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El plan B

Miguel Roig

Una escritora amiga formó parte hace unos días de una mesa redonda en la que se discutían las relaciones de realidad y ficción en los textos y me contaba su punto de vista mientras compartíamos un café. Mi amiga sostiene que en aquellos casos en los que bajo el rótulo de «novela» el autor incluye pasajes de su vida personal se está ante un libro que no puede llevar esa definición. ¿Por qué, entonces, el editor insiste en ello? Según ella es por una cuestión de marketing. Al parecer, en España el ensayo y la denominada «no ficción» son libros de poca venta; la novela sería el único vehículo comercial que goza de una relativa salud. Por lo tanto, ya sea el relato del secuestro de un familiar o el trance de una enfermedad terminal que hayan tenido lugar en la experiencia del escritor y que se narren dando claros indicios de veracidad y datos concretos que vinculan a los hechos con el autor y esto se destaque, incluso con alarde, en la solapa, siempre se lanza al mercado como novela, nunca como «no ficción».

Hubo un caso hace unos años con un libro que escribió Javier Cercas, Anatomía de un instante, en el que se busca reconstruir el golpe del 23F que fue cuestionado por Arcadi Espada. El periodista ponía en tela de juicio el valor de lo narrado adjudicando el texto a la imaginación de Cercas y no a la crónica de los hechos. Espada tensó de tal modo la discusión que llegó a publicar una noticia falsa que protagonizaba Cercas y que rozó el escándalo con el único fin de probar su tesis.

Más allá de los límites de esta discusión y partiendo de la base que desde Jenofonte o Herodoto, incluida su versión de la batalla de Salamina, hasta Paul Preston y sus perfiles de Franco y Juan Carlos I, todos los textos esconden una construcción del yo.

Ocurre, sin duda, que en el caso de Cercas, tenga su libro mayor o menor fidelidad sobre los hechos, su valoración es mucho más pertinente desde el campo del arte que desde la veracidad de lo que narra. Y en los casos de Preston o Raymond Carr el juicio sobre su trabajo se realiza desde una ciencia social.

Ahora, siguiendo el mismo análisis, ¿es la política una género que puede abandonar su razón de ser original y volcarse desmedidamente a la construcción de relatos cuya tensión se sostiene desde el marketing? ¿Cuándo es ficción la política?

Ciudadanos nació en Cataluña y Albert Rivera, su líder, no tuvo ningún reparo en desvestirse para publicitar entonces su figura. Un desnudo integral para denunciar que la independencia era privar a los catalanes del abrigo español y exponerlos al frío del aislamiento. Quedó claro, desde un primer momento, que aquello era mucho más que política. O, mejor dicho, era otra cosa.

Así como un telediario expone una noticia y un reality show la crea, Rivera creó una imagen desde el primer día, exhibiendo su desnudez, que tenía mucho más de storydoing que de storytelling (para seguir con el marketing): no se limitaba a narrar, se extendía abiertamente a la performance.

Cuando Ciudadanos se lanza como partido nacional, Rivera se viste con el relato de la regeneración democrática y a la hora de brindar sus coordenadas ideológicas ofrece un cruce de géneros: liberal y socialdemócrata. Así como la «no ficción» se asimila a la ficción para vender, la «no política» se escuda en la supuesta política para compra votos. Aunque Guy Debord murió en los noventa, se sostiene el empeño en mantener sus ideas vigentes.

Después de la europeas de 2014, primer síntoma de la incipiente inestabilidad del bipartidismo, Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell, expresó la necesidad de crear un nuevo partido de derechas con la misma vitalidad que Podemos. Un plan B para el Partido Popular. Esa posibilidad se convirtió en un hecho con la construcción e inmediata irradiación política de Ciudadanos. Tal vez sea apresurado afirmar que Ciudadanos es consecuencia del deseo de Oliu pero no es menor el gesto de expresar la necesidad de poner en marcha un artefacto político y en pocos meses tenerlo en acto.

Al perfil liberal de Ciudadanos, tal como deja traslucir el economista Luis Garicano, le falta el prefijo neo. La cara socialdemócrata del constructo se ve empañada con una política de género que, incluso, sería difícil que asumiera el Partido Popular. Y la regeneración democrática ha quedado seriamente dañada estos días con la manipulación que Rivera hizo del rol del Jefe de Estado al declarar que le pediría su intervención ante Pedro Sánchez para que los socialistas se abstengan en una hipotética votación de la investidura de Mariano Rajoy.

Rivera más que un productor de relatos parece un personaje en busca de autor, un ser desnudo que en plena campaña electoral convierte a Venezuela en una circunscripción electoral mientras se llena sin pudor de objetos color naranja –móvil, reloj, pulseras– al igual que Hugo Chávez exteriorizando sus convicciones con camisetas rojas.

Rivera confunde ficción con realidad y esa impericia al escribir su texto muestra el estilo: la ausencia total de política que le llevará a un destino tal vez involuntario pero, una vez más, dentro de la agenda de Josep Oliu: votar sí a la investidura de Mariano Rajoy. Quizás por eso, hasta Arcadi Espada, después de fundar Ciudadanos, se dio de baja.

 

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