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Lo normal

A la izq., The Thinker, dibujo de Franz Kafka, 1913. (A la dcha., The Thinker dado la vuelta)

Begoña Huertas

Yo quiero ser normal/ sacar al perro al parque a pasear/ criticar a los vecinos de la urbanización/ tener rutinas de seguridad/ quiero ser normal (…) Yo quiero ser normal/ tener un coche e ir a trabajar/ con mi chaqueta azul y mis zapatos de tacón/ comer atasco respirar ciudad/ quiero ser normal (Bel Divioleta, 2005, Siesta Records)

Hay cosas que percibimos como tan normales que ya ni las vemos. El otro día criticaba yo una película por los clichés con los que abordaba el género de los personajes mientras mis interlocutoras me miraban atónitas: a ellas no les había molestado porque sencillamente no se habían dado cuenta.

La muerte, la semana pasada, de la política Rita Barberá levantó ríos de tinta y comentarios en calles, supermercados, oficinas y casas. La muerte del poeta Marcos Ana apenas tuvo eco en un sector mínimo. Es normal, nos decimos. Pero... ¿por qué es lo normal? “Lo normal” no es un fenómeno de la naturaleza que se impone sin remedio al ser humano. Lo normal se construye y también se cambia y se destruye.

El caso de esas dos muertes refleja el diferente lugar que ocupaban una y otra persona en el espacio público. La visibilidad, la popularidad no otorga (o no debería otorgar) ningún prestigio al sujeto en sí, pero le hace formar parte del imaginario social poniendo en primer plano unos valores y no otros. Los grandes medios de comunicación, en manos de unas pocas empresas, o los medios públicos, mediocres y partidistas, conceden o deniegan esa visibilidad. De este modo es una élite la que decide quién ocupa el espacio público, qué interesa que se vea y qué no. Realmente nos dejan ver muy poco, ajustándonos a cada rato las anteojeras para no tener a la vista más que el único camino, su único camino. Sin embargo por mucho que se empeñen no hay único camino y lo que hoy es normal puede dejar de serlo mañana. En Noruega por ejemplo el ajedrez ha sustituido al fútbol como deporte nacional, gracias a la victoria de Magnus Carlsen del título mundial. Eso podría suceder también en España.

La normalidad se acata como si viniera desde siempre y fuera a durar para siempre. Así como la rueda de hámster en la que vivimos dando vueltas sobre lo mismo: trabajar para consumir y trabajar para consumir y trabajar para consumir, esa es la cultura dominante, es el imaginario que heredamos. Es lo normal. Si los intereses, las expectativas con que se maneja al grueso de la sociedad es el consumo, Rita Barberá, envuelta en el discurso de los bolsos Vuitton y las perlas de la corrupción, hablaba el lenguaje del ciudadano -del espectador- mientras Marcos Ana estaba en otra frecuencia de onda, siendo percibido poco menos que como un marciano.

Se trataría, entonces, de cambiar esa frecuencia de onda, de sintonizar otros canales. Respirar un poco más allá del centro comercial. Girar el cuello en otra dirección diferente a la de los escaparates. El espacio público cultural ha sido privatizado y convertido en negocio porque la normalidad es la lógica del mercado: una élite de directivos bien pagados y un batallón de obreros semi-esclavizados en la sala de máquinas.

Gramsci desarrolló el concepto de hegemonía cultural como forma de control de lo social. Es quien tiene el poder quien modela el imaginario colectivo. En España el peso de la religión católica ha sido siempre nuestra losa y los cuarenta años de franquismo no desaparecen de un plumazo (no sobre todo cuando además no ha habido ni siquiera una voluntad decidida de hacerlo). Para transformar la sociedad políticamente es necesaria esa transformación social. De otro modo, se seguirá votando conservador porque es “lo normal”.

Sucede que no se puede combatir-destruir sin más un modelo sin oponerle otro, por tanto hay que imaginar algo nuevo que pueda ser percibido como alternativa: El machismo no desaparece sin más, es necesario contraponer una visión feminista que abarque todo en el día a día. A la basura mediática hay que combatirla con más cultura y una atención más crítica. Frente al consumismo, abrazar la ecología y las ideas de sostenibilidad. Son tres puntos de partida importantes -claro que hay más- para ese cambio de hegemonía cultural. Para que lo que ha sido normal hasta ahora deje de serlo.

PD. Como he venido diciendo en otras columnas, la cantidad de gente que pide dinero en el tramo de calle que va de mi casa al metro es cada vez mayor y me pregunto si habrá un momento en que esto deje de ser “normal”. Esta semana vi a una mujer recoger sus bolsas y cartones y levantarse de la esquina donde había estado sentada mendigando; caminó, delante de mí, unos pasos, y en la siguiente esquina un hombre descalzo que sólo sostenía un vaso de plástico en la mano le pidió la voluntad.

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