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Nuestro mercado de trabajo y la ley de Okun

Nacho Álvarez

  • Nacho Álvarez, junto con Elena Idoate, Alejandro Ramírez y Alberto Recio acaban de publicar el libro Qué hacemos con el paro, donde proponen una reducción de la jornada laboral y redistribución de la riqueza

El economista estadounidense Arthur Okun, profesor de la Universidad de Yale y asesor de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, pasó a la historia de la macroeconomía por formular en la década de 1960 la denominada ley de Okun, una suerte de regularidad empírica lineal entre la tasa de crecimiento del PIB y las variaciones de la tasa de desempleo. Okun identificó un determinado umbral de crecimiento económico, entre el 2,5% y el 3%, por debajo del cual el incremento de la productividad se traduciría en aumentos del paro. Por tanto, para conseguir reducir el desempleo, una economía debía crecer al menos a ese ritmo.

En el siguiente gráfico podemos observar cómo, durante los últimos veinte años, dicha regularidad se ha cumplido para el caso de la economía española. Los años en los que se reducía la tasa de paro se corresponden en buena medida con años en los que el crecimiento superaba el 3% anual. Por debajo de dicha tasa raro ha sido el año que la economía española ha reducido su desempleo. Y no encontramos ningún año en la serie en el que la tasa de desempleo se haya reducido con un crecimiento económico inferior al 2%. Salvo el año 2014 (punto rojo del gráfico).

El reciente incremento del empleo en España, en un contexto de crecimiento económico entorno al 1%, ha llevado a algunos economistas a plantear que el umbral asociado a la ley de Okun podría haberse reducido significativamente en nuestro país.

Estaríamos por tanto en un nuevo escenario, en el que asistiremos a una recuperación relativamente sostenida del empleo durante los próximos meses, a pesar de que el crecimiento se mantenga en niveles relativamente bajos. Este nuevo escenario sería la consecuencia, según la ortodoxia liberal, de la última reforma laboral: la reducción de los costes de contratación y despido estarían animando la creación de empleo en el momento en que cambia ligeramente el ciclo económico, sin necesidad de un intenso crecimiento. Así, según esta interpretación, la última reforma laboral estaría desplazando hacia la izquierda la recta de regresión del gráfico anterior, sentado por tanto las bases para solucionar el elevado desempleo, principal problema económico de nuestro país.

La información que se deriva de la Encuesta de Población Activa hace pensar si embargo que no es este el escenario en el que se encuentra nuestro mercado de trabajo. Y no estamos en este escenario por tres razones.

En primer lugar, la creación de empleo neto en nuestra economía se produce a un ritmo muy lento de acuerdo a la propia dimensión del desempleo. Entre el tercer trimestre de 2013 y el mismo periodo de 2014 se crearon 274.000 puestos de trabajo. Teniendo en cuenta este ritmo de creación de empleo, necesitaríamos dos décadas para solucionar el problema actual del desempleo. No se puede decir por tanto que estemos, por el momento, ante una creación significativa de empleo.

En segundo lugar, la sostenibilidad de la creación de empleo –incluso al débil ritmo ya señalado– resulta incierta en este momento, dado el comportamiento de la productividad (actualmente en proceso de ajuste). Para que sea posible el crecimiento del empleo neto la productividad del trabajo debe incrementarse menos que el Producto Interior Bruto. En caso contrario se destruirá empleo. Esto es una identidad contable, y admite por tanto poca discusión.

Entre 2008 y 2013 la economía española experimentó un crecimiento anual medio de la productividad del 2,3%, notablemente superior al existente en los años previos a la crisis. Este fuerte crecimiento de la productividad en plena crisis no era sino el reflejo deformado de un intenso proceso de destrucción de empleo, más rápido que la propia reducción del PIB (el empleo se redujo un 3,2% anual durante este periodo, y el PIB un 1%).

Durante la crisis hemos asistido por tanto a un fortísimo ajuste sobre el empleo, que hace que las empresas lleguen a la situación actual con una “elevada” productividad (o, mejor dicho, con unas plantillas ajustadas al límite). Si entre 2002 y 2007 la jornada laboral anual por empleado se redujo un 4,4%, según datos de la Comisión Europea, en los años de la crisis esta volvió a aumentar un 1,2% (eso sin tener en cuenta el incremento de horas extra). En este contexto cabía esperar por tanto que cualquier avance –por tímido que fuese– en la demanda interna tuviese que traducirse en un cierto “efecto rebote” sobre el empleo. Una vez que la productividad se ajuste a la nueva situación, los crecimientos en el empleo bien podrían estancarse aún más.

