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Cuando un plato no es un plato

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy

Cristina Pardo

Mariano Rajoy acostumbra a apelar al sentido común. Todo lo que le conviene le parece de sentido común: la gran coalición, los recortes masivos en tiempos de crisis o su continuidad al frente del PP. Para enfatizar lo que él considera de una lógica aplastante, adorna sus discursos con frases como “por las carreteras tienen que ir los coches y de los aeropuertos tienen que salir aviones”. Y le parece tan evidente que ni siquiera cae en la cuenta de que su partido hizo un aeropuerto del que no salían aviones porque, según dijo su “ciudadano ejemplar” Carlos Fabra, estaba hecho “para las personas”. Días antes, Rajoy afirmó: “Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas, porque una máquina nunca fabricará máquinas”. Y le entraba acto seguido una risa floja, propia del que espera que al auditorio -ahora sí que sí- le haya quedado clarísimo que él es la encarnación del sentido común. Gracias al líder del PP, hemos aprendido también que “exportar es positivo, porque vendes lo que produces” o que “hasta un niño sabe que de donde no hay, no se puede sacar”.

Con Rajoy, no importa a qué asunto nos estemos asomando. Si es un tema preocupante a nivel mundial, como el cambio climático, apela a la experiencia de su primo que habla con no sé quién que conoce todos los misterios del planeta. Si se trata de un grave conflicto nacional, como el que plantea la Generalitat de Cataluña, cabe esperar de un Presidente del  Gobierno -por sentido común- una propuesta, una solución, algo. Pero Rajoy, sin ni siquiera recurrir a la seducción propia de toda campaña electoral, nos dice que la independencia lisa y llanamente no puede ser porque “un plato es un plato y un vaso es un vaso”. En otra de esas ocasiones en las que trataba de ganarse a los independentistas, dijo en un vídeo: “Me gustan los catalanes porque son emprendedores, es gente que hace cosas”. Incluso en plena efervescencia del plasma, Rajoy encontraba motivos evidentes para no contestar a ninguna pregunta. “Está lloviendo mucho”, como si sólo se mojara el que responde y no el que lleva media hora esperando para preguntar.

Es verdad que a veces Rajoy se hace un lío y no sabemos si el alcalde, aparte de ser sentimientos y tener seres humanos, es también el que elige a los vecinos muy españoles y mucho españoles o son los vecinos los que quieren que les elija el alcalde. En otras ocasiones, mezcla ambas cosas y pretende que un trabalenguas se convierta en una obviedad que al mismo tiempo sirva de pensamiento profundo: “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión, que también es tomar una decisión”.

En general, lo que ocurre con Rajoy es que, aunque él no se dé cuenta, el sentido común se marchita a la misma velocidad que las promesas electorales. Un día, creo recordar que en un acto con jóvenes del partido, sentenció: “Cuanto más sepáis de todo, mejor”. Y resulta que él no se aplica el cuento. Ahora nos dice que no tenía “ni idea” de lo que estaba pasando en Valencia. Ni él ni nadie de la dirección. Estamos ante una auténtica epidemia de ignorancia, que arrancó con el caso Bárcenas. Me llama la atención que Rajoy, tan amigo de lo razonable, ahora pretenda hacernos creer que lo más normal es no saber absolutamente nada de lo que se cuece en su partido. Y a mí me parece que es imposible, por una cuestión de sentido común. Rajoy puede decir que eso es un vaso, pero yo veo claramente un plato; un plato roto que no quiere pagar ni Rita.

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