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La paradoja de la Gran Coalición

Rajoy escucha a Rubalcaba en el Congreso.

Andrés Ortega

Las elecciones europeas en España han arrojado un voto de castigo al bipartidismo y a los dos partidos mayores, PP y PSOE. Pero como ya había indicado, la paradoja es que unos resultados así pueden forzar una Gran Coalición entre ellos, que es lo que rechazan buena parte de los electores. La Gran Coalición es el deseo de algunos sectores ante las dificultades de todo tipo (económicas, políticas, sociales, territoriales) que atraviesa España. Elena Valenciano se lo atribuyó al “Ibex 35”, es decir, a las grandes empresas, muchas de las cuales dependen del Estado. Y Felipe González también ha esbozado esta posibilidad, que apoya soterradamente el Grupo Prisa, entre otros.

Sin embargo, hay que saber qué es una Gran Coalición. Por mucho que se empeñen algunos, no vendría empujada por un deseo, sino, si acaso, forzada por unos resultados. En Alemania, democristianos y socialdemócratas gobiernan juntos porque los resultados electorales no permitieron otra salida, y los políticos tienen que resolver lo que han decidido los ciudadanos, no remitir a estos la solución. En Alemania no se hubiera entendido una repetición de las elecciones porque los partidos no hubieran podido ponerse de acuerdo. Y en España puede ocurrir otro tanto.

Algunos cálculos que se han hecho –hay otros análisis que apuntan en otras direcciones y hay que tomar con cautela este tipo de ejercicios–, proyectando los resultados de las europeas a unas generales arrojan una situación de fragmentación y de ingobernabilidad en España. El PP se quedaría con 137 escaños y el PSOE con 107, sin posibilidad para ninguno de ellos de llegar a la mayoría de 176 a través de coaliciones con otros partidos. Salvo la Gran Coalición. Paradójicamente, lo que ha sido un voto antiestablishment, puede llevar al paroxismo del establishment que sería una Gran Coalición. Las generales tienen otra dinámica, pero el 25-M la habrá cambiado también. Estamos en mutación política. Además, la Gran Coalición sería de partidos que han perdido, ambos, millones de votos. No como en Alemania.

Los dos grandes partidos –cada vez menos– en España no quieren una Gran Coalición. Consideran, acertadamente, que equivaldría a un suicidio político, sobre todo para el PSOE si fuera el socio minoritario, pues agravaría su situación de estar perdiendo a la vez por el centro y por la izquierda. Otra cosa es que PP y PSOE tengan que llegar a grandes acuerdos, por ejemplo, sobre la oferta que hacer a Cataluña para intentar, si no es demasiado tarde, desactivar la situación, y para reformar la Constitución. Pero después del 25-M ya no bastan los dos grandes –más CiU, naturalmente–, sino que habrá que intentar incorporar a otros al posible acuerdo, aunque no resultará fácil.

Y aquí interviene el factor Rubalcaba, tanto como actor como en su incidencia en el calendario. Como actor, es -resulta natural-, el interlocutor de Rajoy para la cuestión catalana. Y para una posible y ahora aún más perentoria reforma de la Constitución a la que el PP se resiste pero cada vez menos. Por calendario porque, aunque desde Cataluña se le pide al Gobierno que mueva ficha ya, éste probablemente esperará hasta el segundo “no” del Estado a Cataluña cuando, previsiblemente, recurra la ley de consultas catalana y/o la convocatoria de la consulta para el 9 de noviembre. Y para todo eso, necesitaba a Rubalcaba. El nuevo o nueva secretario o secretaria general que salga del Congreso del PSOE en julio tardará en recuperar, si acaso, una cierta interlocución con el Gobierno en este y otros temas, y quizás tenga otra visión que la de Rubalcaba.

El calendario es endiablado: obliga a encauzar la cuestión catalana e incluso la constitucional en este 2014, pues 2015 es año de elecciones municipales, autonómicas y generales. Es decir, antes de que se llegue a plantear la Gran Coalición.

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