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Ni ñordos ni polacos

El diputado de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián.

Lolita Bosch

Cuando el movimiento independentista comenzó a crecer en Catalunya, muchas de nosotras, de nosotros, nos sumamos a un entusiasmo contagioso con la convicción de que se podrían cambiar cosas fundamentales. A mi modo de ver, y de acuerdo a mis motivos, fundamentalmente dos: nunca he querido ser súbdita de un rey y nunca he querido gastar una parte importantísima del dinero público en un ejército. Ser republicana y ciudadana con un ejército de paz me parecía un derecho y una razón. Así que me sumé, trabajé, me manifesté, colaboré y sumé mi voz a muchas voces distintas que por convicción o por indignación pedían un referéndum que me sigue pareciendo justo y necesario.

Permítanme un pequeño flashback. Hace muchos años, un buen amigo mío madrileño, hijo de militar, me mandó una postal a mi pueblo de l'Empordà. Un lugar pequeño y poco conocido. Puso el nombre de la provincia (Girona) pero era antes de que usáramos códigos postales. Así que detrás de mi nombre, mi dirección y el nombre de mi pueblo, escribió: Girona - Polonia. El único mensaje de la postal era: “A ver si así llega”. Él estaba convencido, como tantas otras amigas y amigos españoles, que llamarnos polacos (así, en femenino, estoy hablando de antes incluso de los códigos postales) a las catalanas y catalanes era afectuoso. Y recuerdo que a mí me hizo gracia que llegara. Nunca me pareció una ofensa, hasta que un grupo de música (de cuyo nombre prefiero no acordarme) gritó en un escenario: ¿Hay algún polaco de mierda en la sala?. Hostia, pensé, soy una polaca de mierda (siempre va con el “de mierda”: moro de mierda en la Península, “cholo de mierda” en el Perú… en fin). Así que con esta sensación de que si yo era polaca de mierda, mis amistades, mis familiares y el resto de habitantes de Catalunya también pensé que basta. Que una cosa era ser polaca y otra polaca de mierda. Hasta entonces yo había pensado que nos llamaban polacos porque estábamos en el extremo de la Península, así como Polonia está en un extremo de Europa. Nada más. Semanas más tarde estaba en una cena y un chico de Castilla dijo: “A mí me da igual que algunos polacos quieran la independencia, lo que no puedo tolerar es que catalanicen Santo Vicente de Taüll”. Tardé un rato en entender que Santo Vicente de Taüll se refería a la extraordinaria iglesia de la Vall de Boi. Y años después sigo sin saber qué significaban 'catalanizar' ni 'yo no puedo tolerar'. En aquel corto tiempo vi un germen, pero lo identifiqué con pequeños grupúsculos con los que apenas me relacionaba y que eran los extremos más incomprensibles de las sociedades.

Aquel grupúsculo ha crecido, y aun así yo tengo la sensación de que la inmensa mayoría de la ciudadanía española no tiene un problema con Catalunya. Tiene una sensación de desprecio o de pérdida porque queremos irnos (según confirman los números que tenemos y que no podremos verificar hasta que se haga un referéndum), e incluso entiendo esta sensación de arraigo y de cariño. Claro que la entiendo. Yo adoro Extremadura y me siento en casa en Madrid. España está en mí, a pesar de haber votado sí el 1 de octubre y como ya publiqué una vez en eldiario.es si Catalunya consiguiera la independencia yo no quisiera renunciar a la ciudadanía española. Quisiera mantener los dos pasaportes.

Cierro flashback y vuelvo a ahora.

Desde hace unos meses se usa cada vez con más naturalidad la palabra ñordos para referirse a los españoles en Catalunya. Pero ahora se hace como si quien la usa hubiera ganado este derecho por el trato de la Policía Nacional y la Guardia Civil el 1 de octubre (sí, también han golpeado en Euskadi), el vergonzoso juicio al Procés (sí, también están presos los titiriteros de Madrid) o la pésima información simplista de periódicos fascistoides que se han alzado como voces dueñas de aquel sentimiento contagioso, republicano y valiente.

Es insoportable.

Recuerdo que cuando hubo la guerra en Yugoslavia uno de los políticos que fueron con la delegación española, José María Mendiluce, dijo que el odio que vio entre etnias es similar al que veía en España entre españoles, catalanes y vascos. En aquel momento me pareció una estupidez y recuerdo que me pareció exageradísimo y peligroso hacer una información como aquella. Hoy, 25 años más tarde, yo también veo aquella crispación. Que esta gente que hoy llama ñordos a los españoles y españolas (y que llenarán de comentarios este artículo de opinión diciendo que sólo se refieren a una porción, como si eso fuera posible con los nombres genéricos; peor todavía: como si tuvieran derecho) fueron los que nunca soportaron que los llamaran polacos. Y que esta crispación entre la ciudadanía a mí no me representa.

Yo creo en la fuerza social, en la voluntad común, en la transversalidad y la escucha, creo en el respeto y los esfuerzos inagotables por la convivencia, creo que tenemos la suerte inmensa de vivir en una democracia coja pero no fallida (lo sé con certeza, mi otra nacionalidad es la mexicana y he visto cómo se ha devastado mi país en pocos años). Creo que todavía podemos permitirnos y debemos exigirnos que los combates sean políticos y los reclamos respetuosos y ciudadanos. Pero cada vez que leo o escucho la impunidad con la que se usa la palabra ñordo pienso que, carajo, por eso no defendí el derecho al voto de la ciudadanía como lo he defendido en otros lugares y en otros momentos. Carajo, quiero una república de gente distinta en la que podamos convivir sin juzgar a priori. Y carajo, no quiero sustituir un ejército de militares por un ejército de fieles.

Y como yo, millones. Literalmente, millones: en Catalunya y en España. No dejemos que nos transmitan este odio barato y esta crispación ignorante y precipitada. Forma parte de una estrategia financiada, del permiso para rozar el odio, de levantar la veda y que valga todo, del divide y vencerás (a la derecha española y al independentismo catalán). ¿Cómo nos estamos dejando manipular así? Somos más que esta reducción de ciudadanía a votantes. Somos mejores. Y sabemos hacerlo mejor. No tengo ninguna duda de que quienes queremos la paz social y el bien común somos mayoría. Y merecemos ganar. Yo, como la mayoría de todos ustedes, ni en la España que ha normalizado a Vox ni en la Catalunya que ha normalizado un papel de víctima con derecho a defenderse con desprecio. Haya paz.

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