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Cuando un noble se la envaina

Morenés en el pleno que luego tuvo que lamentar.

Ana R. Cañil

De estirpe le viene al galgo Pedro Morenés la seguridad y prepotencia con que se llevó el dedo índice a los labios para ordenar silencio desde el banco del Gobierno a su señoría Irene Lozano, diputada de UPyD o al resto de la Cámara, como él intentó aclarar después. Lozano se había permitido irritarle, acusándole de pasividad ante el víacrucis por acoso sexual y laboral de la comandante Zaida Cantera. Para el ministro de Defensa Pedro Morenés Eulate, hijo del Vizconde de Alerón y nieto de los condes de Asalto (con grandeza de España) el gesto del dedo índice en los labios forma parte de su ADN. Lo aprendió de su familia, desde la noble cuna en la que nació en Las Arenas, corazón de Neguri y lo consagró con la autoridad que da ensayarlo con los clérigos, ya sea de los colegios católicos o de la opusiana Universidad de Navarra, donde se licenció en Derecho.

Por las venas de Morenés corren gotitas de sangre del marqués de Grignymarqués de Grigny  y del marqués de Borghettomarqués de Borghetto (títulos ambos de las Dos Sicilias) nombres con aroma a pasado de hazañas y lanzas españolas, a los caminos de Flandes. Pero más importante aún son las gotas de sus apellidos mercantiles, transformados en nobles hace menos de un siglo: los Eulate, los Urquijo, los Carvajal, los Solís-Beaumont. Con todos está emparentado el titular de Defensa por matrimonios familiares o por descendencia. Con este linaje ¿cómo resistirse a mandar callar con ese dedo sobre la boca a una tipa que se atreve a increparle -con perdón- por una minucia como el acoso sexual a las mujeres en el Ejército? A él precisamente, según ABC el hombre más elegante del actual Gobierno, por su porte, su discreción y la sobria elegancia de sus trajes.

En ese contexto hay que darle su mérito a la diputada Lozano, quien le hizo perder su flema británica o de Neguri. Permitió que aflorara la soberbia sorda y tozuda, el desprecio que ya conocían algunos socios del Club Puerta de Hierro, que aún hoy van de amigos del ministro pero que no sintieron especialmente que abandonara el Club más elitista de España -ni compite con Neguri ni con Sotogrande- fundado a finales del siglo XIX por Alfonso XIII a instancias de Carlos Fitz-James Stuart, abuelo de Cayetana de Alba y primer presidente de Puerta de Hierro, a quien sucedió el duque de Arión y el luego el de Santoña y luego otra vez el duque de Alba (esta vez Jacobo, padre de Cayetana). Y así sucesivamente hasta el paréntesis de la Guerra Civil.

Nuestro ministro de Defensa llegó a semejante cargo en 2006, entrado ya el siglo XXI. Pero en Puerta de Hierro los siglos dicen poco. Verán, Morenés sucedía al conde de Elda, que a su vez sucedía al marques de Bolarque y este al marqués de Estepa... El de Elda, el que cedió la butaca a Morenés, es conocido en el mundo de los negocios como Enrique Falcó y Carrión, compañero del ahora ministro en algunos negocios del armamento, esos por los que el de Defensa siente debilidad desde que en 1996 Eduardo Serra, ministro defensivo de Aznar, le enseñara la importancia económica de las armas que defienden la patria. De ahí a convertirse en consejero de empresas como Instalaza, dedicada a la fabricación de las brutales bombas de racimo, no hay un camino largo.

Sin despegarnos de este contexto en el que se produjo la hazaña de Morenés el miércoles, ahora hay que trasladarse a la noche del jueves. Un día después de que el noble ministro acusara a Lozano de “bajeza moral” -y de todo “por vender libros”- porque el Ejército y él mismo vienen demostrando su tenacidad “en la lucha por la igualdad y la dignidad de la mujer”, el de Neguri recula y no precisamente con la soltura de Esperanza Aguirre, la condesa que cuando hace falta posturea de choni.

El ministro vasco, el representante de Puerta de Hierro y del abolengo del Gobierno de Rajoy retrocede en el programa “Hora 25” que dirige Angels Barceló, arrastrando las palabras. Pide perdón a la diputada y a la comandante Cantera, que había presenciado la escena en el Parlamento desde la tribuna. Una lástima que las ondas no pudieran transmitir las gotas de sudor, el gesto y el bolo alimenticio que debió descender por su glotis tan duro como una piedra. Porque Pedro Morenés Alvarez de Eulate tuvo que envainarse la soberbia ante las instrucciones recibidas de amigos y consejeros, además de por la sugerencia de La Moncloa para que pidiera perdón a ambas mujeres. No se sabe si hubo ensayo previo, al estilo rey Juan Carlos a la salida del hospital, pero es seguro lo mucho que le costó tragarse que una vulgar diputada y una comandante rebelde y poco disciplinada, le arrinconaran. Y eso pese a la elegancia del índice sobre los labios, herencia de palacios y grandes catedrales. Todo sea porque esa puñetera plebe les vote en las elecciones y les permita mantener el poder que nunca debieron compartir.

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