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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Si yo fuera rico

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Isaac Rosa

Cuántas veces hemos oído a los economistas decir eso de que “no hay nada más miedoso que un millón de dólares”. Cada vez que se avecina un cambio de gobierno, una política económica diferente, incertidumbre, vuelcos electorales, nos cuentan el mismo cuento: que el dinero es muy conservador, que busca estabilidad, suelo firme, reglas claras, negro sobre blanco, y que los inversores se marchan espantados a nada que se pongan nerviosos.

Pero qué va. ¿Miedo? Pocas cosas más locas que un millón de dólares. Al dinero le va la marcha, la vida peligrosa, la ruleta rusa de la especulación, el filo de la navaja legal, la clandestinidad, pasar de mano en mano, perderse sin dejar rastro.

Lo vimos con nuestro ladrillazo, donde algunos se forraban a la misma velocidad que otros se arruinaban por no saber retirarse a tiempo. Pasó en la crisis financiera, cuando descubrimos el entramado de activos tóxicos e inversiones de alto riesgo a que se habían lanzado todos esos millones que creíamos miedosos. Lo hemos visto en cada episodio de corrupción, donde el dinero circula locamente en sobres anónimos, maletines de mano en mano, entregado sin contrato ni testigos, pagado a cambio de promesas verbales, entregado a hombres de paja y gestores extranjeros en cuya lealtad debes confiar.

Lo vemos ahora otra vez con los “papeles de Panamá”, como en tantas filtraciones e investigaciones anteriores. Descubrimos que el dinero de los ricos nunca está en casa muerto de miedo, en la caja fuerte, en el banco de toda la vida o en la vieja Bolsa, sino viajando por el mundo, en manos de despachos lejanos, testaferros que no has visto en la vida, empresas pantalla y paraísos que no sabes situar en el mapa. Y encima, a riesgo de que te pillen, que haya una filtración, una inspección fiscal, o que compartas despacho con un corrupto y acabe asomando también lo tuyo.

Pero así es. Irresistible. Tú intentas mantenerlo bajo el colchón, y en cuanto te descuidas aparece en Panamá. Empiezas colocándolo en un plazo fijo, y cuando te quieres dar cuenta eres propietario de varias sociedades offshore.

Cuando la lotería de navidad, es tradición que por el despacho agraciado aparezcan empleados de banca, gestores financieros y todo tipo de aves rapaces ofreciendo sus servicios al nuevo millonario, porque al dinero hay que darle vidilla desde el minuto uno. Si eso pasa con la calderilla de un premio, qué no pasará con los grandes patrimonios, para los que existe toda una industria auxiliar dedicada a poner el dinero en movimiento, cuanto más lejos mejor.

Estos días todos opinamos alegremente sobre los sinvergüenzas de Panamá, pero es muy fácil hablar cuando tienes unos ahorros de mierda como los tuyos o los míos; sale gratis presumir de honestidad mientras haces la declaración de la Renta con tu nómina que no tiene escapatoria (y aún así, buscando el truquillo para pagar menos, eh). ¿Seguirías pensando lo mismo si tuvieras a tu nombre unos cuantos de esos millones que no saben quedarse quietos?

A mí me gustaría escucharme a mí mismo teniendo mucho dinero. Como no es el caso, espero que estos días tome la palabra algún millonario que nos diga que no tiene cuentas en paraísos fiscales ni empresas offshore ni sociedades ficticias aquí ni ingeniería financiera. Alguno habrá, ¿no? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

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