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La mano invisible

Miguel Roig

Así como en el Metropolitan de Nueva York su dirección se opuso al retiro del cuadro «Teresa soñando» de Balthus, apartar la obra de Santiago Sierra de la última edición de ARCO solo provocó la reacción de Pere Llobera que se llevó la suya del stand de la galería F2 en la feria. Nada más, según cuenta Peio Riaño que entrevistó al artista en El Español Sólo Pere Llobera recogió sus obras y abandonó la feria. Nadie más. «Ni un comunicado del resto de artistas, ni uno de los galeristas, ni siquiera los directores de museos, como si no hubiese pasado nada», escribe Riaño.

Hace unos años, en 2012, el Museo Thyssen-Bornemisza, en un golpe comercial certero subastó en junio de 2012, en Christies’s, La esclusa (The Lock, 1824) de John Constable por un valor de 20 millones de libras (24,8 millones de euros). En su día, el crítico de arte y exdirector del Museo del Prado, Francisco Calvo Serraller, escribió en el periódico El País que la construcción de la nueva ala del museo, supuestamente erigida para albergar la colección de la baronesa Carmen Thysen, “ha sido, en realidad, una plataforma para mejor subastar sus obras en el mercado internacional”. El caso del Thyssen es el primero que saltó a la opinión pública en el que se constata que el museo pierde su condición de tal para devenir en galería de arte, en una marca que pone en circulación una obra y consigue que esta se revalorice. La esclusa había sido adquirida por el barón Heinrich von Thyssen en 1990 a Sotheby’s por 10,78 millones de libras (casi 13 millones de euros), es decir, que en aquella  operación se obtuvo casi el doble de beneficio. Salvo el comentario de Calvo Serraller, entonces tampoco pasó nada.

La fama del artista Damian Hirst se inició con una obra que consiste en un tiburón suspendido en formol por el cual un coleccionista llegó a pagar 12 millones de dólares (9,2 millones de euros). La obra comprada por el bróker americano Steve Cohen acabó descomponiéndose. Ante esto Hirst no titubeó: se limitó a cambiar el animal por otro. Así le habla al mercado, sin rubor, más que como un artista, como un operador.

El 15 de septiembre de 2008, en una subasta de su obra en Sotheby’s, Hirst recabó 140 millones de euros. Ese mismo día, el colapso de Lehman Brothers inauguró el hundimiento de los mercados y una crisis que parece no tener fin en la era de la posteconomía. Hirst y los mercados no creen en las casualidades pero sí en las oportunidades. Para ellos el día del tiburón se celebra todos los días del año.

La alcaldesa de Barcelona consideró oportuno romper el protocolo en los actos de inauguración del Mobile World Congress al recibir a Felipe VI. Esta claro que Colau emite gestos políticos cuyo análisis se debe hacer en el contexto del conflicto catalán. La cuestión es que buena parte de la clase política, los medios y, como es obvio, el sector privado implicado en el evento, hablaron de «interferencias políticas».

El factor político es central en una estructura democrática. Escribir esto así, a esta altura, asusta. Precisamente desde hace unas décadas hemos asistido a la instalación de una gobernanza mundial que se ejerce desde el mundo financiero que ya ha alcanzado su velocidad crucero. No hay gobernanza política; otra obviedad.

La alcaldesa Colau, sin duda, protagonizó un hecho político pero quien le respondió fue el mercado. En ARCO, la dirección, vetó una obra constituyéndose en un hecho sin precedentes en un Estado democrático pero la noticia, como en el caso de Colau es que la respuesta provino del mercado. Desde la galerista, Helga de Alvear que acató sin comentarios la decisión pasando por el silencio del resto de participantes en la feria, salvo, claro está Pere Llobera cuya actitud transcendió porque le otorgó visibilidad Peio Riaño.

Este viernes, en su columna habitual, Juan José Millás se pregunta si ha sido autocensura inconsciente la que ha llevado en la anterior legislatura a la oposición de izquierda y a los sindicatos de clase dejar que salieran adelante la ley mordaza y la reforma laboral. Lo mismo cabe preguntarse ante la actitud de todos los artistas y galeristas de ARCO. El gobierno, dando siempre un paso al costado de cualquier declaración que implique una articulación política –será por eso que, también, llama conflicto catalán a un problema español–, dijo por boca del ministro del ramo que se trataba de un problema privado. Obviamente, como con todo lo demás, deja que la realidad la resuelva la mano invisible del mercado.

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