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La pared y la bandera

El nuevo Ayuntamiento de Madrid despliega una bandera de España en la fachada del Palacio de Correos.

Miguel Roig

Quizás el paradigma del conservador más cercano que conocemos sea Mariano Rajoy. Su rasgo, su impronta, fue plantear que nada debía transformarse y, en la medida que pudo, jamás se movió de su perímetro para que la realidad fuera tan inalterable como su propio perfil, el de un hombre de provincias, inmutable ante cualquier circunstancia, que solo se permitía un desliz al exhibir en su mano un ejemplar del diario Marca o apresurando el paso, con indumentaria deportiva, en un parque o en una playa. La realidad, según Rajoy, en la que había inmolado su programa electoral, nivelaba todas las situaciones políticas, económicas y sociales como el agua sobre un terreno desigual. Nada se toca, fue su consigna, siquiera las leyes del matrimonio igualitario o del aborto, la cual, al no modificarla, le costó el puesto a un ministro.

Eso es ser un conservador radical. Los dirigentes de Vox no participan de esta visión porque más que conservar lo que buscan es restaurar el pasado que se les escapa por las rendijas del diario vivir. Vox ni siquiera entra en el debate del traslado de los restos del dictador Francisco Franco porque en su relato, Franco vive.

Cuando se aproximaba la fecha de las últimas elecciones generales, rondaba el temor de que irrumpieran como una gran fuerza en número de diputados. Pero, lo cierto es que esa inquietud era alimentada por un frente en el que se acomodaban, junto a ellos, los candidatos del Partido Popular y los de Ciudadanos. La foto de la Plaza Colón no deja lugar a dudas. Luego, los resultados del 28-A obligaron a modular los relatos de los populares y, en menor, casi ínfima medida, los de Ciudadanos.

Se puede arriesgar que este zigzag de posiciones en las que se escala, de manera ultramontana, en temas centrales como los derechos de la mujer, la diversidad sexual o la inmigración -con anclaje xenófobo- sea solo en el terreno del marketing electoral en el que las narraciones tácticas adquieren una capacidad plástica para adaptarse a la audiencia. Tal vez sea, sin embargo, que tanto Albert Rivera como Pablo Casado comulgan en cierta forma con la restauración que alienta Vox.

Jürgen Habermas dijo que Emmanuel Macron cruzó una línea roja al ser el primer francés que dio por disuelto el eje izquierda/derecha. Nadie, desde 1789, había osado en Francia hacer tal planteo. En este sentido, Macron pone en acto a la posmodernidad en el Elíseo. He aquí una discusión. Pero otra cosa muy distinta es cruzar el Aqueronte para alcanzar la orilla del fascismo. ¿O hay otro modo para denominar este movimiento? Precisamente, Macron ha desmentido a Rivera cuando este declaró que el presidente francés respaldaba su viaje al pasado, hacia el retorno de las esencias. También se han bajado de su nave algunos dirigentes que no comparten ese destino. Rivera les ha alentado a formar un nuevo partido, con lo cual, se sitúa en el espacio que sus declaraciones, actitudes y gestos denotan. Mención aparte es su pretensión de encabezar la oposición negando la superioridad en votos de los populares.

En Madrid, en los primeros días de gestión, las nuevas autoridades han cancelado todas las actividades del espacio vecinal La Gasolinera, que está en el barrio La Guindalera del distrito Salamanca, tapando, además, con pintura blanca el mural pintado por los vecinos. Esta semana, con el aval del PP y de Ciudadanos, se ha colocado una bandera gigante de España en la fachada del Ayuntamiento, tal y como lo exigió Vox ante la intención de los otros partidos de colocar una bandera arcoíris durante la celebración del Orgullo LGTBI. Finalmente, la bandera del arcoíris se coloco en un lateral izquierdo cediendo la centralidad a la española.

Dos acciones, tan solo un par de decisiones cuya carga simbólica remite no al conservadurismo sino al retorno de un escenario predemocrático.

Mercia Eliade desarrolló un análisis en torno al mito del eterno retorno, entendiéndolo como un ciclo natural que busca restituir lo perdido. En el caso que nos ocupa se busca restaurar, en un primer –y explícito– paso la superioridad del hombre por encima de la mujer, la negación de la diversidad y el predominio de los valores de la religión frente a la vigencia de todos los derechos. Esta mirada que soporta la historia, se contrapone a otra cuyo fin es construir la historia –no repetirla– con impulso progresista.

Tácito puso en la boca de los británicos una frase lapidaria: “Ellos [los romanos] crean un desierto y lo llaman paz”. Esta es una de las cosas que representa la pared de La Gasolinera pintada de blanco.

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