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'Há muita confusâo'

Antón Baamonde

Hace ya muchos años, en el Bairro Alto lisboeta, un grupo de amigos decidimos ir a un local de moda. Eran los tiempos de la movida portuguesa, reflejo de la madrileña. También en Portugal querían ser modernos. El portero no era uno de estos cachimanes especialistas en artes marciales que se estilan ahora, sino una chica que nos miró de arriba abajo y que decidió en un santiamén que nuestro aspecto, modoso y aliñado, no era en absoluto apropiado para el Cafarnaúm que se reunía allí dentro. Así que, para negarnos la entrada, exclamó: “Mais, ¡há muita confusâo¡”. Nos quedamos con un palmo de narices, pero lo dijo con mucha gracia y delicadeza. Al estilo portugués.

Cuento la anécdota porque supongo que algo parecido puede pasar ahora que parece que, según lo afirma el borrador político de Podemos, se abre una ventana de oportunidad para el cambio de régimen del 78. Lo dicen así, con cautela, no dando nada por seguro. Y, creo yo, con razón. Si la casta, las clases dominantes, los poderes fácticos y etcétera, etcétera –pónganle a esa gente el nombre que prefieran– se hace con el control de la situación dejaremos, una vez más, de ensayar novedades perniciosas y renovaremos, atribulados y con el rabo entre las piernas, el pacto constitucional en un sentido conservador, a la moda del país, dejando fuera, eso sí, como en la afamada discoteca lisboeta, a mucha gente incapaz de cumplir con los estándares. El horno neoliberal no está para bollos.

Que hay mucha confusión está claro. Desde la Transición, España no ha vuelto a vivir una situación en la que todo estuviese tan abierto e indeciso. Tanto, que todo es volátil e incierto. Todo está en suspenso. Nadie sabe qué puede pasar con lo de Cataluña. Si el PP estuviese dispuesto a negociar alguna cosa, se negociaría y sanseacabó. Pero no parece que quiera. Tampoco plantarse ante Merkel y hacer una política más social. Seguramente cree que, manteniendo la posición, asustando con la diatriba catalana y el pretendido chavismo de Podemos, podrá seguir repartiendo las cartas de la baraja y gobernar en minoría. No es el sentido de Estado lo que parece mover al Gobierno, sino el cálculo electoral. Sin embargo, no es seguro que, a estas horas, agitar esos espantajos asuste a la gente.

El más clarividente artículo que he leído sobre la cuestión catalana es de Pérez Royo y no deja mucho lugar al optimismo. Vale la pena transcribir algunos párrafos: “Nos hemos quedado sin Constitución territorial. Pues la Constitución territorial era el pacto entre el Estado y la nacionalidad correspondiente sellada por el referendo de los ciudadanos de la comunidad autónoma constituida a través de dicho pacto. La Constitución a la que el Gobierno apela, para negarse a cualquier tipo de negociación, fue la Constitución de todos, pero ya no lo es. Cancelada la negociación y anulado el resultado del referendo de aprobación del Estatut, Catalunya se ha quedado sin Constitución. Con Catalunya, España.

De ahí que avancemos a un escenario de enfrentamiento sin reglas, incomparablemente más peligroso que el que se está viviendo entre Escocia e Inglaterra. No sé si estamos a tiempo de rectificar y hacer un último esfuerzo para evitar el siniestro total, pero no hay nada que nos permita ser optimistas“.

Mucho menos aún se sabe qué pasará con España propiamente dicha. Lo normal, creo yo, sería que las fábricas de facturar lampedusianos funcionasen a pleno rendimiento. Si se tarda demasiado en emprender las reformas que permitan volver a establecer la conexión con el gentío, las élites pueden verse obligadas a ceder posiciones que consideran patrimonio privado, privadísimo. En este caso es Francisco J. Laporta quien, en mi opinión, da en el clavo. Si no se reforma la Constitución de urgencia, hacerlo después del ciclo electoral que se acerca puede conducir a escenarios no controlables desde el punto de vista del establecimiento. La actual mayoría absoluta del PP es, como todo el mundo sabe, artificial y de plazo fijo pero le da la iniciativa a la hora de establecer una dirección. Si no lo hace hoy el PP, ¿quién lo hará mañana?

En efecto, después de las municipales, autonómicas y generales del año que viene el PP va a comprobar en sus carnes que se acabó el sueño de una noche de verano y tampoco el PSOE estará para cantar aleluyas. El bipartidismo tendrá que ser llevado en andas como una Virgen y el Parlamento va a estar tan fragmentado que cualquier cosa puede salir de ahí. Todo es incierto. No es extraño que en las cabinas de mando se pongan a temblar. De momento, ya en el PP comienzan las deserciones. Señal de que el futuro no es prometedor.

En realidad, es muy posible que todo se reduzca a que el Gobierno, como sugería en eldiario.es Carlos Elordi esté compuesto por un puñado de incompetentes, o de leguleyos, habituados a abrevar, cual abogados del Estado, en los gruesos tomos del Aranzadi, pero incapaces de razonar más allá de las páginas del BOE. En Isabel II. Una biografía ( Taurus. 2010 ) se hace un extraordinario repaso a la imposibilidad de una Constitución plenamente democrática en nuestro siglo XIX. Es un libro cuya lectura depara inevitables analogías con el presente. Una de ellas: en un momento dado, la autora, Isabel Burdiel, cuenta que en las últimas Cortes del reinado Isabelino “González Bravo, el Ministro de Gobernación que fabricó las elecciones, comentó a sus íntimos que no sabía cómo había logrado reunir a tantas nulidades”.

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