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No podemos esperar

Lema con el que se convocó el 15M en 2011. Arranque de la manifestación en Madrid

Rosa María Artal

Las altas magistraturas del pensamiento oficial ya lo tienen decidido: no prevén grandes cambios en las elecciones españolas y respiran tranquilos porque sus intereses siguen estando a salvo. Aún son posibles sorpresas pero harán lo posible por evitarlas. Los elegidos –lo estamos viendo estos días- se organizan entre ellos para asuntos de trascendencia: Pedro llama a Mariano, Mariano llama a Albert. ¿A Albert también? Si alguien pregunta, se argumenta que su partido –no él- es oposición en Catalunya. Sí, con Albert también pueden contar. Y luego ya a Pablo Iglesias, marcando jerarquías y estrategias. Al deteriorado armazón político español, le vino dios a ver con la declaración de los independentistas catalanes. Y no hace sino reforzar el mapa de siempre.

Rajoy, Sánchez, Rivera... Todos ellos son considerados por el sistema gente seria y de fiar y con un programa económico realista, sin experimentos: el capitalismo total. El que, libre de ataduras y prejuicios, ha logrado una hazaña sobresaliente: que el 1% de la población mundial tenga tanto dinero como el 99% restante. Es decir que todo cuanto poseemos cada uno de nosotros, sumado a lo que tienen todos los europeos, africanos, asiáticos, americanos del norte y del sur, oceánicos varios incluyendo neozelandeses y australianos, equivale a lo que desborda las arcas de una insignificante minoría. Como debe ser. Ya lo decía Adam Smith y su carnicero y sus incontables intérpretes. La forma de lograrlo es asunto baladí en estos tiempos.

El programa económico realista del neoliberalismo ha conseguido récords de desigualdad en tiempo de plusmarca. En España, en estos cuatro años de gloria del PP, se ha duplicado la pobreza infantil de forma que es hoy “la mayor desde que existen los registros”. Esos cuerpos que crecen con carencias limitando su desarrollo son daños colaterales. El mercado se regulará solo. Algo que, según demuestra la ya larga experiencia, ocurrirá cuando a las truchas les crezca pelo.

Cuanto se les diga a estos ilusionados ejércitos del ultraliberalismo es inútil. Saldrán a la selva desnudos a batirse por el porvenir, por la sanidad, la educación, la acera que se construirán para andar, el futuro, sin ninguna cobertura. A salvo de la que cajas, bancos y grandes empresas prestan a los pastores de este disciplinado rebaño.

Enaltecidos, todavía se han tapiado más los oídos y forman un muro de grueso hormigón. Allí sigue peleando por el liderazgo el PP que aún lidera las encuestas por muy increíble que parezca. Ciudadanos como nuevos contratistas de la obra, sus diversos primos periféricos, y el PSOE que no quiere, de entrada, que el neoliberalismo siga haciendo estragos sobre la población pero que a veces no tiene más remedio. Menos mal que en un alarde coherencia se halla inmerso en proceso de regeneratrización que puede dar grandes frutos.

Queríamos dejar de ser mercancía a manos de políticos y banqueros, pobres de nosotros, y nos han servido tres tazas que a varios miles se les han subido a la cabeza. A sus herraduras vamos a acabar atados, si nos descuidamos. Es que no podía ser porque alguno tiene “mucho ego”; el resto no, el resto ha hecho voto de humildad y de obediencia a los deseos de la ciudadanía.

Hay quienes valoran la tentación de conformarse –una vez más- y se dicen que, si ahora no se produce un cambio sustancial, ya se hará dentro de cuatro años. Tras reforzar al sistema transfundiéndole sangre joven –que no nueva-. Tierna ingenuidad.

Lo peor es que muchos no podemos esperar.

Un tercio de los niños españoles que viven en la pobreza no pueden esperar. Tampoco el resto, toda la infancia y adolescencia, a recibir una educación en valores que le forme para enfrentarse a la vida. A ésa sí que le han puesto afilados cuernos y no se aprende a lidiarla en aberrantes escuelas de tauromaquia.

No pueden esperar los jubilados a que, ordeñada hasta la extenuación la hucha de las pensiones, un milagro les devuelva el trabajo que entregaron a la comunidad. A los tiburones ultraliberales, las pensiones les parecen un dispendio. A los escualos dulces también.

Ni los trabajadores a que la subasta de su empleo les permita pagar sus gastos y su futuro. Ni los emigrantes a un mundo laboral que los acoja de nuevo en su país: no hay, ni habrá trabajo decente para todos por este camino. No pueden esperar los enfermos a que su dolencia cure con tisanas porque las medicinas son “caras”. Ni los dependientes y crónicos a que un gobierno vuelva a considerarles personas y no “gastos” o “estorbos” –en la Inglaterra de Cameron, ya pasa-. Ni a que todo deje de tener un precio. No se puede esperar a vivir más adelante mientras el presente ahoga.

No podemos diferir el momento de que nos devuelvan las libertades recortadas, el estado de democracia y de decencia que se ha perdido.

No podemos dar más tiempo a que sea derrotada en las urnas la mugre ciudadana que no tiene empacho en votar a corruptos.

Cuatro años más así. Creciendo en abusos. En desfachatez. Sigue sin haber pan para tanto chorizo, ni temple que resista tanta desvergüenza. No podemos aguardar más, precisamente, a que nuestra esperanza se agote.

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