de sus cargos. Porque ese puede ser un activo fundamental de cara a sus posibilidades en las generales. Aunque también habrán de evitar que sus iniciativas en esa dirección tengan efectos no deseados que servirían de contra-propaganda al PP. Sin embargo, los cinco o seis meses que quedan hasta las generales no son demasiado tiempo para que esos eventuales problemas aparezcan con claridad. Hay margen para jugar fuerte.

Cerrado así el capítulo de las municipales y autonómicas, se abre ahora la campaña para las generales, de las que las primeras han formado parte y no pequeña. El nuevo periodo empieza bajo el signo del declive del PP y todos los precedentes dicen que un partido derrotado en los comicios territoriales ha perdido el gobierno central. Pero la partida no está ni muchos ganada. Porque el partido de Mariano Rajoy sigue siendo el más votado y porque, si bien hasta ahora no ha dado signo alguno de que sabe cómo intentar algo parecido a eso, su recuperación electoral entra dentro de lo posible.

Es cierto que para revivir de sus cenizas, el PP necesitaría de un liderazgo que no tiene. A su favor, en cambio, podría jugar la pérdida de imagen triunfadora que ha sufrido Ciudadanos, tanto por sus resultados menos exitosos de lo previsto, como por su política de pactos, que ha desdibujado un tanto su voluntad de protagonismo. El PP podría recuperar una parte de los votos que han ido al partido de Albert Rivera. Aunque eso tendría el coste de reducir la presencia parlamentaria de quien podría permitir que Rajoy siguiera en el cargo. El fin de bipartidismo absoluto, que no la desaparición del mismo, tiene esas consecuencias.

Alguna de esas consideraciones vale también para el otro campo. Por mucho que hayan respondido a la lógica política, los pactos de estos días han nacido de un hecho extraordinario: el de que dos rivales encarnizados como el PSOE y Podemos hayan acordado acceder juntos al poder en municipios y autonomías. Eso ha producido no pocos resquemores, por decir algo suave, en el interior de ambos partidos. Además, ahora la partida empieza de nuevo. Y el PSOE y Podemos van a hacer todo lo que cada uno de ellos pueda para arrancarse votos el uno al otro.

Es cierto que hay más factores. Por eso es tan relevante el debate sobre cómo se presentará a las generales la izquierda alternativa. Pero ese mecanismo imperfecto de vasos comunicantes entre los partidos de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es un dato fundamental de la escena política española. Es pronto para saber cuál de los dos ha salido más beneficiado, o perjudicado, por los pactos. Pero una cosa está clara: si la suma de votos de ambos no crece respecto de la del 24M, el PP tendrá no pocas papeletas para seguir en el poder.

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