Hay además una tercera razón que invita a cuestionar los supuestos avances del gobierno en materia de creación de empleo. Estos avances resultan no ser tales cuando analizamos las estadísticas con cierto detalle.

Una buena parte de la reducción del desempleo experimentado por nuestra economía en el último año no responde al hecho de que los parados encuentren un empleo, sino a que éstos se desaniman y dejan de buscar, saliendo de las estadísticas del desempleo. El paro se redujo en 515.000 personas durante el último año, pero la población activa lo hizo en 242.000. Si incluyésemos a los desanimados en el cálculo de la tasa “real” de paro (tal y como se hace en EEUU), dicha tasa se elevaría 4 puntos más en el caso español.

Además, si en lugar del número de ocupados totales observamos la evolución del número de horas trabajadas, no podemos decir que nuestra economía esté “creando empleo”. Debemos por tanto ser cuidadosos con la interpretación que hacemos de los datos estadísticos. La Contabilidad Nacional Trimestral del INE, a diferencia de la EPA, nos proporciona los datos de empleo en equivalentes a tiempo completo y en horas trabajadas. Aunque todavía no ha sido publicada la información correspondiente al tercer trimestre (lo que impide comparar con la EPA), de acuerdo al último dato disponible sabemos que en los últimos doce meses se han reducido, en más de 28 millones, el monto total de horas trabajadas en nuestro país.

En rigor, no asistimos actualmente a un proceso de creación de empleo neto, sino a un cierto reparto espurio del empleo (que más bien podría considerarse un reparto de la escasez): la reducción de los costes laborales propiciada por la reforma laboral está permitiendo que donde antes había un puesto de trabajo “ordinario” (indefinido y a jornada completa), ahora empiecen a convivir varios empleos de peor calidad (temporales, o a jornada partida). Según datos de la EPA, el 54% de los empleos creados en el último año son temporales, y más de 80.000 a tiempo parcial. Y de estos últimos, casi dos tercios son involuntarios. Los “minijobs” parecen haber llegado por tanto para quedarse.

Una buena prueba de que la creación de empleo está pasando fundamentalmente por la extensión de la precariedad laboral la tenemos en los propios datos de la Contabilidad Nacional Trimestral: a pesar del incremento del empleo neto, permanece estancado el peso que tiene la remuneración de los asalariados sobre el PIB.

El lenguaje, los conceptos, igual que las categorías estadísticas, no son ni estáticos ni neutros. Mutan con el tiempo, o con el propio ejercicio del poder. Y eso parece que es lo que sucede con el concepto de “empleo”. Hoy día “empleo” ya no significa lo mismo que significaba hace algunas décadas. Entonces dicho término remitía a una realidad laboral de estabilidad, suficiencia adquisitiva e inserción ciudadana. Hoy día, y más aún después de la reforma laboral, la precariedad ha difuminado los contornos de dicho concepto.

Por todo ello no podemos decir que la creación de empleo –clave de bóveda de toda política económica en este momento– discurra por una senda esperanzadora. La reforma laboral y el ajuste salarial no parecen haber contribuido a incrementar la elasticidad del empleo respecto al ciclo económico. Así, lo que está cambiando en nuestra economía no es tanto el umbral de Okun, sino el umbral de lo que nuestros gobernantes consideran un empleo digno de tal nombre.

La buena noticia no es por tanto que se cree “cualquier tipo de empleo”, aunque sea muy poco y de mala calidad. La buena noticia sería que asistiésemos a un cambio en la política económica que diese lugar a uno de los siguientes dos escenarios de creación de empleo (o a una mezcla de los dos).

El primer escenario posible pasa por un intenso crecimiento de la demanda interna capaz de superar el propio crecimiento de la productividad, permitiendo así el aumento de las horas totales trabajadas y la creación de empleo. Este escenario exigiría una expansión significativa del gasto público en torno al fortalecimiento de los servicios sociales, y una recuperación del consumo de los hogares mediante la reestructuración de las deudas hipotecarias y el crecimiento de los salarios.

Un segundo escenario es posible, y desde el punto de vista de las necesidades sociales y ecológicas también deseable: aprovechar las posibles ganancias de productividad para impulsar un “reparto genuino” del empleo, pero no mediante la extensión del empleo precario y a tiempo parcial involuntario, sino mediante reducciones de jornada voluntarias que permitan crear empleo de calidad.

Ambos escenarios son viables, pero ambos precisan de una política económica alternativa a la que en este momento ejecuta el Gobierno.

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