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Lo que ya hemos perdido

Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.

Suso de Toro

Habrá quien crea que el PP está muy preocupado porque el presidente de la autonomía murciana tenga que dimitir, pero si yo fuese Rajoy me mearía de la risa contemplando cómo cada día todos los medios de comunicación se dedican a hacer filología de la política murciana. Que si corrupción poca o mucha, cuando tenemos el Gobierno más corrupto desde Arias Navarro con la política más salvaje, con el ataque a las libertades, policía política incluida. Si soy Rajoy daría la orden a todos los medios domesticados: “¡Murcia a tope!”.

“Murcia a tope” en la proa y “Gibraltar español” en la popa (“A España mostró el camino de la verdá/ por eso le estoy cantando a su libertáaa”, de Los Tres Sudamericanos). A eso se reduce el debate político en este reino donde el dominio ideológico de la derecha es tan absoluto que hasta impone los titulares de las noticias.

Hace unos años, incluso meses, escribíamos aquí sobre el fin del periodo nacido de los pactos de la Transición pero creo que hay que rectificar, es cierto que lo viejo está muerto pero no acaba de nacer una etapa nueva. Del descontento nació Podemos, pero ese proyecto político que se alimentó de ese descontento demostró con creces sus limitaciones desde entonces. Demostraron una lógica inmadurez de sus líderes y cómo la política mediática crea un personalismo disparatado que se acaba volviendo contra el proyecto. Los dirigentes de Podemos resultaron unos nuevos políticos que supieron hacerse portavoces de una serie de reivindicaciones sociales y ocupar un espacio pero sin un proyecto político. Y esto último no se le puede criticar porque puede que hoy no sea posible generar un proyecto político realizable en esta parte del mundo.

Podemos se basa en una una ciudadanía informatizada, en la práctica sectores sociales con estudios universitarios fundamentalmente, mientras que la izquierda tradicional nació y se justificaba en las organizaciones sociales y, sobre todo, en los sindicatos “de clase”. Los sindicatos no representan lo que fueron en otra época y esa izquierda tradicional que invoca a la clase trabajadora en su retórica es una burocracia política que se justifica por sí misma.

Ahí está la propuesta que hace el aparato del partido con Susana Díaz, “puede ganar”. No hay mucho más que decir, se trata del poder por el poder. Hay muchos votantes socialistas que, viendo esos tres candidatos a dirigir el partido, se preguntan, “¿de verdad que el PSOE no tiene otra cosa que ofrecernos?”.

Frente a ese panorama de derrota y falta de horizonte, la sociedad catalana vive un tiempo histórico completamente distinto, fatigada pero manteniendo vivo su propio proceso político. Va a haber referéndum, el resultado será el que sea pero lo va a haber. República catalana, monarquía borbónica, Estado propio o no…, opine lo que opine esa sociedad que se mantiene en debate y movilizada desde hace años hay cosas que ya no tienen vuelta atrás, ha ganado una madurez política incomparable y también han aprendido definitivamente que España no la quiere.

La visión de una Catalunya egoísta, insolidaria, preocupada por una identidad étnica, la utilización de Pujol y su 3% para escuchar o tapar cualquier debate..., todos esos tópicos venenosos que se han instalado en buena parte de la población española tienen un doble efecto. Han servido para que la población del Estado cierre filas en torno al españolismo y los intereses centralistas, sí, pero también han hecho que la sociedad catalana tome buena nota de ello y se sienta ofendida.

Sin duda el papel que juegan los medios de comunicación españoles en todo ello es decisivo. Es su gran responsabilidad el haber ocultado el punto de vista de la mayor parte de la sociedad catalana y haber difundido esa visión mezquina de esos millones de personas, pero todos tenemos nuestra parte de responsabilidad por acción u omisión.

Esas personas esperaron todos estos años voces desde la sociedad española que quisiese escucharlas, que tuviese curiosidad y consideración para intentar comprenderlas. A mucha gente allí les resulta incomprensible esa actitud y el mutismo de muchos. Esos reproches son los que tuve que oír hace unos días en una vuelta por esas tierras.

Lo escuché de Rosa María, inspectora de educación, presidenta del Omnium de Tarragona, de Carles, de familia castellanoparlante, asesor laboral, presidente de la Asamblea Nacional Catalana de la misma ciudad. Se lo escuché a Pedro, jubilado de la Olivetti, catalán oriundo de Tetuán, a Giulia, administrativa de sanidad, a Lluís, abuelo y jubilado de un centro de menores... A tanta gente que cree que de España ha recibido un trato humillante de los amos del Estado y el silencio de los demás. A esa gente que ni España ni sus intelectuales quieren ver porque no les interesó, gente a la que ya no podrán ganar porque es demasiado tarde.

Esos millones de personas no son ninguna burguesía egoísta, son gente humilde y con un sentido cívico que se echa en falta en otros lugares y que se han transformado en militantes por la democracia. Qué envidia dan y qué pérdida si se van.

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