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Las porras y el envoltorio

Maruja Torres

La complejidad de los sentimientos, y del pensamiento, así como el afán de detenernos a examinar lo que acabamos de sentir -esa delicada urdimbre de la evolución humana- no es algo que debamos lamentar, ni que podamos soslayar. Porque supone el triunfo de la razón contra la fuerza bruta, es la prueba de que hemos salido de la caverna, y de que, reconociendo que la gruta abismal nos pisa los talones, trabajamos para no regresar al oscurantismo. Por esa mente febril que se nos pone y ese apretujón en las entrañas sabemos que luchamos contra el retroceso con la mejor herramienta de que disponemos: el entendimiento, la información contrastada, la duda, las preguntas. No se duerme bien, con esa carga, pero el desvelo es muy conveniente.

Reflexionaba sobre esto después de haber soltado el trapo al escuchar el retumbar de La Marsellesa en la Asamblea Nacional de Francia. Me sequé los mocos y, rápidamente, enjugué esa emoción, porque a mi memoria, entrenada en el juego de asociaciones, acudió, en cinemascope, la imagen de ese mazacote de políticos encabezando, convenientemente aislados -eso me gustó- la manifestación parisina del domingo. Aquella conmoción, aquel clamor republicano de valores laicos y cívicos en los que algunos hemos querido crecer pese al fosco medioambiente de mis tiempos, y que muchos defenderemos siempre; aquella fraternidad en la desgracia, en la indignación y la dignidad, tenían como contrapunto la fila cero contra la que suele estrellarse el oleaje de nuestro idealismo, en cada una de las respectivas patrias. En algunas, más que en otras.

No me pareció mal que también los cínicos y los mendaces estuvieran allí. Para que su visión nos devolviera los pies a la tierra, a modo de rápido cachete que nos arrancaba de la complacencia. Hermosa multitud, cierto, pero… Son los peros los que nos mantienen alerta, los peros y los sin embargos y los no obstante y los a pesar de todo: agujas de acupuntura al revés, que no sólo proceden del interior -es nuestra reacción ante el despropósito lo que nos las clava- sino que provocan dolor en vez de aturdimiento. El necesario, vivaz, insoslayable, bendito dolor que nos mantiene en la complejidad.

Por todo lo anterior, sobre la épica del bello himno francés se impuso en mí el eco de la prosaica proclama, previa a la manifestación, que nuestro presidente Rajoy pronunció con su acostumbrada solemnidad para los embustes, al asegurar que las tiranías y los fanatismos nunca han conseguido imponerse. Vaya por las diosas: se ve que lo de Franco fue una verbena. Palabras, palabras, palabras de unos y de otros para la galería, o para ese carrusel al que con tanta futilidad llaman Historia. Lo que vendrá después, las porras envueltas en banderas -que canta Serrat, con letra de Joan Barril- se escudará en el blablablá de los gobernantes, y para evitarlo o al menos denunciarlo sólo contamos con nuestro raciocinio.

El mío me dice que si la mitad de los mandatarios de la Zona Vip manifestante son la mitad de inútiles -aparte de malévolos- que nuestros gobernantes, vamos a sufrir mucho por la defensa que hagan de nuestras libertades. Puede que hasta tengan que sacrificarse, y quitarnos unas cuantas: contra eso habría que salir, más que nunca -y qué poco salimos, los españoles- a la calle. Llevados por el raciocinio, nunca por el odio.

Nota para futboleros: Sería muy de agradecer que exigierais a vuestros clubes, caso de estar patrocinados por (o ser propiedad de) corruptos países árabes petroleros, los mismos que subvencionan terroristas, que los jugadores se quiten las putas camisetas.

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