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Las mentiras que vienen

Una foto de Felipe VI preside el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Madrid. / Efe

Maruja Torres

Hacerse “un borbón y cuenta nueva” es una afortunada definición, inventada por mi admirado @carnecrudaradio para definir el nuevo estilismo de embustes que nos invade. Quiere decir que algo cambie para que nada cambie, pero también, me permito sugerir: hoy te dejo abortar un poquito más de lo que prometí permitirte, y con eso te tapo la boca. Quiere decir: hoy me hago un birlibirloque con los impuestos, algo por aquí, nada por allá, y resulta que no sólo hemos salido de la crisis sino que, además, vas a vivir como antes. Quiere decir muchas cosas más: naturalmente. Forrados, aforados, afogadores del pitu, afanadores, asfixiando y con el mazo dando, pero ¡en un Tiempo Nuevo! ¡Para una Nueva Era! ¡Con un Nuevo Monarca! Quiere decir, sobre todo, aquí no ha pasado nada y seguimos los de siempre al timón de la nave habitual surcando los procelosos mares de la mentira, la corrupción y la opacidad más indecente. Paso página y sigo en el mismo libro. Paso cheque y vuelvo a encontrar un cheque en blanco.

Mira tú que Gallardón nos va a permitir abortar de un poco de feto, siempre que la mujer delincuente en cuestión pueda saltarse los controles previos (previos incluso al 85). Mira tú que nos van a agitar una bolsa con calderilla delante de las narices y nos van a poner a gastar de nuevo, como antes, ¿más que antes?, te amaré, que decía la vieja canción. Cómo nos van a querer, elecciones mediante y, sobre todo, cuánto nos van a despreciar, mientras nos cortejan, ofreciéndonos sus migajas mientras se ciscan en los derechos de las mujeres, en la independencia del poder judicial, en las libertades cívicas que nos han sido arrebatadas y en las mejoras sociales que logramos arrancar.

Los tiempos de canallas nunca desaparecen del todo, se enfunda el canallismo bajo una capa de bisutería fina, o bien se empasta mientras el disimulo sea considerado necesario. Aquí hemos tenido a la canallada pimpante y sin complejos mientras las elecciones aparecían lejanas y la rebelión de la calle no se materializó en una fuga de votos que les ha puesto las levitas de punta. Ahora se han colocado prótesis, recién acuñadas en los moldes de antaño –por Dios, por la Patria y el Rey–, y nos sonríen como galanes de cine que retornan para confesar que nunca dejaron de pensar en nosotros, allá en su Rancho Grande, mientras se corrían unas juergas con nuestro patrimonio moral y social.

Lo que viene son mentiras y más mentiras, envueltas en besamanos y pasacalles. Lo que viene es un capataz con un tubo de pomada antivarices, queriendo convencer a Ben-Hur de que eso es lo mejor que se ha inventado para los grilletes que le encadenan a la bodega.

Lo que viene es lo de siempre, pero insisto, repitámoslo, no como un conjuro sino como una verdad, una luz que se va fortaleciendo: nosotros, una gran parte de nosotros, ya no somos los mismos. Tenemos ese deber por delante.

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