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Es peor el remedio que la enfermedad

Javier Gallego

Pues el juez Pedraz tenía razón. La “convenida decadencia de la denominada clase política” que el magistrado de la Audiencia Nacional mencionó en su auto sobre el 25S, no es una opinión, es un dato objetivo: más de un cuarto de la población, el 26’9% de los ciudadanos, conviene que los políticos son un problema, según la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas publicada hace unas horas. Es la cifra más alta de rechazo a la clase política de toda la serie histórica de estudios del CIS.

No solo no son la solución sino que son el tercer mayor problema para la ciudadanía después de la crisis y el paro. Pero hay una diferencia entre estos tres factores. La crisis y el paro son consecuencias, síntomas de que algo falla o ha fallado. Los políticos, sin embargo, son causa o raíz de una situación, no la consecuencia. Podrían ser la causa de que las cosas fueran bien, pero los encuestados les citan entre las cosas que van mal. Por tanto, descartadas los dos primeros factores como causa, los políticos son los principales causantes de nuestros problemas. Deberían ser el remedio y son la enfermedad. Deberían ser los médicos y son los matasanos. O por acudir al refranero, hacen bueno el dicho de que “es peor el remedio que la enfermedad”. Convendrán conmigo que es para hacérselo mirar.

No es este el único índice alarmante de la desafección entre votantes y votados: casi la totalidad de la ciudadanía, el 90%, conviene que los principales partidos piensan en sus intereses particulares y no en el bien general, según el Barómetro de Metroscopia de este fin de semana. El juez Pedraz vuelve a tener razón. Hay un convenio casi total acerca de la decadencia de la clase política. No solo entre las miles de personas que salieron a la calle a decirlo el 25S, también entre la mayoría silenciosa que no se manifiesta. Según el estudio de Metroscopia, la mitad de los españoles comparten la convocatoria de rodear el Congreso y un 27% están a favor de los argumentos aunque no de la manifestación en torno al Parlamento. Es decir, un 77% conviene que la clase política está fallándole a sus ciudadanos.

Cuando el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, aplaudió a esa mayoría que no sale a la calle, lo que no sabía es que estaba aplaudiendo a millones de personas que opinan que lo está haciendo mal. Dicho de otra forma, el presidente aplaudió a los que le abuchean. Sin saberlo, claro. Convendrán conmigo que es un síntoma más de la decadencia de la clase política que no sabe lo que piensan de ella sus ciudadanos.

Como se ve, Pedraz no estaba haciendo un juicio de valor ni les estaba mandando un recadito a los políticos, como ellos y sus portavoces en los medios creen, siempre tan egocéntricos. Simplemente estaba poniendo en contexto las protestas ciudadanas que eran objeto de juicio. Estaba haciendo lo que debe hacer cualquier juez: juzgar los hechos según las circunstancias en las que se producen. Y nunca como hasta ahora, había sido tan amplia “la convenida decadencia de la clase política”. No hace falta una encuesta para saberlo, basta con hablar con la gente. Es, pues, necesario explicitarla para explicar que haya personas que ponen “en cuestión el sistema constitucional”, como afirma Pedraz en su auto.

A la vista de las encuestas, deberían pedirle perdón al juez los denominados periodistas que le han insultado por su mención a la decadencia política y, sobre todo, Rafael Hernando, viceportavoz del Partido Popular en el Congreso, que llamó “pijo ácrata” y le responsabilizó de las posibles agresiones a políticos que se produjesen a raíz del auto del juez. Cree el ladrón que todos son de su condición. Cree Hernando que los ciudadanos van a agredir a políticos de la misma forma que los políticos agreden a los ciudadanos. Desconozco cuán pijo es el magistrado Pedraz, pero sí sabemos que los diputados como Hernando viajan como pijos gracias a las dietas del Congreso y tienen toda clase de pijadas electrónicas pagadas con dinero público gracias a su condición de diputados.

En cuanto a la segunda parte del insulto, no es ácrata, es decir, no quiere la supresión de toda autoridad, un juez que defiende la independencia de su tribunal y del Poder Judicial frente a las presiones del Ejecutivo. Ayer supimos por este diario que la Policía Nacional, probablemente a instancias del Ministerio del Interior, pidió a la Audiencia que prohibiera la manifestación del 25S y detuviera a sus promotores. Tanto el juez como la Fiscalía lo rechazaron. Defendieron su autoridad frente a esa otra autoridad que quiere imponerse sobre las demás, que quiere la supresión de (casi) toda autoridad, excepto la suya. Ésta más que ácrata merece el calificativo de “tiránica”. Convendrán ustedes conmigo que todos estos detalles que hemos conocido, insultos y presiones a la judicatura, contribuyen a la “convenida decadencia de la clase política”.

Pero hay más razones para ese convenio generalizado. Sería largo y redundante explicarlas todas pero podemos resumirlas con otra de las frases más comentadas de la semana: “Las leyes son como las mujeres: están para violarlas”. Este intolerable dislate salió de la boca del (im)popular José Manuel Castelao, que ha tenido que dimitir como presidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior por decir en voz alta lo que otros compañeros suyos hacen en silencio: violar y maltratar la legalidad. El exabrupto de Castelao certifica lo que venimos experimentando desde hace tiempo, que algunos de nuestros dirigentes creen que las leyes son suyas y pueden violarlas y golpearnos con ellas, como los maltratadores golpean a las mujeres.

Convendrán ustedes conmigo que lo normal cuando te golpean es quejarte. Pues también quieren que bajemos el volumen de las quejas, que “modulemos” nuestra queja como pidió la Delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, en otra de las frases más comentadas de los últimos días. Como han dicho desde Jueces para la Democracia, la petición de Cifuentes va contra la Constitución. Tenemos aquí un ejemplo de cómo una dirigente política sugiere violar o maltratar las leyes. Y tenemos la segunda causa fundamental de la “convenida decadencia de la clase política”: no quieren oír a los ciudadanos. Quieren modular nuestra libertad de expresión pero ellos no modulan ni moderan la suya en absoluto. Convendrán ustedes conmigo que es lógico que la gente no les tenga mucho a aprecio.

En respuesta a las encuestas, pedía ayer la vicepresidenta que no generalicemos en nuestro desapego hacia la clase política. Me llama la atención que nuestros representantes sean tan hipersensibles a la crítica y tan insensibles a la situación crítica de sus representados. Me llama la atención que pidan que no generalicemos los mismos que generalizan con nosotros a cada instante, los mismos que llaman violentos a todos los manifestantes por la violencia de unos pocos, los mismos que hablan de la mayoría silenciosa sin haber hablado con ella, los mismos que llaman vagos a los profesores y privilegiados a los funcionarios sin distinción. Por eso también se han ganado el descrédito. Pero no cometeremos sus errores. No generalizaremos como ellos. No todos los políticos son malos. Pero la mayoría de los que tenemos no son buenos. Lo dice una inmensa mayoría en las encuestas. Lo que no entiendo es por qué esa mayoría les sigue votando. Convendrán ustedes que también nosotros nos lo deberíamos hacer mirar. Solo un suicida dejaría su vida en manos de un asesino.

Por eso, no acudan a ellos para que les miren este problema. Acudan a las calles y a las urnas para cambiar de médicos.

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