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Qué más necesitamos para pasar a la acción climática

Manifestación durante la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, en Bruselas, Bélgica.

José Luis Gallego

En 2014 varios hombres y mujeres del tiempo de todo el mundo aceptaron una ingeniosa propuesta de la Organización Meteorológica Mundial (WMO, por su sigla en inglés) para divulgar los efectos del cambio climático a medio plazo.

El objetivo era alertar a los políticos asistentes a la Cumbre del Clima de Lima, celebrada aquel año, sobre los inquietantes modelos climáticos hacia los que avanzábamos y rogarles medidas más ambiciosas para eludirlos.

Con ese encargo de la WMO, los presentadores del tiempo mostraron en sus espacios de TV un mapa de temperaturas ficticio con la predicción para un día de verano del año 2050. Y este es el mapa simulado, para un lejano 17 de agosto de 2050, que Évelyne Dhéliat, la mujer del tiempo del canal TF1 de la televisión francesa, mostró a los espectadores.

La verdad es que, aunque acabó resultando estéril (la Cumbre de Lima fue un nuevo fracaso), aquella acción divulgativa resultó muy impactante. Aunque lo más terrible es que ese mapa de temperaturas imaginario, esa recreación elaborada con base en las predicciones de la agencia meteorológica francesa (Météo-France) pero no en un pronóstico real, ha acabado por acercarse mucho, hasta el escalofrío, a las temperaturas reales registradas por los termómetros esta misma semana.

En algunas de las capitales francesas los grados de temperatura ficticia que aparecen en el mapa coinciden al dedillo con los que se han alcanzado en realidad 30 años antes de lo que señalaba la recreación. Mientras que en otros casos, como los de las ciudades de Rennes, Nîmes, Nantes o Toulouse, se han visto ampliamente superados por los registros reales.

Tal y como informábamos en este diario, los servicios meteorológicos franceses activaban el pasado jueves y por primera vez en su historia, la alerta roja por altas temperaturas. Con previsiones de hasta 45 grados en buena parte del país, donde el mapa figurado de TF1 acabó quedándose corto.

Como decía el pie de imagen del vídeo divulgado por la WMO “Algunos pensarán que tan solo se trata de una ficción para 2050… pero”. Pero lo cierto es que la crisis climática se empeña en cumplir con los peores pronósticos, de manera que el siniestro presagio de Shakespeare en El Rey Lear acaba por cumplirse y “todavía no está pasando lo peor cuando pensamos: esto es lo peor”.

No es necesario ser catastrofista, no hay que recurrir al alarmismo para intentar llegar a quienes siguen pensando que todo esto es casual y no causado. Basta con asomarse ahí fuera.

Y no vale parapetarse en que una cosa es el tiempo (la escena) y otra cosa el clima (la peli). Porque ya lo sabemos. Pero así como conviene dejar claro que las olas de calor son un fenómeno meteorológico y no climático y que en nuestro clima siempre se han dado, también hay que decir que los modelos que elaboran los expertos alertan de unas olas de calor cada vez más recurrentes y severas, incluso peores que la que estamos atravesando estos días en Europa.

Por todo ello haríamos bien en atender, no ya a las predicciones de los climatólogos, no a las alertas de los grupos ecologistas ni las protestas de nuestros jóvenes a las puertas de los institutos, sino a las evidencias palpables. Convendría tomar buena nota de lo que estamos sufriendo estos días en nuestras propias carnes y reaccionar: pasar de una vez por todas a la acción climática.

Porque lo cierto es que, pese a que los récords absolutos de altas temperaturas caen uno tras otro a medida que avanzan los días, pese a que los megaincendios empiezan a afectar también a España, pese a que las cifras de “muertos por ola de calor” nos causen espanto, aún estamos a tiempo de evitar lo peor si reaccionamos.

Reaccionar es culminar de una maldita vez la transición energética y basar nuestro modelo energético en las fuentes renovables. Hacer un uso mucho más responsable de esa energía basado en la eficiencia y tener muy claro que el vatio más limpio es el que no se consume.

Dejar de utilizar el coche para todo y empezar a movernos de una manera más sostenible, cada cual en la medida que pueda: a pie, en bici, en transporte público, en vehículo eléctrico. Ahorrar agua, respetarla y cuidarla antes de devolverla al medio ambiente para facilitar que podamos reaprovecharla.

Reducir y reciclar los residuos que generamos a diario, alimentarnos de una manera más responsable prestando más atención al origen de los productos y a su coste real: que a menudo nada tiene que ver con su precio. Y muy especialmente cuidar de la naturaleza, nuestra gran aliada: nuestra lancha salvavidas, esa que muchos siguen intentando pinchar y que debemos proteger a toda costa.

Se trata de todo esto y de mucho más. Se trata de reaccionar, de pasar a la acción, de vivir a favor del medio ambiente y no a su costa. De implicarnos a nivel personal en la lucha contra la crisis climática y hacerlo en el día a día, todos y a todos los niveles: ya estés firmando órdenes en un despacho, amasando pan, tecleando un ordenador o conduciendo un taxi. Actúa contra esto o esto acabará por ponerse mucho peor.

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